James-Robert-Baker

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Tengo una cita por Manuel Hidalgo

'Mejor productor', una bomba

La novela de James Robert Baker es una de las mejores (y más crudas) jamás escritas sobre el Hollywood alternativo, rupturista y decadente

2 septiembre, 2019 14:16

No es que la técnica narrativa adoptada sea lo más importante de Mejor productor, pero es, desde luego, por su dificultad de manufactura, por su extremo virtuosismo y por su enorme eficacia, muy importante. Decisiva. James Robert Baker (1946-1997) abre su libro con una nota de agradecimientos. Dice: “Esta historia oral de Shark Trager (un hombre al que Edmund R. Frye describió como “el arquetipo de genio productor de Hollywood y, por tanto, el ejemplo definitivo de monstruo narcisista de ese arte atrofiado que representa el ocaso de la civilización”), este documental impreso, habría sido imposible sin la sinceridad de un gran número de personas, la mayoría de las cuales hablan en estas páginas con una elocuencia franca, honesta y, a menudo, conmovedora. Algunos testimonios han quedado “fuera del montaje final” por razones de estructura, pero se han ganado mi gratitud por su honestidad, pese a ser redundante en ocasiones”.

Historia oral, documental impreso, testimonios, montaje final. Mejor productor se estructura y se configura mediante los testimonios orales, introducidos de forma directa, debidamente ordenados, de numerosas personas que conocieron y trataron estrechamente a Shark Trager. Esos testimonios forman un enorme, meritorio y asombroso puzle que, con profusión de ángulos y puntos de vista ensamblados sin transiciones ni comentarios en un prodigioso montaje, reconstruye cronológicamente y sin perderse la vida de Shark Trager al modo de un documental cinematográfico. Pero, aunque sabe, huele y suena a documental cinematográfico, se trata, en efecto, de un documental impreso.

Pero tampoco. Ni Shark Trager ni todas las personas -amigos, familiares, colegas, amantes etc.- que hablan de él existieron jamás. Ni, por supuesto, el tal Edmund R. Frye, que anticipa con ironía -monstruo narcisista, arte atrofiado, ocaso de la civilización- el juicio que algunos lectores y críticos podrían emitir sobre Trager y el cine.

Shark Trager nunca existió, pero han existido y existen muchos como él. Y como el resto de personajes. Y como el universo cinematográfico que Baker pone en pie. Y como el país, Estados Unidos, que Baker recrea y documenta -sociedad, política, vectores culturales, droga, rock, películas, sexualidad etc.-, esta vez con muchos hechos, títulos y nombres reales, a lo largo de las más de 550 páginas de este libro extraordinario y enfermo, durísimo, de deslumbrante brillantez, y que, por supuesto, es una novela, tal vez una de las mejores (y más crudas) novelas jamás escritas sobre Estados Unidos, sobre Estados Unidos entre 1950 y 1988, sobre el mundo del cine (una parte) durante ese periodo, que es el periodo de la tormentosa, convulsa y desquiciada vida de Shark Trager, el proletario hijo de un gasolinero, un hombre que no fue amado -ni por su energuménico padre supremacista ni por su destrozada y prematuramente desaparecida madre-, ni consiguió amar en condiciones a la chica de su vida, la rica y hermosa Kathy Petro, hija de un magnate del petróleo y luego modelo y actriz de éxito.

Shark Trager nació abruptamente en un autocine y murió, acribillado por la policía, cuando su automóvil, a toda pastilla, rasgó la cara de su amada proyectada en la pantalla de unos multicines y fue a estrellarse contra las butacas ocupadas por niños de una asociación neonazi.

La historia de Shark Trager, unida a la historia de su país y al mundo del cine, es la historia política y social -y de clases- de toda una nación y de su cultura popular, es parte de la historia de un Hollywood alternativo y rupturista y también decadente, es la historia del ascenso y caída -se alternan constantemente en una montaña rusa frenética- de un director y productor de cine de talento, es la historia de un niño desolado y desolador que llega con mil tropiezos y accidentes a la cumbre hasta despeñarse -como a cada momento- estrepitosa y definitivamente. Y es también -¿sobre todo?- una triste, trágica e imposible historia de amor, la de Shark y Kathy.

La violencia, el sexo y las drogas, en manifestaciones constantes y al límite, son, junto al cine -para deleite intenso de cinéfilos- y con la historia colectiva de una generación, una ciudad (Los Ángeles) y de un país, los ingredientes esenciales de esta novela extrema, que algunos críticos insertaron en su momento -muchos, con repelús y rechazo- dentro de la corriente conocida como “ficción transgresiva”.

James Robert Baker, que se suicidó en 1997, a los 51 años, publicó con éxito desigual -triunfos y fracasos- varias novelas (inéditas en España), escribió guiones para Hollywood y dirigió dos películas independientes. Homosexual en conflicto y con severos problemas con las sustancias, su suicidio tuvo que ver, al parecer, con la depresión que le produjo el rechazo general que obtuvo cuando, en la que sería su última novela (Tim and Pete, 1993) abogó, según se interpretó -se desoyeron sus matizaciones- por el asesinato e, incluso, el magnicidio como modo de enfrentarse a las autoridades políticas que, a su juicio, no gestionaban adecuadamente el problema del sida.

La lectura de Mejor productor -que ha editado Libros Walden, con traducción de Manuel Moreno y prólogo de Guillermo Alonso- hace pensar en un escritor superdotado, trabajador y febril, con una capacidad gigantesca para todo aquello que pone en juego en su novela: infinidad de personajes principales y secundarios, ritmo frenético, diálogos cortados a cuchillo, un sinfín de referencias políticas, sociales, culturales y cinematográficas, escenas delirantes e hilarantes y una combinación explosiva de drama, humor, erotismo, violencia y ternura que atiende tanto al escenario colectivo como a la intimidad psicológica y emocional de cada uno de sus abundantes protagonistas y secundarios. Un apocalíptico panorama de desorden, desmesura y descontrol férreamente organizado, matizado y medido. Asombroso.

¿Y cómo era Shark? “Shark era un cerdo narcisista, indolente y egomaníaco al que nunca le importó una mierda nadie excepto él mismo”, dirá de él Sue Schlockman, que fue su mujer por un tiempo breve.

Pero Shark -“tiburón”, en inglés- tenía otra idea de sí mismo. Dirá otro de sus amigos: “”Me gustaría que ese fuese mi epitafio”, me dijo Shark una vez cuando terminamos de ver Sed de mal. Se refería, por supuesto, a las palabras de Marlene Dietrich tras desplomarse Orson Welles en el canal lleno de basura de Venice: “Era un hombre extraordinario”. Y añade, de forma conmovedora: “¿Qué importa lo que digan los demás”?

Un cerdo narcisista (como poco), un hombre extraordinario (como mucho). “Sed de mal” es una de las decenas y decenas de películas que se citan en Mejor productor y su presencia planea a lo largo de toda la novela como planea la figura abyecta, pero querida por quien le amó a pesar de todo, de Hank Quinlan, el policía corrupto que interpretaba en ella Orson Welles. Esta novela brutal e hiriente no es para cualquier sensibilidad, desde luego, pero es una gran novela y, ciertamente, de lectura inexcusable para todo buen aficionado al cine.

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