Gonzalo Suárez

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Último pase por Alberto Ojeda

Gonzalo Suárez: cómo entrevistar a un futbolista y no morir de aburrimiento

Bajo el pseudónimo Martín Girard, fue cronista deportivo, hoy legendario, que se desesperaba con las figuras del balompié y se resarcía con los boxeadores sonados, como recoge en 'La suela de mis zapatos'

6 agosto, 2020 09:33

César González Ruano le pregunta a Gonzalo Suárez qué diferencia hay entre un periodista y un escritor. Y este responde: “Ninguna. Un periodista debe ser escritor y viceversa”. Queda clara así la actitud y la exigencia con la que afrontó, en los años 60, sus colaboraciones con la prensa escrita bajo el seudónimo de Martín Girard. Firmaba con él entonces en publicaciones como La gaceta ilustrada, el semanario Dicen, el diario vespertino El Noticiero Universal y La Vanguardia. Abarcaba sucesos, cultura, sociedad y mucho deporte, que es la faceta por la que le traigo aquí a colación, para homenajearle, por considerarle maestro y pionero. Recuerdo cuando le entrevisté con motivo del lanzamiento coincidente de su novela El síndrome de albatros y una compilación de sus cuentos (Las fuentes del Nilo). A la media hora ya estábamos hablando de su experiencia en Italia como asesor técnico de Helenio Herrera: hacía miles de kilómetros para elaborar informes de los rivales del Inter. Yo, italófilo y futbolero, embelesado. Y él, por un buen rato, desentendido de la máxima umbraliana ‘yo-he-venido-aquí-a-hablar-de-mi-libro’. Generoso y abierto, en fin.

La conversación con González Ruano se recoge en una selección de textos de esa época que preparó en 2006 para Seix Barral. La tituló La suela de mis zapatos, que desgastó por las calles de aquella Barcelona sesentera en la que la gauche divine, con la que tuvo buena relación aunque sin dejar de marcar distancias, intentaba desinhibirse en templos nocturnos como Bocaccio de la pesada mezcla de franquismo y aburguesamiento biempensante que les rodeaba. Allí irrumpió Gonzalo Suárez y rápidamente se fue haciendo un nombre gracias a su descaro, su humor grave y surreal y sus preguntas como puñetazos (entrevistar, por cierto, a boxeadores sonados fue una de sus especialidades).

Tuvo Suárez (perdón, Girard) una ventaja que supo aprovechar bien. Helenio Herrera, uno de los entrenadores más revolucionarios de la historia del fútbol, era el segundo marido de su madre. Un contacto que le abrió muchas puertas de jugadores y figuras prominentes del balompié. De hecho, se estrenó con una entrevista al propio HH. Como su parentesco era de dominio público, intentó disimularlo bajo un pseudónimo. Optó pues por el apellido Girard, un guiño a su mujer, y por el nombre Martín, porque, explica, le sonaba muy periodístico. Y bautizado así marcó una época, coincidiendo con el tan ponderado Nuevo Periodismo anglosajón de Mailer, Wolfe, Talese y compañía. Es decir, escribiendo en prensa con intención literaria, como le advertía a González Ruano.

“Martín Girard no era tanto un seudónimo como un rol que encubría mi timidez transmutándola en osadía, cuando no en sardónica agresividad. Pero, eso sí, sin faltar a la verdad. Salvo, quizás, cuando emitía opiniones, subjetivas, generalmente irónicas y a menudo impertinentes. No siempre. A veces, incluso filosóficas. Casi nunca exentas de humor. Dependía del entrevistado, de las circunstancias y de si, antes, había tenido ocasión de desayunar café con croissant”, consigna a modo de autosemblanza en el arranque del libro.

Realmente, la máscara le otorgaba un valor suicida. Su filípica contra el presidente de la Federación Española de Boxeo es de una virulenta mordacidad que asombra y recuerda, mutatis mutandis, a las que pronunciaba José María García durante su campaña de acoso y derribo de Pablo Porta (“Pablo, Pablito, Pablete”). Básicamente, le acusa de no proteger médicamente a los púgiles y de utilizar medios afines para ensalzar su gestión, a su juicio, venal y desnortada. Hay otra embestida de ese estilo dirigida al presidente del Español. La mala leche se desborda. Le culpa del sindiós en que se ha convertido el juego del club periquito a pesar de contar con Kubala, lo que inevitablemente remite, por cierto, a su triste situación actual, abocado ya sin remedio a la segunda división. La descripción del partido celebrado en Sarrià que suscita la denuncia es demoledora: “Veintidós señores en pantalón corto, tropezando unos con otros, mientras el viento se ocupaba de mover el balón”.

También va a saco contra el presidente de la Federación de Fútbol Catalana, por dejar completamente desprotegidos a los árbitros de categorías inferiores, que pitaban en campos rebosantes de cavernícolas sin contar siquiera con la prescriptiva pareja de la Guardia Civil para protegerles. Y así pasaba: que se llevaban palizas y pedradas un domingo sí y otro también. Una vez, estuvo a punto él mismo de recibir una buena somanta de palos. Había ido a hacer a un campo de Tercera División un reportaje sobre la violencia y le confundieron con un miembro del cuerpo técnico del equipo visitante, el Vilanova i la Geltrú (el local no lo cita, para no manchar la reputación del pueblo catalán en cuestión) y le rodearon para darle ‘su merecido’. “Los ojos refulgían, las bocas espumarajeaban y los puños se alzaban amenazadores. Uno de ellos blandía, a modo de batuta, una estaca”, recuerda. Se salvó, ya destapada su verdadera identidad, advirtiéndoles que si le tocaban sería el mejor final para su reportaje. Es, en fin, un buen detalle que defendiera desde su popularidad creciente a un gremio tan maltratado en aquella España cerril.

Sus entrevistas con los jugadores más relevantes del momento le hacían vivir experiencias completamente opuestas: de puro tedio. Dice que Luis Suárez, al que trató mucho en la época en que estuvo en el Inter, cuando hacía de ojeador de Helenio Herrera, era la insulsez personalizada. Muy buen tipo, sí, pero insulso a más no poder. Imposible sacarle un titular. Girard, en cualquier caso, le defiende. “La insulsez es síntoma de sabiduría”. Lo hace después de afirmar lo siguiente: “Es cosa sabida. Los grandes futbolistas solo hablan con los pies”. Como periodista cultural, habituado a largas peroratas de interlocutores cultivados, he admirado siempre de mis colegas deportivos tener que armar textos sugerentes a partir del laconismo y las frases hechas con que suelen despacharse la mayoría de los deportistas mediáticos. Hay numerosas excepciones, conste. No lo era entonces Di Stefano, al que Girard llama “el huraño”: “Los futbolistas suelen ser muy aburridos a la hora de responder al entrevistador, salvo que estén en venta o estén enfadados. Con una excepción. La de Alfredo Di Stefano, que, aunque siempre parecía enfadado, nunca dejaba de ser aburrido”.

Eso sí, en descargo del jugador, invoca una esclarecedora sentencia de su mentor, HH: “Pelé era un gran director de orquesta. Maradona era un genial solista. Pero Di Stefano era la orquesta entera”. Y añade de su propia cosecha: “Ese hombre orquesta lo hacía todo bien. Defendía, repartía juego, atacaba y marcaba goles. Sin alharacas ni demostraciones circenses. Con inusitada sencillez. En sus mejores tiempos, corría y pensaba rápido. Con la edad, hasta los 40 camuflados, siguió jugando y pensando rápido, aunque hubiera perdido las cualidades que le valieron el sobrenombre de La Saeta Rubia. Es decir, la velocidad y el pelo”.

Girard, por su parte, perdió la afición por el periodismo pronto. Vio que era un registro demasiado acotado para sus pretensiones morales y literarias. Un artículo comprensivo con un pirómano que quemó una fábrica del Prat de Llobregat le hizo toparse con la censura: él desvelaba las miserables circunstancias en que se había criado, dentro de esa zona industrial pestilente de Barcelona, y venía a concluir que, por ese motivo, no le extrañaban reacciones radicales como la suya. Se fue desengañando. Y decidió colgar la máscara: “Martín Girard se cansó de actuar como contable de cosas que pasaban de verdad y se volvían de mentira al ser publicadas. Por eso lo maté”. 

@albertoojeda77

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