'Autocracia, S.A.': Anne Applebaum, la antipopulista que conoce el secreto del éxito del autoritarismo
- La historiadora estadounidense cuestiona el desarrollo de la globalización y señala la dependencia comercial de su país, una amenaza para Occidente.
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Algo nuevo está ocurriendo en el mundo de la opresión. O al menos eso es lo que dice la historiadora Anne Applebaum (Washington, 1964). Mientras que en el crepúsculo del siglo XX la lucha se libraba entre bloques de aliados ideológicamente alineados, los autócratas de hoy son más diversos: una mezcla de marxistas, demagogos antiliberales, tiranos de la vieja escuela y teócratas de la nueva.
Por supuesto, comparten ideas, aunque no ideologías, como que el internacionalismo liberal es una coartada para el imperialismo, el medio por el que Washington y Bruselas imponen sus intereses y costumbres culturales decadentes (especialmente la tolerancia hacia la comunidad LGBTQ) al resto del mundo. Pero, según Applebaum, los autócratas actuales cimentan sus lazos "mediante tratos, no mediante ideales". Gracias en gran parte a la opacidad de las finanzas mundiales, disfrutan de un vibrante intercambio de tecnologías de vigilancia y armas y blanquean mutuamente el dinero sucio. A este pacto venal de conveniencia lo llama "Autocracia S.A.".
En la última década, Applebaum ha evolucionado desde la atlantista neoconservadora hasta la Jeremías antipopulista. Su libro anterior, El ocaso de la democracia, analizaba por qué tantos de los antiguos aliados de la derecha habían abandonado el liberalismo clásico por determinadas especies de nacionalismo reaccionario. La actitud de Applebaum en ese volumen era de indignación desconcertada: ¿por qué habían abandonado sus amigos los valores ("proeuropeos, pro Estado de derecho") que compartían? A lo mejor siempre fueron meros narcisistas heridos y mentirosos sedientos de fama, que canalizaban las predisposiciones autoritarias de las masas.
En su defensa, el nuevo libro de Applebaum aventura una respuesta más compleja y menos halagadora: la globalización funcionó, pero no como ella y sus amigos supusieron que lo haría. Las autocracias se integraron más unas con otras, mientras que la dependencia comercial estadounidense y europea respecto al mundo autocrático –de las manufacturas chinas y el petróleo ruso, por ejemplo– se convirtió en un arma contra Occidente. "Todos daban por hecho que, en un mundo interconectado, la democracia y las ideas liberales se extenderían a los Estados autocráticos", escribe la autora. Nadie imaginó que serían las ideas autocráticas y antiliberales "las que se extenderían".
Y no solo las ideas. Antes y después de la caída de la Unión Soviética, el dinero robado de las arcas del Este comunista fluía hacia cuentas bancarias en Londres y el Caribe. El sistema mundial se acomodó a las necesidades de la autocracia.
Según la historiadora, los autócratas actuales cimentan sus lazos mediante tratos, no mediante ideales, en un pacto venal de conveniencia
Applebaum es realista respecto a las dificultades para rectificar esta situación: "La gente poderosa se beneficia del sistema actual y quiere mantenerlo". No es anticapitalista, pero sus recomendaciones para reformar el sistema financiero son concretas y admirables.
Sin embargo, su política exterior peca de cierto patriotismo difuso. Puede que el enfrentamiento actual no sea tan directo como el de la Guerra Fría, señala Applebaum, pero el mundo aún puede dividirse en buenos y malos. Los autócratas modernos y los aspirantes a iliberales, "por muy variadas que sean sus ideologías, tienen un enemigo común", afirma. "Ese enemigo somos nosotros. Para ser más precisos, ese enemigo es el mundo democrático, 'Occidente', la OTAN, la Unión Europea, sus propios adversarios democráticos internos y las ideas liberales que los inspiran a todos".
Imagino que muchos lectores no tendrán nada que objetar a este razonamiento, especialmente desde la invasión rusa de Ucrania en 2022, que consolidó los lazos comerciales y de seguridad en la esfera rusa (y entre Rusia y China), al tiempo que reavivó el vigor y la confianza moral de la OTAN. El problema es que los aliados de la OTAN tampoco se comportan siempre tan rectamente. Arabia Saudí, una monarquía absoluta, es criticada en esta obra mucho menos que las democracias estrechamente alineadas con Rusia.
Applebaum deposita gran parte de sus esperanzas para combatir el orden mundial autocrático en un régimen de sanciones más fuerte y vinculante. Condena a Venezuela e Irán por ayudarse mutuamente a practicar "el oscuro arte de la evasión de sanciones". En ninguna parte cuestiona si las sanciones son un mecanismo eficaz para difundir la democracia liberal. Hay pruebas de lo contrario.
Como sostiene la economista Agathe Demarais, las sanciones pueden ser eficaces cuando el choque es rápido y el objetivo concreto, como aceptar limitaciones en un programa nuclear nacional, pero tienden a tener menos éxito cuando el daño es ilimitado y se centra en algo grande y abstracto, como la revolución política. En este último caso, la población del país sancionado acaba culpando al sancionador de su sufrimiento, y el gobierno aumenta el comercio con otros Estados parias, exactamente el fenómeno que Applebaum examina con tanto esmero.
En su afán por conectar a los enemigos del mundo libre, Applebaum también llega a conclusiones fantásticas. Las autocracias, afirma, "llevan la cuenta de las respectivas derrotas y victorias, y programan sus movimientos para crear el máximo caos". Por lo tanto, insinúa, no fue una coincidencia que, mientras la ayuda a Ucrania estaba siendo retenida en Estados Unidos por los republicanos del MAGA [siglas en inglés de "Haz que Estados Unidos vuelva a ser grande"], "miles de venezolanos, empobrecidos por las políticas de Maduro, caminaban a través de América Central rumbo a la frontera con Estados Unidos. Su número sin precedentes contribuía a alimentar una reacción xenófoba".
Aborrezco muchos aspectos de los regímenes que Applebaum decide ridiculizar. Mi posición respecto al internacionalismo liberal siempre ha sido como la actitud (tal vez apócrifa) de Gandhi hacia la "civilización occidental": sería una buena idea. Pero las historias de Applebaum hacen que a sus lectores les resulte más difícil entender por qué algunos países se alinean con los enemigos de Estados Unidos y otros no.
Uno de los grandes fracasos del neoliberalismo fue suponer que lo bueno iría de la mano: Occidente obtendría nuevos mercados y el Este, democracia; nosotros nos enriqueceríamos, ellos serían libres. El nuevo paradigma de Applebaum no es tan optimista. Esta vez habrá sacrificios. Pero Autocracia S.A. ofrece algo de consuelo a quienes lloran el declive de Estados Unidos: lo que hemos perdido en hegemonía económica podemos compensarlo con seguridad moral. Volvemos a ser los líderes del mundo libre, un mundo más pequeño de lo que solía ser.
© The New York Times Book Review. Traducción: News Clips