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Cuando la cultura se convirtió en espectáculo y el arte dejó de ser original: crónica del año que lo revolucionó todo
David G. Torres analiza en un exhaustivo ensayo cómo 1964 marcó un punto de inflexión histórico en las disciplinas artísticas y los movimientos sociales.
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No fue una fecha redonda ni el inicio de una nueva década, pero 1964 fue el año que lo revolucionó todo. "Será mejor que empieces a nadar o te hundirás como una piedra, porque los tiempos están cambiando", profetizó Bob Dylan en su álbum The Times They Are a-Changin (1964). Aun así, para David G. Torres, comisario y crítico de arte, este año pasó desapercibido. Quizá porque ocurrieron tantas cosas al mismo tiempo que solo desde la distancia es posible crear una conexión entre todos los acontecimientos y personajes que marcaron esta fecha dorada.
Una difícil tarea que ha conseguido con éxito G. Torres en 1964. Cuando la cultura se convirtió en espectáculo (Alianza). De Marcel Duchamp a Andy Warhol, pasando por Equipo Crónica, John F. Kennedy, los Who, James Bond, Yoko Ono, Kubrick o Sartre. El ensayo traza con rigor una cronología de todo lo que ocurrió en ese año, un "momento bisagra, de cambio de época, en el que las prácticas artísticas, desde el arte contemporáneo a la música, parecen emanciparse, hacerse mayores según entran en una fase de producción pop", señala el crítico.

Portada del libro 1964, Alianza Editorial.
En un gran momento actual de revalorización de la cultura pop, conviene ir al origen: un urinario. "Sin el ready-made duchampiano es imposible entender a Andy Warhol y el arte pop, tampoco las performances, ni las instalaciones de los artistas de los años setenta, ni el apropiacionismo, ni Jeff Koons, ni Damien Hirst ni hasta Bansky", apunta el crítico. Aunque La fuente de Duchamp es de 1917, no fue hasta el 64, y gracias en parte a Warhol, cuando la obra alcanzó el estatus de icono.
El propio Warhol reconoció la gran influencia que había tenido el francés en su obra, a quien conoció en 1963 en una exposición en Los Ángeles, pero G. Torres plantea ese influjo a la inversa. Fue el rey del arte pop quien empezó a hacer copias de sus famosos botes de detergente (los Brillo Box). Poco después, Duchamp, cuya carrera había tenido un reconocimiento tardío, comercializó réplicas de sus urinarios con el diseñador Arturo Schwarz, y el concepto original del ready-made (que implica que las piezas de la obra se encuentren por casualidad) se desvaneció.
Para Warhol, 1964 marcó la época "más fructífera de su vida, la que configuró su imagen de artista y marcó la manera de entender y afrontar la producción artística", apunta Torres—cabe destacar que fue en ese mismo año cuando fichó a The Velvet Underground para que tocase por primera vez como banda en su estrafalaria Fábrica—. Fue de los primeros que estableció el arte como un negocio, donde "la cuestión de pertenencia de un objeto por su aspecto o formato ya no era pertinente", y avivó el debate, junto con artistas como Elaine Sturtevant, sobre el concepto de la originalidad de las obras.
Sin embargo, el verdadero cambio de perspectiva sobre el quehacer artístico se consolidó en la Bienal de arte de Venecia de 1964, cuando otro jovencito artista pop norteamericano consiguió alzarse con el premio más importante del mundo del arte. Robert Rauschenberg era "al mismo tiempo alta cultura en sus brochazos y baja cultura en las imágenes del presidente Kennedy", apunta el autor. En su obra, el presidente es solo "uno más en la cadena de imágenes que consumimos diariamente en la televisión", una idea que desgranaría más tarde el filósofo francés Guy Debord en su revelador ensayo La sociedad del espectáculo (1967).
Mucho tuvo que ver el italiano Leo Castelli, el galerista más importante de la segunda mitad del siglo XX, en hacer que el epicentro del arte se trasladase de París a Nueva York, pero también tuvo gran importancia la forma en la que Estados Unidos, en plena Guerra Fría contra Rusia, utilizó el arte como arma de difusión, financiando exposiciones de artistas abstractos estadounidenses, como Pollock, para opacar la pintura realista soviética.
Este fue el año en el que las vanguardias de los años veinte se convirtieron en algo mainstream, a través de la moda, el cine, la música y la arquitectura. Habiendo superado las barreras entre alta y baja cultura, el mundo del arte empezó a debatir sobre el establishment y la cultura emergente o underground. En su ensayo Apocalípticos e integrados (1964) Umberto Eco reflexionaba sobre cómo, debido a la eclosión de la televisión, la publicidad, las revistas y la industria del cine en los años sesenta, ya no había escapatoria a los medios de masas, "no existía un afuera del sistema".
Para intentar sortearlo, algunos imitaron los pasos del primer gesto del artista moderno: destruir, en lugar de construir. Pete Townshend, líder de los Who, rompiendo su guitarra en mitad de un concierto en Londres en 1964 definió la imagen del rock, de la rabia y del inconformismo que más tarde reivindicarían los punks. Mientras que Yoko Ono y el colectivo Fluxus, ese batiburrillo de músicos, artistas y performers liderado por Georges Maciunas, "el padre del SoHo", intentaron "purgar el mundo de la enfermedad burguesa y del europeísmo", para promover una ola y una marea revolucionaria en el arte.
G. Torres explica cómo 1964 fue también una fecha significativa en la producción de iconos culturales contemporáneos. Fue el año que Sartre rechazó su premio Nobel de Literatura porque este "le convertía en un producto, en un ser del espectáculo" y el año en que Martin Luther King obtuvo el Premio Nobel de la Paz.
En ese mismo año se estrenó James Bond contra Goldfinger, película basada en la novelas de Ian Fleming, quien intentó ejemplificar a través del agente 007 una resistencia frente al éxito de las formas de la vanguardia artística de la Bauhaus, que buscaba construir y diseñar objetos que no supusiesen una distinción de clase. Todo lo contrario al lujo, nada silencioso, de Bond. Y cuando Kubrick estrenó ¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú, donde mostró que los efectos de la segunda guerra mundial seguían vivos.
Unos meses antes los Beatles arrancaban su primera gira por Estados Unidos, donde la mítica periodista gonzo Gloria Steinem, predijo paradójicamente que John Lennon sería el único Beatle con futuro. Un año más tarde, los de Liverpool acabarían tocando en Las Ventas de Madrid. El ensayo también se centra en España, mostrando cómo en ese momento el franquismo también entendió que el arte podía ser un vehículo de legitimación y propaganda.
Surgieron grupos artísticos como Equipo Crónica que, siguiendo los pasos de Estampa Popular, intentaron hacer frente "a aquella pintura subjetiva abstracta que bajo la apariencia de modernidad había dado una capa de legitimidad al franquismo". En este sentido, G. Torres reivindica la figura de mujeres como Ana Peters, Silvia Gubern, Esther Boix y Mari Chordà, quienes cuestionaron el papel de la mujer en la sociedad franquista a través de su trabajo, a menudo denostado.
Y como colofón a todo ese cóctel cultural y social, El verdugo de Berlanga, película que pasó por el Festival de Venecia en 1963 pero que, por motivos de censura, acabó estrenándose en Madrid en febrero de 1964. "Su final muestra un choque entre la España desarrollista franquista, con una clase trabajadora muy precarizada no solo económica sino también culturalmente, y los vientos de cambio sobre los que cantaba Bob Dylan, que se dejan ver en el turismo de jóvenes hippies con aire rebelde", señala el comisario. "Esa imagen es una de las que resumen el montón de complejidades que definen una época, un año, en el que la cultura del espectáculo se empieza a fraguar en un contexto globlalizado".