Pilar Adón en su vivienda en Madrid

Pilar Adón en su vivienda en Madrid José Verdugo

Letras

Pilar Adón: "Nos hemos creado una sociedad Disney de pensamiento positivo"

La escritora conversa con El Cultural acerca de su nuevo libro de relatos, 'Las iras', y las obsesiones temáticas que impregnan su producción literaria.

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Narradora, poeta, editora y traductora, Pilar Adón parece mirar el mundo desde una cierta lejanía, con ojos de niña grande a la que sigue sorprendiendo un mundo hostil, del que se refugia desde pequeña en un universo de palabras.

Tras el éxito de su última novela, De bestias y aves, Premio Nacional de Narrativa 2023, dentro de unos días publica su nuevo libro de relatos, Las iras (Galaxia Gutenberg), dedicado a su madre, de quien, explica a El Cultural, le vienen "la imaginación y el amor por los libros. Todos los que había en casa eran suyos, y su propia vida siempre ha sido motivo de fabulación y descubrimiento".

Pregunta. Como ya hiciera a los 17 años con su primer cuento, que ganó un premio de RNE, las protagonistas de los cuentos de Las iras son niñas, jóvenes, que buscan refugio incluso de sí mismas y de su pasado. Lo mismo ocurre en sus novelas. ¿Es esa búsqueda de un lugar seguro una constante en su obra?

Respuesta. Cuando aíslo a mis protagonistas es para que puedan ser libres, alejadas de las demandas sociales, de lo que se espera de ellas en público. Mi idea del aislamiento va de la mano de la idea de libertad. La celda mística en la que leer, aprender, vincularse al conocimiento, a salvo de las rutinas tradicionalmente asociadas a las mujeres y que siempre tienen que ver con los cuidados. Todos tenemos en mente esas escenas en las que unas mujeres que están leyendo o escribiendo han de dejarlo todo porque llegan las visitas, y entonces deben estar presentables, serviciales. Le tengo bastante fobia a la palabra visita.

P. ¿Cuál ha sido su evolución como narradora desde ese primer relato a estos cuentos?

R. Los temas que me siguen interesando son los mismos: el aislamiento, lo particular, lo espiritual más que lo corporal o lo físico, con personajes que viven en casas rodeadas de una naturaleza no domesticada ni ajardinada. En ese primer cuento que mencionaba antes ya encerraba al personaje principal en una habitación. Lo que ha ido evolucionando ha sido la técnica, el lenguaje más depurado, el atrevimiento y la búsqueda consciente de cierta iluminación, de una sensibilidad y una filosofía que tienen mucho que ver de nuevo con la libertad, con librarse de las ataduras y la gravedad.

P. Una de las características del libro es cómo los personajes en principio más ingenuos, las niñas, pueden ocultar verdaderos monstruos de rencor y violencia. ¿Cómo consigue retratarlas, sugerir los crímenes que han cometido sin recurrir a lo obvio sino con belleza y poesía?

R. La inquietud que siente el lector viene principalmente del cómo, mucho más que del qué. Es en gran medida la propia forma, la estructura, lo que genera expectación y alarma porque apela a la imaginación, que, como sabemos, es un arma poderosísima. Las protagonistas están en una edad complicada, en la que quieren ser únicas, especiales, y a la vez formar parte del grupo y no destacar, lo que hace que sigan pautas ajenas para ser aceptadas. Pero violencia explícita no hay en el texto: se genera en la cabeza de quien lo lee.

P. ¿Somos, especialmente ahora, una sociedad iracunda? ¿Quizá es porque sabemos más y tenemos más razones para la ira?

R. Socialmente todo ha de ser muy cuidadoso, correctísimo. Rozamos la asepsia porque nos ofendemos con una facilidad sorprendente y cualquier cosa nos frustra. Pero seguimos siendo los mismos. No hemos evolucionado biológicamente hacia un estado de perfección que roce lo utópico ni ha habido ninguna revolución moral. Seguimos siendo víctimas de la ira, la envidia, el egoísmo, por mucho que intentemos cubrir el olor con incienso.

P. Los personajes del libro, como los de sus novelas, no solo se asoman al abismo, sino que en algunos casos "son" el abismo. ¿Cuál es su abismo personal, qué le haría perderse como escritora y como lectora (y como mujer)?

R. Algo muy relacionado con este libro: el dolor que se les pueda causar a los seres buenos. Me descompone la expresión de pasmo o incredulidad que descubro en la cara de quien recibe un golpe (emocional o físico) por parte de alguien en quien confiaba. Un niño, un animal, un ser indefenso. No lo soporto.

"La ira es el único pecado capital que compartimos con nuestro Dios cristiano"

P. En Las iras hay constantes referencias a la Biblia y lo sagrado, y es especialmente interesante el relato en el que recrea la historia de Caín y Abel convirtiéndolos en mujeres. ¿Qué gana y qué pierde al ser mujer esa primogénita que mata al hermano amado por Dios y por sus padres?

R. La ira parece ser el único pecado capital que compartimos con Dios. Los dioses clásicos tenían otros pecados, la lujuria, la envidia. Pero nuestro Dios cristiano se quedó con la ira, que surge ante las traiciones y la desobediencia de los hombres, a los que castiga. Caín es el primer caso bíblico de ira y él, a su vez, sufre la ira de Dios.

»Tradicionalmente han sido los hombres quienes han escrito las historias que nos siguen sirviendo de base para formar pensamiento, con ellos como protagonistas mientras nosotras les esperábamos cosiendo, tejiendo y destejiendo, sirviéndoles de excusa para viajar y guerrear. Me parece sano darle la vuelta en unas historias en las que quienes cosan sean ellos.

Pilar Adón en su vivienda en Madrid

Pilar Adón en su vivienda en Madrid José Verdugo

P. Pero ¿por qué, de dónde nos nace esa obsesión por ordenarlo todo, por controlar el menor atisbo de rebeldía y de imaginación?

R. Las mujeres llevamos una carga que los hombres no han sufrido jamás: esas normas de conducta que primero nos dieron ellos y que ahora, en una especie de giro perverso, nos imponemos nosotras mismas. Los hombres han escrito sobre nosotras desde su atalaya y han establecido sus patrones ideales de cómo debía ser nuestro comportamiento: pulcras, castas, buenas esposas, buenas madres, y, por supuesto, nada rebeldes ni imaginativas.

»De alguna manera, en una trampa increíble, ahora somos nosotras las que nos decimos cómo ser estupendas en la cama, con las parejas, las mejores hijas, las mejores amigas… Cayendo una y otra vez en unos tópicos que, aunque parezca que sí, no han cambiado mucho.

"Los hombres han escrito sobre nosotras desde su atalaya y han establecido sus patrones ideales de cómo debía ser nuestro comportamiento"

P. ¿A qué se debe la fascinación que tantos autores y lectores sienten hacia el mal, hacia los personajes atormentados, crueles como algunas de sus niñas asesinas?

R. No hay crueldad en estos cuentos. No hablamos de diversión ni de placer al actuar. Las protagonistas no se deleitan en hacer sufrir a nadie. Sí se sienten traicionadas, abandonadas por quienes tendrían que quererlas, y reaccionan contra lo que les hace daño. Se convierten en monstruos tras sentirse víctimas, y así el tormento previo se mantiene. No se quedan indiferentes, y es en esa lucha interna e inacabable donde reside el interés.

P. Muchas de ellas acaban encerradas y solas, como fieras hermosas pero letales. ¿Dónde empieza el mal y dónde la locura?

R. En la infancia y la primera juventud se tiene una imagen muy idealizada de la amistad, un concepto elevadísimo de la lealtad. Es muy frecuente entre las niñas la figura de la mejor amiga, a veces imaginaria, y cualquier muestra de traición se vive como algo horrible e injusto. Las reacciones de los personajes son implacables, pero hablamos de literatura, no de sociología ni de criminalística. Yo misma me decía a veces cuando estaba escribiendo estos cuentos: no vayas por ahí, por ejemplo, cuando ciertos personajes se plantean el suicidio, uno de los temas tabúes de nuestra sociedad. Pero más miedo da caer en la autocensura en pro de esa asepsia biempensante de la que hablábamos antes.

P. Hablando de salud mental... Durante la pandemia, fuimos conscientes de la fragilidad de nuestra mente y del sistema que debía cuidar a los pacientes con estos problemas. ¿Cree que han cambiado algo las cosas o tras los titulares y las confesiones, ha vuelto a ser un tabú?

R. Durante el parón forzoso de la pandemia hubo mucha filosofía de salón. Buenos propósitos que quedaron en nada cuando regresaron las prisas habituales y la carrera de ratas en que vivimos. Quizá se hable más en los medios, quizá se den más datos, pero en el día a día sigue siendo un tabú y una pesadilla intentar tratar cualquier asunto de salud mental. Tanto en público como en privado.

"La ambición de los 80 pasó a la depresión de los 90 y ahora estamos en una especie de farsa de solidaridad y buenrollismo"

P. Sí, pero ¿por qué el poder parece indiferente a esta lacra en un país dependiente de los ansiolíticos?

R. Nos hemos creado una sociedad Disney de pensamiento positivo, aplicaciones que prometen un estado completo de calma con solo respirar "bien", imágenes falseadas con filtros que generan adicción. La ambición de los 80 pasó a la depresión de los 90 y ahora estamos en una especie de farsa de solidaridad y buenrollismo en la que nos autoexplotamos como mulas, pero sonriendo. Cafeína para seguir en marcha hasta las tantas y luego cualquier zepam para intentar dormir.

P. ¿Siente quizá que nuestros políticos nos mienten porque viven en una realidad paralela, en una suerte de Poderópolis?

R. Ni siquiera creo que tenga que ver con el poder en sí mismo, sino con las dinámicas que se generan al verse asentados en una esfera peculiar en la que parece que las normas previas se fluidifican y todo pasa a ser relativo. Los políticos son ahora estrellas de la televisión. Han pasado de la auctoritas al espectáculo mediático, refugiados en una sociedad aparte en la que cuentan con la protección de los iguales, cierta impresión de si he llegado hasta aquí arriba no voy a mirar ahora hacia abajo y en la que, remedando la expresión en estos tiempos de condescendencia, parecen decirnos todo para ti pero sin ti.

P. ¿Qué puede hacer la literatura en estos tiempos oscuros? ¿Por qué, en general, los intelectuales parecen ahora tan indiferentes a los grandes temas de nuestro tiempo (pienso en Gaza, Ucrania, en la precariedad de jóvenes y ancianos, en las víctimas de la dana...)?

R. La literatura tiene el poder que ha tenido siempre de azuzar, estimular, avivar el seso y plantear cuestiones que ha de despejar el lector. Eso sí, requiere dedicación y pausa cuando la aceptamos como arte y no solo como entretenimiento, y ahí entra en conflicto con la exigencia actual de inmediatez. La prisa. La reclamada urgencia en la respuesta es disuasoria.

»Pensamiento y apresuramiento son términos que no se llevan bien, y cuando el primero pide tiempo para la reflexión y el posicionamiento, entra el segundo en forma de opinólogo que sabe de todo y arrasa en las redes. Las ideas siguen ahí, solo que se manifiestan en ámbitos que ya llaman poco la atención, relacionados normalmente con el papel, que es pausado y permanente, frente a lo digital, automático y variable.

“Se habla de la madre naturaleza, pero yo la veo más como a una hija a la que cuidar”

P. Llama la atención que siendo una autora esencialmente urbana muchos de los relatos transcurran en zonas agrestes, rodeadas de naturaleza. ¿Qué le parecen las acciones más agresivas de los jóvenes ecologistas?

R. Se habla con frecuencia de la madre naturaleza, pero cada vez la veo más como a una hija a la que hay que cuidar. Cuando antes hablábamos de que no soporto que hagan daño a los seres indefensos, incluiría a los animales o las hectáreas de árboles que se incendian cada año. Es doloroso y absurdo. He formado parte de diversos grupos ecologistas y creo que todas las acciones son necesarias para llamar la atención sobre algo tan primordial como el cuidado del planeta, que, sin embargo, no parece importar demasiado.

P. ¿Le teme a la inteligencia artificial y sus posibles consecuencias, o lo peor, como siempre, serán quienes intenten utilizarlas para destruir la originalidad y la creación?

R. En general no soy muy apocalíptica, pero sí estoy vigilante porque me importan la autenticidad y el concepto de autoría. Quiero saber si tras lo que estoy leyendo, viendo o escuchando hay una mano creadora original, y me preocupa que llegue un momento en que sea habitual que confundamos lo falso con lo real, y no porque haya necesariamente una mente malvada detrás, sino porque el sistema ya funcione así. Suelo buscar imágenes para asegurarme, por ejemplo, de que dos especies de plantas pueden coexistir, y mucha información que encuentro ya no es auténtica porque está generada por inteligencia artificial.

P. Por cierto, ¿cómo una abogada medioambiental acabó convertida en escritora, traductora y editora?

R. Primero fue la lectora, luego la escritora, y por curiosidades burocráticas de la época llegó la carrera de Derecho. Del ejercicio medioambiental me interesó lo que hacían mis compañeras científicas: salir a la naturaleza y estar en contacto con ella, en vez de metida en un despacho rodeada de directivas europeas, que era lo que me tocaba a mí. El afán de naturaleza, por tanto, ha estado ahí siempre.

Pilar Adón en su vivienda en Madrid

Pilar Adón en su vivienda en Madrid José Verdugo

P. ¿Ha tenido (y tiene todavía) que romper muchos techos de cristal?

R. En mi familia no hay tradición literaria, en ese sentido no soy heredera de nada, y digamos que cualquier tipo de techo estuvo siempre muy lejano y muy alto. Desde siempre he sabido que quería estar entre libros y me he dedicado a ello por completo, a base de trabajo y perseverancia, en gran medida porque las mujeres aún sentimos que tenemos que demostrar algo. Ellos pueden matar al padre, pero nosotras seguimos buscando a las madres, haciendo prospecciones para sacar a la luz nombres que no se conocen. En cualquier caso, no puedo decir que haya renunciado a grandes cosas. Ya de niña prefería quedarme en una habitación leyendo a participar en las reuniones familiares.

P. ¿De qué manera le influye como autora vivir al margen de familias literarias y modas?

R. Hace años, una amiga escritora me preguntó, imagino que con buena intención, que por qué escribía lo que escribía. La pregunta me dejó por los suelos. En un ambiente literario dominado por lo urbano, el realismo y lo social, hablar de naturaleza y de personajes que optan por vivir aislados en ella no parecía muy práctico. Pero los temas que me agarran y no me sueltan han sido los mismos siempre, y ahí me he mantenido. En cuanto termino un texto ya corregido y rematado, sé que voy a empezar el siguiente para indagar en lo mismo. Es como una adicción.

P. ¿Y con qué otros escritores se identifica, a quiénes lee por placer?

R. Ahora leo y hablo constantemente de Jon Fosse, pero antes vinieron Fleur Jaeggy, Joy Williams, Louise Glück, y, antes, Iris Murdoch, Pizarnik, Duras

P. ¿Quién y por qué le parece más personaje del pasado 2024, Gisèle Pelicot o Elon Musk (o Donald Trump)?

R. Todo lo relacionado con Gisèle Pelicot se va a quedar con nosotros para siempre por las derivaciones que ha tenido y por lo que ha significado, y que me digan si ante lo espeluznante del caso, una de las emociones que nos han embargado de inmediato no ha sido precisamente la ira.

Licenciada en Derecho, Pilar Adón (Madrid, 1971) conquistó el Nacional de Narrativa y el de la Crítica, entre otros, con De bestias y aves (Galaxia Gutenberg, 2022). Entre sus novelas destacan también Las efímeras (2015) y Las hijas de Sara (2003). Su libro de relatos Viajes inocentes (Páginas de Espuma, 2005) obtuvo el Ojo Crítico de Narrativa. Hace unos meses reunió su poesía en Las huidas (La Bella Varsovia).