
Amalia Iglesias Serna, poeta. Foto:
'Yo tampoco soy un robot', de Amalia Iglesias: la certeza poética de habitar un "tiempo de descuento"
La escritora se pregunta "qué significa ser humano", ahora que las nuevas tecnologías parecen configurar un nuevo orden social, laboral y económico.
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La raíz de este nuevo libro de Amalia Iglesias (Menaza, 1962, pero madrileña y ahora salmantina de adopción desde hace años) hay que buscarla en Tótem espantapájaros (2016), obra de larga gestación cuyo impulso caligramático –la escritura de poemas con forma humana– subrayaba la dimensión corporal del texto poético. La silueta de los poemas era esquemática –con mucho de pelele o monigote–, pero precisamente por ello conectaba menos con el Hombre de Vitruvio, emblema del humanismo renacentista, que con los muñecos de vudú o los moais humanoides de la Isla de Pascua.
Invocar el carácter orgánico del poema –de la palabra incondicionada, no instrumental– era también reivindicar su condición de fetiche o talismán, de conjuro mágico. Este libro admirable fue un punto de inflexión en la trayectoria de Iglesias: una manera de repensar el vínculo entre el ser humano y su entorno siguiendo el imperativo de aquella canción de The Police: "Rehumanize yourself" [rehumanízate].
La cita no es gratuita. El disco donde aparecía esta canción se titulaba Ghost in the Machine, "el fantasma en la máquina", que es la frase con la que el pensador Gilbert Ryle atacó acerbamente el dualismo cartesiano cuerpo-mente. Y por ahí va también Iglesias con este nuevo libro, de título sorprendente: Tampoco yo soy un robot, que se pregunta "qué significa ser humano" en un momento en el que las nuevas tecnologías parecen configurar a ojos vistas un nuevo orden social, laboral y económico.
Dividido en cuatro secciones de fuerte simetría ("Letanía", "Aguja y Cristal", "Los inviernos giratorios" y "Réquiem"), el libro no pretende tanto dar respuesta –no es su propósito– como acumular pruebas para la defensa y sondear el espacio de incertidumbre, de misterio y posibilidad, que constituye la experiencia humana fuera de los sistemas algorítmicos que procesan cantidades ingentes de datos: "Para cruzar las puertas de los volcanes y los templos / sin que nos abandone el temblor de la belleza".
La sección inicial, "Letanía", brota sobre el lenguaje condensado de Tótem…, pero lo fragmenta y echa a andar. Tomando como punto de partida el verso de Propercio, "Omnia vertuntur" (todo gira, o todo cambia), Iglesias constata la constante mudanza del tiempo y la búsqueda de consuelo en las palabras y la belleza: "cada poema es una cuna mecida / por la mano que no está / y una nana sin nadie / para el insomnio escrito en las esferas".
Esta necesidad de asidero se abre en la segunda parte a una exploración de nuestras contradicciones vitales: "alarmas encendidas hacia el abismo del ser…"; "minuciosas criaturas / empeñadas en ovillar la madeja… descifrar los desconchados del universo que se contrae".
El verso crece y se dilata y se vuelve incluso explícito, con aroma didáctico o de denuncia –como en "Inteligencia emocional", poema dedicado a sus hijos, donde transita el surco abierto por el "If" de Kipling y "Palabras para Julia" de J. A. Goytisolo–, pero sin dejar de abrirse a la potencia de la imagen y la compulsión del decir: este es un libro hecho de enumeraciones y nombres propios ("Universos paralelos"), atravesado por una urgencia que remite a la certidumbre de habitar un "tiempo de descuento", distópico, con la amenaza de la extinción a la vuelta de la esquina.
En el "Réquiem" final, el tono vuelve a ser de letanía, con una frase insistente ("No robot") que percute "sobre el día de la ira / y sus gusanos voraces". Lo dijo el investigador Emerson Pugh: "Si el cerebro humano fuera tan simple que pudiéramos entenderlo, nosotros seríamos tan simples que no lo entenderíamos". Amalia Iglesias se instala en la brecha abierta por esta paradoja y la ilumina con palabras de advertencia que no renuncian a encontrar una vía de salida. Hay esperanza.
No robot,
para imaginar el hogar de las hormigas
y sus galerías minuciosas,
con la soledad dormida
al fondo de la sangre,
añorar un refugio,
la gravedad de los tendones
y sus trapecios de plata,
mientras los desconocidos aúllan
en los pabellones sin eco.