Exposiciones

Alberto Corazón, dibujo, color, línea y superficie

26 enero, 2006 01:00

El bodegón habla de otras cosas

Marlborough. Orfila, 5. Madrid. Hasta el 3 de febrero. De 6.200 a 51.100 €

En su anterior exposición en Marlborough, la labor pictórica de Alberto Corazón (1942) presentaba su doble cara. Por un lado había obras tocadas por lo incendiario, pinturas de colmenas en llamas y acantilados, celebraciones dramáticas de la vida y la luz en el crepúsculo y del fuego en la noche. Pero se presentaba también otra faceta sosegada, con el color vivo y básico y su temblor como métodos y el bodegón como motivo recurrente. Era otra celebración de la vida, de la fiesta de la mesa y la naturaleza, de la domesticación de lo salvaje. Un tipo de pintura que le acercaba al Matisse maduro.

Por esa segunda vía transcurre esta individual del madrileño. El bodegón habla de otras cosas consiste en una treintena de óleos sobre lienzo (y algunas esculturas en bronce y madera) a los que acompaña un libro del mismo título con reflexiones del artista sobre tal género pictórico y su Historia.

Corazón da vueltas aquí a las posibilidades de su noción de naturaleza muerta y de una técnica que (como bien explica Guillermo Solana en la introducción de catálogo) descubre por su propio camino aquéllo que Matisse encontrara en sus papiers découpés: una forma de integrar dibujo y color, línea y superficie. De hecho, en estas pinturas se ve a un artista que ha encontrado la autoridad en el peso de un mundo pictórico propio a la vez que una libertad lúdica en la liviandad de su obligación y en lo ilimitado de las posibilidades que se abren. Los motivos, esquemáticos, pero reconocibles (hoja, frutero, botella, frutas…) se repiten como esenciales. Los bodegones están sobre mesas, veladores o se han convertido en pintura aún sobre el caballete. Los fondos son neutros, sólo distinguiéndose lo diurno de lo nocturno o lo exterior de lo interior. El punto de vista apenas varía. Todo está detenidamente en fuga.

Así, estas obras consisten desde luego en el goce del pintor en la exploración de los no-límites de su obra, lo mismo que en el temblor estético de ese goce hacia fuera pero, además y sobre todo, son la contradictoria celebración de la imposible captura del tiempo en fuga, la crónica melancólica de una plenitud y una belleza vislumbradas que se disuelven en el tiempo para ser pintadas: un testimonio del círculo vicioso del pintor, la duración y la pintura.