Un fotograma de 'Jeanne Dielman...', de Chantal Akerman

Un fotograma de 'Jeanne Dielman...', de Chantal Akerman

Cine

50 años de 'Jeanne Dielman', "la mejor película de la historia": una obra maestra feminista y experimental

Chantal Akerman estrenó en 1975 su filme más emblemático, que desde 2022 encabeza el ranking de la prestigiosa revista 'Sight and Sound', por delante de 'Vértigo' y 'Ciudadano Kane'.

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En 1975, una joven Chantal Akerman presentaba en la quincena de realizadores de Cannes su tercer largometraje: Jeanne Dielman, 23, quai du Commerce, 1080 Bruxelles. Su particular título hacía referencia a la dirección donde vive la protagonista de la película en Bruselas, dentro de una propuesta cinematográfica radical e inmersiva. A lo largo de tres días, la directora filma la rutina habitual de una viuda ama de casa que por las tardes se prostituye para mantener a su hijo, hasta que un colapso personal provocará un drástico giro final.

Una monumentalidad experimental sobre lo cotidiano que The New York Times calificaría como "la primera obra maestra sobre lo femenino de la historia", que acaba de cumplir cinco décadas y que en 2022 fue elegida, en una controvertida decisión por la prestigiosa revista Sight and Sound, como la mejor película de la historia del cine por encima de títulos como Vértigo y Ciudadano Kane.

De hecho, hasta hace un par de años la película no estaba disponible en ninguna plataforma de nuestro país hasta que Filmin la rescató junto a otras obras emblemáticas de la cineasta belga, como Toute une nuit, News from home o su último trabajo, No home movie, realizado hace 10 años. Y además, desde el 8 de febrero Jeanne Dielman también está disponible de manera gratuita en el canal de YouTube de Arte.tv Cultura.

Con tan solo dieciocho años, Akerman comenzó a filmar en su Bruselas natal su primer corto, Saute ma ville (1968), en el que ya anticipaba sus intereses temáticos. Más tarde se trasladó a Nueva York, donde se relacionaría con varios directores de la escena underground con tendencia a la experimentación, empapándose de su enfoque contemplativo del entorno en un sentido tanto físico como temporal.

A raíz de aquella experiencia, en su posterior regreso a Bélgica, Akerman rodaría la citada Jeanne Dielman, 23, quai du Commerce, 1080 Bruxelles, su película más representativa e influyente hasta la fecha.

En ella, su protagonista Jeanne Dielman, a la que daba vida la feminista Delphine Seyrig, interpreta a una ama de casa de mediana edad a la que vemos realizar las habituales labores del hogar como planchar, limpiar, salir a comprar o preparar desayunos, comidas y cenas. Pero lo que normalmente el cine no muestra y pasa por alto, aquí se convierte en el centro neurálgico de una historia que se alarga hasta las tres horas, dando lugar a una película que dinamitaba las formas clásicas cinematográficas y situando en el centro de la acción el trabajo doméstico tradicionalmente realizado por mujeres.

Una experiencia extrañamente inmersiva

En este desmedido elogio de lo cotidiano, la descripción exhaustiva de las actividades y su dilatación temporal acerca la película a la intencionalidad del cine documental, pero con una pequeña diferencia: no revelando al objeto sino creándolo a la vez que borra la línea entre la realidad y la representación.

Chantal Akerman. Foto: Gorup de Besanez (CC BY-SA 4.0)

Chantal Akerman. Foto: Gorup de Besanez (CC BY-SA 4.0)

La práctica totalidad del metraje transcurre en medio de un silencio total y absorbente que solo contiene sonidos naturales y que es interrumpido, en contadas ocasiones, por algunos escuetos y fríos diálogos entre la protagonista y su hijo durante los desayunos y cenas que comparten o por el estridente sonido del llanto del bebé perteneciente a una vecina (a la que nunca veremos) que lo deja a cargo cada mañana a Jeanne para su cuidado.

Da la impresión de que Jeanne Dielman ejecuta sus tareas domésticas de manera robótica y eficiente —a destacar, la larga escena de la meticulosa preparación del café mañanero, consiguiendo un extraño efecto casi hipnótico—, con una expresión de resignación constante, así como el flagrante hermetismo con el que recibe en su domicilio a los distintos clientes que la visitan, tratados en todo momento con una frialdad desprovista de cualquier mínima empatía.

Pero, de alguna manera, también se hace inevitable que las rutinas ejecutadas por su protagonista (lavar los platos, limpiar la casa, hacer la cama, ducharse, cocinar...) resuenen tan cercanas durante su visionado en nuestras actuales existencias (sobre todo a raíz de la pandemia y del teletrabajo) y que todos repetimos religiosamente, tal y como hace ella, día tras día. Al final todos somos Jeanne Dielman cuando estamos solos en casa.

Pero la obra de Akerman —que con el tiempo abarcaría más de 40 títulos, siendo reconocida internacionalmente en festivales como Locarno, Venecia y Toronto— resultó absolutamente reivindicativa en su momento, producto de una mirada personal que combatía la representación tradicional de la mujer en el cine a través de una depuración absoluta en lo estético y un compromiso feminista que buceaba en la exploración de secuencias tan largas como vía narrativa.

Un fotograma de 'Jeanne Dielman', de Chantal Akerman

Un fotograma de 'Jeanne Dielman', de Chantal Akerman

De hecho, la propia autora reconoció de esta manera el origen de su idea para el filme: “La película está construida sobre imágenes cotidianas que quedaron grabadas en mi infancia, momentos personales relacionados con mi madre y con las demás mujeres que me rodeaban en aquel momento”. Y añade: “Es cierto que todos los hombres han tenido una madre, pero muy pronto aprenden que para ellos los verdaderos valores están en otra parte; ellos generalmente no hacen cine con una mujer lavando los platos, por eso creo que no es coincidencia que fuera yo quien usara estos recuerdos específicos en una película”.

En definitiva, Jeanne Dielman supone una propuesta tan radicalmente artística que ahora mismo sería más probable su exhibición como videoinstalación en alguna galería de arte o como proyecto teatral de vanguardia que su proyección en una sala de cine. Un reto que pone a prueba la paciencia del espectador durante sus particulares 180 minutos de duración hasta los últimos instantes de la película, donde la aparentemente pacífica rutina colapsará de manera impredecible y trágica en una catarsis en la que por fin podremos ver a su protagonista sonriendo con cierta liberación.

Una decisión controvertida

En 2022 se formó un revuelo considerable dentro de la comunidad cinematográfica cuando la revista Sight and Sound eligió en su encuesta decenal el filme de Chantal Akerman como la mejor película de la historia del cine, por encima de títulos como Vértigo, Ciudadano Kane, 2001: una odisea en el espacio o Mullholland Drive.

La conocida encuesta de la prestigiosa revista se produce cada diez años. En su primera edición de 1952, la ganadora fue El ladrón de bicicletas, luego Ciudadano Kane le tomó el relevo durante varias décadas, y en 2012 Vértigo se hizo con el primer puesto. La tradicional y popular encuesta de la publicación británica pregunta a críticos, académicos, programadores y archivistas de todo el mundo por las diez mejores películas de la historia del cine, duplicando su muestreo hasta los 1.639 participantes en su última encuesta de 2022.

En 2012 se impuso una regla: títulos que son parte de una saga hay que separarlos. Por poner un ejemplo, cada título de The Godfather es considerado de manera individual para la votación. Pero el punto de giro más importante fue que en ese mismo año se amplió la procedencia geográfica de los encuestados con el fin de lograr una apertura participativa en lo referente a género, etnia, raza, región geográfica y estatus social. 

Tal y como relataba el crítico cinematográfico Carlos Reviriego hace un par de años en El Cultural, la encuesta de Sight and Sound tradicionalmente no prioriza el orden de las diez películas que cada votante escoge sino que la revista solicita un listado de diez títulos sin importar el orden. Todas las películas tienen el mismo valor, es decir: un título, un voto. De tal manera que una gran parte de los votantes hicieron sus listas con la intención de incluir al menos una mujer directora entre sus diez favoritas, y la opción más reconocida es y siempre ha sido la película de Akerman, resultando la número uno basado en esa cuota.

De este modo, parece que el “imperio de las cuotas” acaba produciendo un resultado del canon que resulta más político que estrictamente cinematográfico, no respondiendo tanto al gusto sino a la sensibilidad política que conforma nuestro presente. Un termómetro que parece anunciar la muerte del tradicional crítico cinematográfico en favor del gobierno ideológico de las lecturas políticas del cine.

Todo indica que el canon será cada vez más mutante, que el fenómeno Ciudadano Kane (en el primer puesto durante 50 años) no se volverá a producir y que la corrección política, por un lado, y la ampliación horizontal del gusto por otro, probablemente muestren en un futuro lecturas significativamente distintas.

Pero lo que está claro es que con el paso del tiempo Jeanne Dielman, 23, quai du Commerce, 1080 Bruxelles no ha perdido ni un ápice de su fuerza artística y que su visionado íntegro sigue suponiendo todo un desafío fílmico en una época tan exageradamente acelerada como la que vivimos.