Image: Antonio Colinas

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Letras

Antonio Colinas

“Corría 1968 y León convocó un premio para celebrar el Bimilenario”

10 julio, 2008 02:00

Antonio Colinas

Se piensa que mi primer libro de poemas fue Preludios a una noche total, que editó la colección Adonais en el año 1969. En realidad, el primero fue Poemas de la tierra y la sangre, que se editó apenas unos meses antes. En Preludios a una noche total aparecían constantes que luego se han ido manteniendo en mis libros: emoción, intensidad, pureza formal, pero en Poemas de la tierra y la sangre aún resonaban las influencias de dos poetas que me marcaron mucho en aquellos momentos: Antonio Machado y Leopoldo Panero. Aun así, este libro es el más buscado de los míos por los bibliófilos, junto a la primera edición de Sepulcro en Tarquinia (Diputación de León, 1975). La obra fue ilustrada por Portellano, un amigo entonces estudiante de Bellas Artes y hoy sobresaliente pintor.

¿Cómo vio la luz aquel libro de un poeta desconocido? Pues como nacen todavía hoy los libros de versos, gracias al azar y a la fortuna de un premio. Aún no sé con certeza qué personas formaron parte de aquel jurado. Sí recuerdo muy bien -de entonces viene mi amistad con él y mi admiración hacia su obra- al presidente del mismo, Antonio Pereira. El premio era de campanillas. Corría el año 1968 y la ciudad de León celebraba nada menos que el Bimilenario de su fundación por Roma. Con tal motivo se convocó extraordinariamente el premio. Ya por todo lo alto fue el acto que se celebró por la mañana, frente a la basílica de San Isidoro, donde el embajador de Italia inauguró una enorme columna conmemorativa que todavía hoy se puede contemplar allí. No sabía yo entonces qué consecuencias iba a traer para mí vida aquel símbolo de Italia. Y no tardando mucho.

Como cualquier joven que aspira a un premio no esperaba obtenerlo, así que aquel día que Antonio Pereira llamó a mi casa para comunicarme la noticia yo no estaba; había ido a "escuchar el concierto que la banda daba en la Plaza Mayor" de La Bañeza, según la respuesta que mi madre le dio a Pereira. Así que la noticia era bien cierta y había que buscar urgentemente un esmoquin para el acto que se celebraría, naturalmente, en el Teatro Emperador. Un primo mío que acababa de casarse no dudó en prestármelo. Recuerdo que antes de entrar al teatro, me esperaban a la puerta dos poetas espléndidos que yo admiraba, pero que aún no conocía: Victoriano Crémer (que acaba de cumplir lúcidamente, no lo olvidemos, sus ciento dos años) y Antonio González de Lama, fundadores de la revista "Espadaña". También allí estaba Pereira para decirme que el premio lo había ganando a peso, aunque "hubo otro candidato que venía muy recomendado".

Poemas de la tierra y la sangre es un libro juvenil, apasionado. En él ya están las raíces de lo telúrico, que a partir de entonces comencé a librar de cualquier influencia costumbrista o rural para ponerlas a dialogar con otras tierras y con otras luces, para universalizarlas. No sabía entonces que aquellos poemas primeros me abrían al conocimiento, a un modo de ser y de estar en el mundo por el que iba a apostar con todas las consecuencias: a una vocación. Desde entonces, la poesía y mi vida han ido fundidas. Nunca olvidaré que los cien ejemplares del libro que me enviaron a casa se extraviaron, pero tampoco puedo olvidar que con el dinero del premio pude vivir dos meses en París, en el otoño (que no mayo) de 1968.

León, "capital del fiero invierno", se volvió a cruzar en mi vida a causa del servicio militar. Sobreviví a las nieves y a las guardias en el campamento de El Ferral gracias a mis escapadas de cada noche a los bares del Barrio Húmedo. Por allí deambulaba yo sin rumbo fijo hasta que una noche apareció un entrañable personaje -un verdadero dandi de extraña perilla-, acompañado de dos gigantescos perros lobos que respondían a los nombres de "Lenin" y "Troski·. Se llamaba y se llama Eduardo Martínez y Hernández.

Eduardo Martínez me preguntó sonriendo (y como quien gasta una broma) si no me gustaría huir de todo aquello e irme nada menos que ¡a Italia! Entre vino y vino, se fue abriendo paso en el invierno helador un hermoso sueño. Sí, a veces en la vida suceden los milagros. A finales de diciembre yo estaba aún haciendo guardias entre las nieves y los tanques de El Ferral, esperando a no sé qué enemigo exterior que no llegaba nunca.

Sólo diez días después, me encontraba dando clases en la universidad de Milán. Pero ésta es otra historia y la historia de otro libro, Sepulcro en Tarquinia, que otro día contaré.

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Desde entonces

Antonio Colinas (La Bañeza, León, 1946) ha alternado con éxito poesía, novela, ensayo y traducciones, dando a su obra siempre un marcado sentido de universalidad. Ganador de premios como el Nacional de la Crítica (1975), el Nacional de Literatura (1982), el de las Letras de Castilla y León (1999) o el Nacional de Traducción en Italia (2005), ha reunido el conjunto de su poesía en el volumen El río de sombra. Sus últimos libros

han sido La simiente enterrada (Un viaje a China), El sentido primero de la palabra poética y los poemarios Desiertos de la luz y Obra poética completa. 1967-2010.