El escritor peruano Gustavo Faverón. Foto: editorial Candaya

El escritor peruano Gustavo Faverón. Foto: editorial Candaya

A la intemperie

Gustavo Faverón, un novelista excepcional

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¿Es el peruano Gustavo Faverón un gran novelista? Leí con placer El anticuario, que prometía un novelista atrevido, un novelista que buscaba desde la primera hora de su creación narrativa un estilo en el que envolver la idea de su mundo novelesco posterior.

Leí Vivir abajo por consejo de su editor peruano Germán Coronado. Leí esa novela con creciente asombro, página a página, y tratando de ponerme en la piel del novelista. Es un libro extraordinario, que tiene poco que ver con las novelas de lengua española que leímos hace unos años. Era una novela distinta a todas de un novelista distinto a todos que se ponía a disposición absoluta de un instinto narrativo descomunal, lleno de información y donde la crueldad humana —al frente de las cuales están en el texto las dictaduras latinoamericanas— se dibuja y disecciona tal cual es en la realidad, de modo que el resto —el elemento añadido de la ficción y la fantasía— de la novela era toda ella entera realidad.

Abandonen toda esperanza aquellos lectores de fin de semana que no están capacitados para entender lo que se lee en Vivir abajo; lo que se lee y lo que se aprende y lo que se da como reflexión es el mundo paralelo que hace unos meses Faverón terminó de escribir y se publicó bajo el título de Minimosca. Resultado literario, a mi entender: es una novela superior a Vivir abajo, muy difícil de escribir en el mismo ritmo galopante que esta.

A Faverón, hace unos años, el movimiento Me Too, desde los Estados Unidos a Argentina, pasando por el Perú hasta llegar a México, trató de demolerlo con una denuncia falsa que tenía que ver con acosos sexuales. Nada de nada. No pudieron con el gladiador, que no dejó ni un minuto de defenderse hasta el cansancio de las activistas, mientras nos regalaba al mismo tiempo a los lectores la ya citada Vivir abajo.

Ahora salta al ruedo editorial Minimosca, una novela de 700 páginas, lo que ya es una osadía y una declaración de guerra a los mediocres gustos literarios del siglo XXI. Minimosca es la guerra, la belleza artística y literaria de la destrucción que vemos en nuestro mundo decadente, camino del suicidio de la especie a través de la violencia que sólo un novelista excepcional puede escribir con ese estilo tan exacto: el estilo Faverón.

Verán que esta no es una nota de lectura ni es mi intención. Sí es mi idea reivindicar de una vez a Gustavo Faverón como el novelista que es capaz de dibujar con su estilo artístico la crueldad histórica del mundo y el infierno de Dante. Porque Minimosca es de una belleza literaria dantesca; es decir, se relaciona con ese lugar de la Divina Comedia de donde el pomposamente llamado Homo sapiens parece no haber salido nunca.

Además, en Minimosca está el cine de esa misma dimensión —la crueldad humana—, está la locura de Pollock creando las maravillas al mismo tiempo que rompiendo con su estilo delirante los viejos estilos narrativos entonces ya medio muertos. ¿Y la historia? La historia en Minimosca es fundamental; sus referentes, los episodios, sus luchas constantes, su crueldad siempre presente se mezclan con la ficción con una genialidad literaria excepcional, lo que hace que el lector informado lea cada página de la novela como yo las he leído y había leído antes Vivir abajo: con creciente asombro.

Además, es obvio que Faverón fabrica sus novelas peleándoselas frase a frase, referencia a referencia, y luego las hilvana con ese mismo estilo totalizador como si todas fueran iguales. Y aquí está ya: la novela total. Tuve esa impresión leyendo Vivir abajo y ahora ya estoy convencido, tras leer Minimosca —700 páginas, señores y señoras lectoras— de que el conejo eléctrico que persigue su galgo corredor en la soledad de un canódromo imaginario y fantasioso es la novela total. ¡En estos tiempos ir detrás de Dulcinea es la actitud de un hereje quijotesco que no se vende a mercantilismos ni a gustos editoriales hoy tan en boga!

Minimosca es una lección narrativa de primera magnitud. El novelista no pensó en otra cosa, mientras escribía la novela, ni en hipotéticos lectores ni en contratos editoriales ni en subsiguientes halagos críticos. Pensó sólo en el texto, en la novela, en su música lírica y gramática, en su dureza —tal la dureza de la crueldad—, en su totalidad argumental de la novela. Y la pensó y la escribió sin censuras como las que hasta ahora hemos citados, modas, dineros, hipotéticos lectores, etcétera.

No me atrevo todavía a decir que Faverón sea un gran novelista, aunque lo parece y con creces. Sí sé que es un novelista probado, maduro, avezado, atrevido, informado, con una mochila de conocimientos que lo convierten en un novelista excepcional. Lean Minimosca y leerán el mundo de siempre. ¡Qué diferencia tan enorme con la inmensa cantidad de estupideces que se publican hoy con el nombre de novela!