Teatro

De rufianes y ladrones

por Javier Villán

19 junio, 2002 02:00

Lo malo de Brecht es el brechtismo. Es decir, la canonización que de él han hecho sus seguidores, la seriedad adusta, la conversión en máscara patética de aquello que en el alemán es júbilo o ironía. Su célebre teoría del distanciamiento se convirtió en hermetismo frío. Y se olvidó que su corpus teórico está recorrido por el gozo y la diversión del teatro. El teatro de Brecht dista tanto del aburrimiento como de la evasión. Si alguna reflexión suscita el anuncio de este montaje es que Calixto Bieito no es hombre proclive a ortodoxias ni rigideces. Posiblemente Bieito haya encontrado el Mackie Navaja en Jeremías Peachum y en todos esos personajes de los bajos fondos que pululan en La ópera de perragorda, fecunda fuente de inspiración.

Bertold Brecht fue necesario en la España de los años 70 cuyas aspiraciones de libertad pasaban por importar autores, corrientes y pensamiento considerados réprobos o vitandos. La normalización de la cultura por entonces encontraba todavía no sólo resistencia, sino hostilidad; José Luis Gómez, recién llegado de Alemania, tuvo la ocurrencia de poner en escena La resistible (evitable) ascensión de Arturo UI, pertinazmente titulada aquí por "irresistible". La ópera de perragorda, o de cuatro centavos o de tres peniques, etc... que de todas esas formas se ha traducido el texto de Brecht, es una obra capital de un autor que tiene muchas creaciones capitales. En ella están, o de ella pueden extraerse, muchos de los elementos épicos y dialécticos del teatro brechtiano. Es un puente entre el fuerte expresionismo de sus primeras obras y el didactismo más acusado de la siguiente etapa. Aunque el argumento no es original, Brecht sentía por ella predilección. La opera de perragorda está inspirada en la Begar’s Opera del inglés John Gay. Brecht dirigió su estreno en Berlín en 1928 y una de sus máximas preocupaciones fue que golfos, putas y bandidos parecieran respetables burgueses encantadores más que rufianes y ladrones.