
Samantha Harvey. Foto: Luminish (CC BY-SA 4.0)
Crítica de 'Orbital', Premio Booker 2024: la Tierra vista con la óptica de 'Las meninas'
La novela es una deslumbrante reflexión sobre el tiempo, el cambio climático, el sentido de la vida, la existencia de Dios y la naturaleza del progreso.
Más información: Samantha Harvey gana el premio Booker con su epopeya espacial 'Orbital'
Tras el éxito de sus cuatro novelas anteriores (The Wilderness, 2009; All Is Song, 2012; Dear Thief, 2014 y The Western Wind, 2018, Premio Staunch Book 2019), la quinta y poética novela de Samantha Harvey (Kent, Reino Unido, 1975), Orbital, sigue un día en la vida de seis astronautas internacionales que orbitan la Tierra en una estación espacial.
Al tiempo, la escritora británica nos presenta dos obras de arte famosas. Una es la imperecedera obra maestra de Diego Velázquez, Las meninas, de 1656. La segunda es una fotografía de 1969 tomada por el astronauta Michael Collins del módulo lunar Eagle, que transporta a Buzz Aldrin y a Neil Armstrong de vuelta de la Luna, con la Tierra al fondo. Collins es literalmente la única persona del mundo que no aparece en la imagen.
El contraste entre el cuadro y la fotografía no podría ser mayor. Velázquez desplaza la narrativa típica del retrato real del monarca a las damas de compañía del título, a los parásitos y actores de la corte, al perro de la familia real e incluso a él mismo. Un rompecabezas de la perspectiva, rebosante de vida. La fotografía de Collins es comparativamente sencilla; incorpora todas las almas de la Tierra, pero no muestra ninguna. Es tan impersonal como el espacio mismo.
El espíritu de la novela de Samantha Harvey, galardonada con el Premio Booker en 2024, bebe de ambos. Orbital transcurre en el interior de una estación espacial situada a más de cuatrocientos kilómetros de la Tierra, que gira alrededor del planeta a una velocidad cercana a los 28.000 kilómetros por hora. "En esta órbita, la órbita dos de las dieciseis actuales", escribe Harvey, la tripulación de seis hombres y mujeres "da una vuelta completa a la Tierra y apenas ve rastro de vida humana o animal".
Estos protagonistas manejan la nave, realizan experimentos y cumplen la misión de la estación espacial. También se les permite una visión enrarecida y abstracta de nuestro atribulado planeta, reencuadrando el tema de forma parecida a como hizo Velázquez con la corte del rey Felipe IV. Los acontecimientos actuales y las fronteras nacionales son árboles que el bosque pierde, y Harvey utiliza esta distancia para reflexionar sobre lo que pasamos por alto cuando miramos muy de cerca, con amargura, nuestra parte de la corteza.
'Orbital' carece prácticamente de argumento. Ninguna raza alienígena invade nada. Ningún planeta inteligente vuelve loca a la gente
Orbital cambia con frecuencia de puntos de vista (a veces basados en conjeturas) –el de un alienígena, el de un robot, el de un marino prehistórico–, perspectivas breves y parciales unidas por un narrador lírico cuya exultante voz divaga de forma fragmentada sobre todo lo que se le antoja.
El libro es de una belleza deslumbrante. También carece prácticamente de argumento. Ninguna raza alienígena invade nada. Ningún planeta inteligente vuelve loca a la gente. La tecnología se comporta. Los astronautas son profesionales consumados. Uno es descrito como el corazón de la nave, otro como sus manos y un tercero como su conciencia. Ningún proceso pone a prueba estas afirmaciones, y no se produce ningún acontecimiento que las revoque o las refuerce.
Orbital es un relato puntual de un día de la vida de unos personajes cuyo principal cometido es servir a la improvisación: sobre el espacio profundo, el tiempo cósmico, el cambio climático, el sentido de la vida, la existencia de Dios, la naturaleza del progreso. Siempre apasionadas y a menudo conmovedoras, estas improvisaciones invariablemente nos llegan desligadas de los personajes que las inspiran, y sin ser espiadas por el pensamiento meditado.
Los individuos quedan aún más desdibujados por su armonización colectiva, casi mística. A pesar de las barreras culturales, políticas y lingüísticas entre ellos, la tripulación se alinea en cuerpo y alma, compartiendo asociaciones, sueños e incluso la misma sensación de déjà vu. "Ya han hablado antes de una sensación que tienen a menudo, una sensación de fusión", escribe Harvey."Que no son del todo distintos el uno del otro, ni de la nave espacial".
Harvey insinúa que esta fusión mental es una función de la propia nave: "Son una coreografía de movimientos y funciones del cuerpo de la nave mientras ejecuta su perfecta coreografía del planeta". Piezas, en otras palabras, que no difieren de los mecanismos de suspensión y los propulsores. Esta unidad ofrece una alternativa utilitaria y utópica a los enfrentamientos partidistas y a las guerras tribales en la Tierra, dando a entender que, desde la lejanía del espacio, la supervivencia no nos divide, sino que nos une.
En realidad, naturalmente, la vida en el espacio sigue siendo, desde luego, vida. En ese sentido, Orbital se parece a la fotografía de Michael Collins: contiene el mundo, pero no lo refleja. Harvey regala al planeta sus considerables dotes retóricas, pero la imprudencia y las miserias que conocemos a ras del suelo han sido borradas de su plataforma de observación. Todo son ángeles arriba y demonios abajo.
Pero esas improvisaciones tan cautivadoras, esas rapsodias tan delicadas… La refrescante visión de la Tierra que ofrece la novela de Samantha Harvey restaura parte de la magia original de la vida y nos trae a la mente una tercera imagen que no se menciona: cualquiera de las fotografías del telescopio Webb del año pasado, que vencen a la desesperación devolviendo al observador de estrellas el espectáculo inocente. A veces, el asombro y la belleza bastan.
© The New York Times Book Review. Traducción: News Clips