'El buscavidas' (1961)

'El buscavidas' (1961)

Cine

Paul Newman, 100 años de la indomable mirada azul

Fuera héroe o antihéroe, con el torso desnudo, en camiseta o con una corbata que le sentaba como a pocos, representó una virilidad esencial, no tóxica, hecha de fortaleza y fragilidad.

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¿En qué consistió el hechizo que Paul Newman (Shaker Heights, 26 de enero de 1925 - Westport, 26 de septiembre de 2008) ejerce sobre millones de espectadores y, a qué negarlo, espectadoras de varias generaciones? Confirmadas sus cualidades actorales, no fue baladí su gancho físico: noble cabeza de amplia frente, nariz alargada, cabello rubio rizado y, factor determinante, ojos azules de deslumbrante claridad.

Fuera el héroe o el antihéroe, con el torso desnudo, en camiseta o con una corbata que le sentaba como a pocos –véase su detective de Harper, investigador privado (Jack Smight, 1966)–, Newman representó una masculinidad esencial, no tóxica, hecha de fortaleza y vulnerabilidad: más perdedor que ganador, en su itinerario hacia finales más aciagos que felices, recibió tremendas palizas que soportó con indómita entereza. Esa entereza física, aun interpretando a un delincuente o a un tunante, solía ser reflejo de un vigor moral. Solitario e introspectivo, parecía tener un mundo interior complejo y por descifrar, necesitado de atención y consuelo.

Nacido en Ohio, hijo de emigrantes centroeuropeos –su padre, de origen judío; su madre, católica–, Newman hizo estudios universitarios de Economía en Kenyon y de Artes Escénicas en Yale, complementados en el Actor’s Studio, de ahí que supiera mirar tan magníficamente hacia el suelo. Sus prestaciones en la Marina durante la II Guerra Mundial retrasaron sus inicios como actor.

Después de un remarcable papel, como el boxeador Rocky Graziano, en Marcado por el odio (Robert Wise, 1957), su eclosión llegó en 1958, el año más importante de su vida. No era un jovenzuelo, tenía 33 tacos de los de entonces y un matrimonio a sus espaldas con la modelo Jacqueline Witte, de nueve años de duración y con tres hijos.

En 1958, Newman estrenó tres películas decisivas: La gata sobre el tejado de zinc (Richard Brooks); El zurdo (Arthur Penn), wéstern sobre el forajido Billy el Niño, y El largo y cálido verano (Martin Ritt).

Paul Newman y Elizabeth Taylor en 'La gata sobre el tejado de zinc' (1958)

Paul Newman y Elizabeth Taylor en 'La gata sobre el tejado de zinc' (1958)

Cuando empezó a asentar su carrera, los grandes directores del periodo clásico estaban, con excepciones, de capa caída o de (larga) salida. Irrumpían los cineastas que, como Penn y Ritt, se habían forjado en la pequeña pantalla, en la Generación de la Televisión. El humanista Martin Ritt fue un director importante en su trayectoria con la historia romántica de Un día volveré (1961) y dos wésterns, Cuatro confesiones (1964) y Un hombre (1967), antecedente del crepuscular El juez de la horca (John Huston, 1972).

Stuart Rosenberg, otro director de la Generación de la Televisión, fue fundamental. Hicieron juntos cuatro películas, y una de ellas (La leyenda del indomable, 1967), con aquel penado que aguantaba orgulloso apaleamientos y castigos, prestó al actor su aureola de tenaz irreductible.

Y un cuarto director de la generación televisiva, el incombustible Sidney Lumet, habría de regalar a Newman un gran triunfo personal y comercial, en el inicio del tramo final de su recorrido, con el abogado de Veredicto final (1982). El actor estuvo activo en la pantalla durante seis décadas y completó una filmografía de más de cincuenta películas.

Aquellos directores televisivos de los 50 fueron progresistas, lo que cuadraba con un Newman que fue comprometido adalid del Partido Demócrata, activista de los derechos humanos y civiles y filántropo que dedicó los beneficios de su empresa de salsas para aderezar ensaladas, Newman’s Own, a causas sociales. Y tuvo una afición dominante: pilotar automóviles en competiciones, como Le Mans, en las que obtuvo grandes resultados.

Newman, en 'La leyenda del indomable' (1967)

Newman, en 'La leyenda del indomable' (1967)

En su prolongada despedida, ya sexagenario, y junto a películas que no dieron de sí lo que se esperaba (Ausencia de malicia, Esperando a Mr. Bridge, El gran salto, Ni un pelo de tonto...), Newman obtendría dos netas satisfacciones. Con el casi postrero mafioso de Camino a la perdición (Sam Mendes, 2002), logró su novena nominación al Oscar como actor.

Pero en 1986 había conseguido, ¡por fin!, la aplazada y merecida estatuilla gracias a El color del dinero, la prolongación que le proporcionó Martin Scorsese –el único, prácticamente, de los renovadores directores norteamericanos de los años 70 que se interesó por él– del personaje, ya con bigote y canas otoñales, de Eddie Felson, el agónico jugador de billar que había interpretado magistralmente en El buscavidas (Robert Rossen, 1961).

De un actor tan inmensamente popular, todo espectador mataría por defender su película favorita. Sin embargo, para los historiadores y críticos de cine, la mejor película de Paul Newman fue El buscavidas.

Pero estábamos en 1958, su año crucial. En La gata sobre el tejado de zinc hizo su primer Tennessee Williams, al que volvería con Dulce pájaro de juventud (1962), de nuevo bajo la batuta de Richard Brooks, y, por tercera vez, en su último largometraje como director, El zoo de cristal (1987).

Con Joanne Woodward en 'El largo y cálido verano' (1958)

Con Joanne Woodward en 'El largo y cálido verano' (1958)

En La gata..., el inminente icono de la masculinidad, no tuvo inconveniente en representar a un personaje alcohólico, Brick Pollitt, que se movía entre la impotencia sexual y la criptohomosexualidad, acuciado por el demandante deseo de su esposa, una bellísima y categórica Elizabeth Taylor.

Aunque Newman trabajó con grandes y hermosas actrices, no consta en el imaginario sobre él un arquetipo de seductor a piñón fijo, tal vez porque no fue emparejado repetidas veces, como otros, con la misma intérprete. Al contrario, en la memoria de los espectadores de varias generaciones, sobre todo de las más jóvenes, Newman aparece asociado, cosas de la amistad entre hombres, a Robert Redford, su pareja en las muy zascandiles y exitosas historias de atracadores de Dos hombres y un destino (1969) y de timadores de El golpe (1973).

Con Robert Redford en 'El golpe' (1973)

Con Robert Redford en 'El golpe' (1973)

En realidad, su pareja femenina, dentro y fuera de la pantalla, fue la actriz Joanne Woodward, con la que se casó en el reiterado 1958, hizo dieciséis películas, tuvo tres hijas más y vivió, retirado en Connecticut, subrayando con su fidelidad su masculinidad fiable, durante cincuenta años.

Con la inteligente, divertida, culta y atractiva Woodward –ganadora del Oscar mucho antes que él, por su asombrosa interpretación en Las tres caras de Eva (Nunnally Johnson, 1957)–, Newman había coincidido en Broadway en 1953, interpretando Picnic, y volvió a coincidir en 1958, ya para siempre, en la faulkneriana El largo y cálido verano.

En su distinguida carrera de cinco películas como director de hechuras europeas y autorales, Woodward fue la elegida para protagonizar Rachel, Rachel (1968) –premio para ella en Cannes–, El efecto de los rayos gamma sobre las margaritas (1972), Harry e hijo (1984) y la mencionada El zoo de cristal.

Como recuerda en su autobiografía, La extraordinaria vida de un hombre corriente (Cúpula, 2022), la sombra densa que nubló su felicidad, con culpa y dolor, fue la muerte, en 1978, a los 28 años, por sobredosis de alcohol y psicotrópicos, de Scott, su inestable hijo primogénito. Ahí se quebró su íntima entereza.