Image: Buetti, artista de género

Image: Buetti, artista de género

Exposiciones

Buetti, artista de género

The Venetian Mirror

15 septiembre, 2005 02:00

Vista de la instalación

Distrito Cu4tro. Bárbara de Braganza, 2. Madrid. Hasta el 22 de octubre. De 6.000 a 18.000 e.

Las primeras piezas que recuerdo haber visto del suizo Daniele Buetti fueron las que más han contribuido a su reputación internacional: fotografías apropiadas de mujeres modelos en cuyo impecable rostro o en la dulce comba del brazo o en el arranque del pecho alguien, con certeza el propio Buetti, había rotulado, cortando la piel, el nombre de una de las marcas internacionales de ropa, de cosméticos o de cualquier otro artículo de consumo.

Cumplía así la aseveración de J. A. Ramírez de que "la marca escarificada en las imágenes de Buetti transforma el cuerpo en mercancía", a la vez que el modo de anunciarla destrozaba su mixtificada y mitificada belleza. Un paradigmático haz y envés en el que el instrumento publicitario actuaba cual verdugo de su género, a la vez que éste podía ser interpretado, en su dual significado castellano, como objeto de comercio y como distinción de especie. Extremando sus acepciones, podríamos llegar a pensar en cierta ironía o sarcasmo sobre la idea del artista de género, aquel que se dedica particularmente a las obras de pintura o escultura que representan escenas de la vida ordinaria, que en este caso sería aquella con la que disfrazamos -diseño, maquillaje, adorno- precisa y concienzudamente nuestro género real de vida.

Una conciencia de la impronta que el mercado graba en nuestra existencia que le había llevado, poco antes, a pagar un dólar a los jóvenes viandantes neoyorquinos que estuviesen dispuestos a dejarse sellar una de ellas a bolígrafo. Un tipo de actividades que me recuerdan los "pagos" que efectúa, por ejemplo, el español Santiago Sierra para sus representaciones.

Su siguiente serie prolongaba, por así decirlo, la secuencia visual antes descrita, en la que incorporaba un elemento propio de la fotografía, la luz, metamorfoseada en aderezo de lujo, en brillantes perlas de caprichosas formas o en atuendos virtuales para sus figurines, que contrastaban su rutilante presencia codificada con la inscripción, igual de luminosa, de afirmaciones o preguntas metafísicas o, cuando menos, hipotéticas: "¿es bueno el capitalismo en sí mismo?", "¿es posible cambiar las tragedias personales por un trabajo artístico?", "¿qué es más catastrófico, que mueran dos personas o dos millones de personas?". Estas primeras fases de su trabajo aparecen recogidas en las cajas de luz de la planta baja de la galería.

Harald Szeemann nos enseñó, de diversos y repetidos modos, que los suizos, y en general los centroeuropeos, tienen algo de visionarios o aspiran a alcanzar esa iluminación y, también, que por olvidados que parezcan, los ritos y los rituales subyacen a nuestras actitudes e incluso a las formas. Un modo de la experiencia que Buetti no sólo no parece rehuir, sino al que ha ido dedicando progresiva e acrecentada atracción. Así lo interpretaba José Luis Clemente con motivo de la instalación Waving the Sky, presentada el año pasado en el Espai Lucas, de Valencia, que vinculaba a la estancia en Senegal del artista y al inicio de un camino iniciático. El mismo, a mi modo de ver, que pretende la aparatosa y tentacular instalación, que es pieza principal y centro de esta exposición, en la que entremezcla la construcción de un "monstruo" telúrico o abisal, cuyos pólipos se extienden y conectan por toda la sala hasta cajas de luz y dibujos extraídos de manuales de magia blanca. Dice ser una venera de energía positiva que ha de conectar salutíferamente a los espectadores. Manifiesto mi escepticismo, tanto por lo que respecta a las posibilidades balsámicas o reconstituyentes del arte, como al efecto concreto de la pieza, pero siempre se ha dicho, y no tiene porque ser distinto en esta ocasión, que de la confusión nace la luz.