Julio Iglesias en la fotografía que se ha utilizado para incontables memes.

Julio Iglesias en la fotografía que se ha utilizado para incontables memes.

Música

Julio Iglesias, orgullo nacional convertido en meme: una biografía culta para un mito antimoderno

Ignacio Peyró publica 'El español que enamoró al mundo', un libro en el que relata la trayectoria del inigualable artista, que protagonizó algunos de los cambios más trascendentales de nuestro tiempo.

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Que Julio Iglesias (Madrid, 1943) merecía una biografía a la altura de su personaje era una evidencia. Pero ¿cuál es la biografía adecuada para "el Sinatra español", para "el amante de América"? Aquí está, sospechamos, la controversia. Muchos pensarán que el encaje más adecuado sería una editorial superventas y que debería ir firmada por alguien de su círculo que, a su vez, conociera de primera mano el universo celebrity español, que al fin y al cabo ha sido el marco en el que hemos visto apolillarse su fotografía: de icono internacional a meme recurrente.

Cuando se desveló que ha sido Ignacio Peyró (Madrid, 1980), autor de un diccionario de cultura inglesa y traductor de Kipling, el que ha emprendido semejante tarea y Libros del Asteroide el sello que acoge el libro en su catálogo, más de uno se llevó —¿nos llevamos?— las prejuiciosas manos a la sienes. ¿Qué hace una biografía de Julio Iglesias, con lo que eso significa, en una de las editoriales punteras de ensayo en nuestro país? El español que enamoró al mundo tiene fecha de lanzamiento: el 24 de febrero.

Lo cierto es que ahora, con la perspectiva de haber degustado el libro como el libro reclama ser degustado, la sensación es que si tenía que contarse la historia del "embajador oficioso de la latinidad en el mundo", como lo define Peyró, no podía hacerse de otro modo. No con la pompa del Hola, que durante décadas contribuyó al forjado de su leyenda, sino a través de la mirada aguda —a menudo complaciente, pero siempre severa—, el tono más ajustado — sobrio por momentos, pero eminentemente burlón— y, en general, la chispa de la buena literatura.

Sabe Peyró que esta "epopeya", más allá de los trances dramáticos, es una fiesta de la ingravidez. Una sociedad aún pseudoanalfabelta, la España de los 70, que bebía los vientos por su nuevo héroe, un donjuán que personificaba al hombre hecho a sí mismo. Se decanta, por tanto, por un estilo desenfadado, de vocación hilarante, aunque no siempre los chistes son tan afortunados como el que habla del "caballero español a quien lo cortés nunca ha quitado lo caliente". Que prefiriera "las copas de Vat 69 a las copas de Europa" es más pedestre, qué duda cabe, pero quizás por lo mismo se ajusta mejor a la personalidad del biografiado.

Julio Iglesias es la máxima expresión de una dicotomía. Por un lado, el cantante más popular entre los latinos de Estados Unidos, el puente seminal entre nuestro país y el Nuevo Mundo si hablamos de socialité: su mansión en Miami sirvió de efecto llamada a los triunfadores de la época. Uno de los diez artistas más ricos del planeta, el que más discos ha vendido junto a Madonna y Elton John... Y "el español más reconocido del siglo XX tras Dalí y Picasso", según afirma Peyró. La viva imagen del éxito. ¿Cómo es que, entonces, desde aquí lo miramos con esta condescendencia?

"Su música pertenece al género de los placeres culpables", apunta con mucho tino el autor, que deja entrever con esta sentencia nuestros propios complejos, nuestro propio cinismo. Porque cantamos a voz en grito "soy un truhán, soy un señor", pero no le perdonamos que lo fuera. España ya no aprueba sus aireadas infidelidades, aunque hayan sido el germen de un relato desopilante a propósito de los hijos no reconocidos en distintos puntos del atlas. Y no le perdona, hasta ahí podíamos llegar, su gestualidad en el escenario, porque es demodé y en la nueva España lo rancio está proscrito.

Su intenso bronceado, su 'amachirulada' sonrisa de seductor antiguo... En esta España no cabe Julio Iglesias. Pero resulta que nació en 1943 y, por tanto, vivió la que le tocaba hasta que se marchó a Miami tras su separación con Isabel Preysler. Hasta entonces fue "un niño de derechas" —título sobre el que Peyró insiste— en el ocaso del Madrid franquista. Hijo del eminente ginecólo Julio Iglesias Puga, Papuchi para todos los ajenos a esta especialidad médica, el compositor en ciernes fue reclutado por el mítico Zamora para defender la portería del Real Madrid en las categorías inferiores.

¿El mito de que si no hubiera sido por un accidente de tráfico, volviendo de Majadahonda tras una correría juvenil con sus amigos, habría sido un portero histórico del club blanco? Falso, según Peyró. Más allá del susto, fueron solo unos rasguños. Lo que ocurrió es que le gustaba más la canción, y sobre todo los aplausos. Y eso que antes el padre Anselmo le había aconsejado que apostara por el fútbol cuando le escuchó entonar en el coro del colegio Los Sagrados Corazones.

Pero solo unos meses después del accidente, esto sí es una cruda realidad, le diagnosticaron un tumor en la médula espinal que le dejó postrado más de un año y a punto estuvo de acabar con su vida. Durante la durísima convalecencia, el practicante Eladio Magdaleno le regala una guitarra de tuno, con la que empieza a tantear sus primeras composiciones.

Esto sí es curioso: ¡Julio Iglesias quería ser autor de canciones para otros! ¿Quién se imagina ahora el verso "Me va, me va..." interpretado por alguien que no posara la palma de su mano extendida sobre su vientre? ¿Alguien que no inclinara el micrófono contra su boca mientras alzaba la cabeza para cantar Bamboleo?

Por suerte, compositores de la talla de Cecilia, que se marchó demasiado pronto, Manuel Alejandro y Ramón Arcusa, la mitad del Dúo Dinámico, vistieron su cancionero con himnos inolvidables. El destino pone a veces las cosas en su sitio, y lo mismo que desapareció el osteoblastoma del cuerpo del autor de Gwendolyne, su primera canción de amor, Londres lo recibiría para que sus pubs fueran testigos de sus primeros directos.

A mediados de los 60, Julio Iglesias pudo haberse impregnado de los nuevos vientos que trajo la música —Dylan, Cohen, Led Zeppelin, Bowie, The Beatles...—, pero anduvo "indiferente a la transformación del mundo", como apunta el autor, de nuevo certero. Esto debió ser un óbice para la discográfica Hispavox, que aún estarán arrepintiéndose de rechazar La vida sigue igual, la canción con la que el artista se presentó en sociedad. En Columbia, sin embargo, estuvieron más ágiles, y desde entonces conservan la distintiva marca de ser la compañía que lanzó la carrera de Julio Iglesias.

En realidad, tampoco fue pionero en la canción melódica, el género que lo encumbró, pero tuvo la habilidad para congregar a todos bajo la sotana de esa música ligera que se cantaba como un susurro. "Junto al Real Madrid, es la única expresión cultural de la derecha madrileña capaz de trascender en masa todas las clases", propone el autor, que no se guarda una sola consideración, por espinosa que a algunos les parezca.

Con la carrera de Derecho empantanada —aprobaría la última asignatura ¡en el año 2000!—, en su mente solo había espacio para su profesión... y para las chicas. Pero esto es lo que ya sabíamos: que logró el cuarto puesto en Eurovisión, que se casó con Isabel Preysler cuando la filipina estaba embarazada de Chábeli... Más allá del riquísimo anecdotario, en el que destacamos el rocambolesco secuestro de Papuchi por parte de ETA, lo más interesante que aporta Peyró a esta historia es la objetivación de algunas cuestiones indiscutibles.

Por ejemplo, que Julio Iglesias emitió el primer comunicado de divorcio antes de que se materializara la ley, en los albores de la democracia. El cantante de Hey, de Quijote y de Me olvidé de vivir protagonizó muchos de los hitos que jalonan nuestra historia reciente y participó en muchos de los cambios que han dado forma a nuestro tiempo. Y si no fue el artífice, estuvo muy cerca.

Entre las curiosidades más reseñables: se encontraba en Múnich cuando se produjeron los secuestros de los deportistas israelíes en los Juegos Olímpicos de 1972, en Guatemala cuando ocurrió el terremoto en 1976, fue tachado de comunista por decir que quería cantar en la Cuba de Castro, inauguró las olimpiadas de Seúl 88... Entre las más terrenales: animó a Felipe González a incluir las cadenas privadas en nuestra televisión, fue el máximo garante de Aznar en la campaña que le llevó a la presidencia... Aunque, un momento, esto tuvo poco de terrenal: más de 50.000 personas en Mestalla en 1996 para un mitin político. En realidad, fue cósmico.

"La historia de Julio Iglesias puede contarse desde muchas miradas: los ojos fervorosos de sus fans, la industria del espectáculo o la historia cultural hispánica", señala Peyró. Mientras todo esto ocurre, el cantante se encuentra en Miami, donde vive desde 1978. Atiborrado de éxito, es difícil pensar que le preocupe de más lo que su patria opine; ni siquiera respondió a Peyró cuando contactó con él para este libro. Sin embargo, también entenderá, porque es muy listo, que un personaje de su estatura merecía un acercamiento como este. 

No ha salido tan mal parado. Amén de los desencuentros con su gente de confianza, de los que el biógrafo da cuenta en este libro, y de la fortuna que al parecer lo ha acompañado siempre, Peyró se posiciona en contra del mito del latin lover desprendido. "El éxito y el mérito han caminado a la par", viene a decirnos. Creer que solo la fortuna (la suerte) ha amparado una carrera tan sideral como la suya es tan ingenuo como creer que solo su talento la ha propiciado. Y lo sabes.