Interior de la Facultad de Ciencias de la Salud de la Universidad Carlos III de Madrid. Foto: Luis Asín

Interior de la Facultad de Ciencias de la Salud de la Universidad Carlos III de Madrid. Foto: Luis Asín

Arquitectura

Un edificio sigiloso: la nueva Facultad de la Universidad Carlos III revela un sorprendente interior urbano

El nuevo edificio de la Facultad de Ciencias de la Salud en Getafe, obra de Casino, Angelini y Diaz-Mauriño, logra un interior sorprendente gracias al rigor constructivo.

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“¡Mira, un conejo!”. En medio del atasco veraniego, los arquitectos otean al animalillo. Su entusiasmo proviene, claro, del alivio del tedio motorizado, pero también de una sensibilidad bien entrenada.

Hace siete años, Bernardo Angelini (Caracas, 1973), David Casino (Santander, 1975) y Luis Diaz-Mauriño (Madrid, 1963) ganaron el concurso para la Facultad de Ciencias de la Salud de la Universidad Carlos III en Getafe (Madrid) con un lema desconcertante: “De tramas y ovejas”.

Geometría y ganado se aliaban para explicar que el cómo, la retícula que daba origen a su proyecto, no debería entenderse sin el dónde, el sitio en que se implantaba. El problema es que ese sitio aún no existía, apenas una hondonada triangular junto a una rotonda al borde del campus. Había que inventárselo, de ahí lo ovino-lanar.

Los 10.000 m2 de la facultad, que empezarán a funcionar el próximo curso, se agrupan en cuatro plantas para laboratorios, arriba y abajo, y aulas, las dos de en medio. De lejos, el volumen, dispuesto en el lado corto del solar parece una masa cerámica que alguien hubiese cortado, dejando a la vista una rítmica celosía de aluminio.

La rotundidad es tal que levanta el terreno en derredor, como una versión mesetaria y arbustiva del ha-ha, el truco de los jardines pintorescos para confinar a los rebaños en sus apriscos sin necesidad de vallas. Así, un montículo de vegetación escinde la rampa en el testero de ladrillo, mientras que, en el frente, el terreno se hunde de improviso en el patio de un laboratorio semienterrado.

En esta facultad, la ausencia de centro no podría ser más adecuada para el trueque de conocimiento y las necesidades investigadoras.

Pero acaso sea ese contraste entre los subibajas y el aparente hermetismo de la fachada, solo interrumpido por unas puertas profundas de hormigón, lo que señale otra paradoja. Porque si lo que sucede fuera tiene algo de interior, con sus estancias al aire –y hasta el atisbo de un ágora futura–, lo de dentro es, por qué no, un poco urbano. Como en una ciudad, hay calles y plazas, y hasta umbrales y recodos.

Bien vista, la obra tiene algo de síntesis de sus autores. Casino y Angelini operan juntos bajo el nombre de ZigZag y ganaron en 2011 el premio de la Bienal Española con unas viviendas en Mieres (Asturias) en las que ya recurrían al tratamiento topográfico de lo común y al contraste entre masa y recorte.

Exterior del nuevo edificio de la Universidad Carlos III de Madrid. Foto: Luis Asín

Exterior del nuevo edificio de la Universidad Carlos III de Madrid. Foto: Luis Asín

Luis Díaz-Mauriño, por su parte, es un arquitecto tan pródigo en asociaciones como querido entre sus colegas, y entre sus proyectos abundan las tramas celulares, sea en sus añejas colaboraciones con Mansilla y Tuñón (Museo de Cantabria, 2003) como de manera independiente (proyecto para el Campus de la Justicia de Madrid, con Juan García Millán, 2005). La plástica de unos y la sistemática del otro da el resultado racional de Getafe.

Pero la trama sugiere, también, dos lecturas del espacio. Si nos atenemos a las reglas, se trata de un damero de casillas rectangulares, cuatro columnas y seis filas, que alternan llenos y vacíos. El dibujo podría matizarse con un engrosamiento de las líneas en dirección norte-sur para las circulaciones entre aulas.

Pero esa retícula en la que patios y estancias tienen la misma dimensión –y con grandes vigas apoyadas en los cruces de la malla– tan solo describe el esquema, no lo agota.

Los arquitectos evitan el determinismo con medidas excepciones: las entradas a las clases se abocinan como plazuelas; otras veces, se elimina una célula y se genera un ámbito común de trabajo; o, de producirse la resta en vertical, un vestíbulo.

Los ejes de la facultad no solo se rematan en aberturas al exterior, sino que se calibran para que el usuario tenga presentes los límites del edificio

Los materiales también recurren a las permutaciones; solo cuatro elementos, que aun así se las componen para ser afables: frente a la crudeza del hormigón estructural y las instalaciones vistas, a la altura del cuerpo aparecen el azulejo blanco y reflectante y el contrachapado de abeto de las aulas o de los umbrales que vierten a los pozos de luz.

Para la crítica estadounidense Rosalind Krauss, una retícula es un motivo puramente moderno, en el sentido de que carece de jerarquía –según hemos visto, sus casillas son idénticas–, pero también por la sugerencia ambigua de sus límites.

Otra vista del exterior de la nueva facultad. Foto: Luis Asín

Otra vista del exterior de la nueva facultad. Foto: Luis Asín

Como demuestran las ciudades de nueva planta y también los cuadernos escolares, toda malla genera un orden ensimismado, autónomo, si bien se trata de una separación tan débil con el mundo como fuerte es la tentación de prolongar esas líneas.

Cualquier marco es arbitrario. En esta facultad, la ausencia de centro no podría ser más adecuada para el trueque de conocimiento y las cambiantes necesidades de los investigadores, que habrán de darle forma futura. Los límites, sin embargo, trascienden esa mirada abstracta.

La malla es infinita en teoría, no en la práctica. En Getafe, los arquitectos plantean bordes muy precisos. Más allá de las dimensiones del emplazamiento, se trata de puro control del espacio: en una estructura modular, una superficie excesiva genera una infinitud laberíntica, perfecta para la mística –piensen en la mezquita de Córdoba, por ejemplo–, pero no tanto para lo mundano: ir a tal clase, subir a tal laboratorio.

En consecuencia, los ejes de la facultad no solo se rematan en aberturas al exterior, sino que se calibran para que el usuario tenga presentes los límites del edificio. Otro tanto ocurre con los patios, que no calan el volumen por igual, otra manera de decir que todas las plantas son distintas. Hay repetición, sí, pero, sobre todo, diferencia.

Quizá la facultad de Getafe sea un buen recordatorio de lo que separa a la magia del juego en tanto revelación. Mientras que la magia necesita esconder sus trucos –sacar, con perdón, conejos de la chistera–, el juego deja bien a la vista sus reglas.

La gracia, como demuestran la poesía o las matemáticas, pero también esta arquitectura, consiste en extraer lo inesperado de lo posible, y que nos preguntemos si habíamos leído correctamente el mundo. La mejor respuesta siempre es “mira de nuevo”.