
Bernardí Roig en el Museo Arqueológico Nacional. Foto: Cristina Vilarino
Bernardí Roig, el escultor que se camufla en la prehistoria: "No pintaría si no tuviera nada que ocultar"
El Museo Arqueológico Nacional presenta seis intervenciones del escultor mallorquín que reinterpreta los hallazgos de la cultura talayótica.
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En 1895 un labriego hace un maravilloso descubrimiento. Debajo de unas rocas de su huerta asoma una hermosa cornamenta de bronce. Serán los Bous de Costitx, tres piezas emblemáticas de la cultura talayótica balear. Ahora, Bernardí Roig rompe el tiempo del Museo Arqueológico Nacional proponiendo nuevas lecturas de la historia.
Mirar el pasado con los ojos del futuro. Eso es lo que nos propone el artista Bernardí Roig (Palma de Mallorca, 1965), con el que charlamos durante dos horas sobre imágenes, objetos, muerte y museos. Orador inteligente, devoto de Masaccio y del arte primitivo, disciplinado y rotundo, presenta en el Museo Arqueológico Nacional Caps [y] Bous. El tercer cuerno, un proyecto que se camufla para desvelar nuevas lecturas mientras, nos confiesa, que su arte es puro ocultamiento.
Pregunta. ¿Qué ha preparado en estos dos años de trabajo?
Respuesta. No es un diálogo con la colección, ni con el espacio. Es un monólogo con el museo. Le propuse a la directora, Isabel Izquierdo, una serie de ideas que me rondaban cada vez que lo visitaba. Ya había trabajado con el Bou de Costitx en el Pompidou de Málaga. Me interesa mucho su síntesis formal y cómo anticipa las vanguardias en Picasso, por ejemplo. Me fascina su antigüedad y su técnica, trabajada del mismo modo en que lo hacemos hoy. Traigo seis piezas, cuatro creadas ex profeso, con intención más de murmullo o fisura, que de fricción.
P. ¿Qué tipo de monólogo?

'Cabeza de Anibal', 2024. Foto: Bernardí Roig
R. Todo empieza en el jardín, con una réplica en oro de la verja a escala 1:1. Esa verja de diez metros tiene una apertura forzada que es una escapada hacia dentro. Ya en el interior, una cabeza con un mínimo de rasgos expresivos –la cabeza de un gran coleccionista– con una nariz de oro, la que le falta a todas las cabezas de los 15 emperadores del patio romano; luego un dibujo sobre fondo negro de 3 x 2 metros, una pieza pequeña dentro de la vitrina del santuario que me hace especial ilusión. Por lo visto es dificilísimo abrir una vitrina del Arqueológico por cuestiones de temperatura y humedad, aunque en este caso lo hemos podido hacer por ser una pieza de bronce que no alteraba su ecosistema, una pieza nueva, brillante, que contrasta con la pátina de tiempo. Quiero decir que no he movido ni una pieza ni un foco, quería que no se notara mi presencia, pero que, al descubrirla, provocara un replanteamiento.
P. Usted ya ha trabajado con los Bous de Costitx, emblemas de la cultura talayótica balear hallados por un labriego en 1895 al mover unas rocas para ampliar su huerta.
R. Sí, pero no me podía quitar de la cabeza la sensación de deambular por las salas de este museo. No quería traer obra mía y situarla como ya hice en el Lázaro Galdiano o en el Nacional de Escultura, museos repletos de imaginería, de memoria, todo lo contrario de la galería que es amnésica. Me planteé cómo afrontar el museo en sí, porque hay infinidad de límites que te alejan del objeto: cartelas, vitrinas, peanas… Me di cuenta del tiempo que pasaba leyendo las cartelas, alejándome de esa sensación romántica de la contemplación, alejándome de la emoción de la imagen, de la forma, y pensé: ¿cómo abordar esta necrosis de la mirada?
P. En este museo la historiografía está muy presente.

Foto: Cristina Villlarino
R. Hay que tener en cuenta que el hombre con el primer bifaz aparece en el año 200.000 a. C. y, ahora, con mi último dibujo, la cronología del museo abarcará hasta el 2025. El tiempo sin cronología fue la idea embrionaria del proyecto y después me planteé: ¿qué les pasa a estos objetos? Y apareció la idea del tercer cuerpo/cuerno como metáfora que amplía la verdad del objeto hallado. Una tercera capa de miradas, de sedimentos de ojos viendo. También me percaté de que a todos los objetos les falta algo, la cabeza, los brazos, la nariz…
P. En su caso hay una cierta ucronía ya que sus piezas se camuflan en las salas como si fueran hallazgos auténticos.

'Cap de Dimoni Cucarell', 2024. Foto: Bernardi Roig
R. Hay un juego con el pasado que no termina. Me gusta la idea de lo anterior, lo que es anterior al pasado. Hacer presente esa idea es lo contemporáneo.
P. ¿Qué piensa de los movimientos que reivindican la restitución, devolver las piezas a su lugar de origen para ser expuestos allí?
R. Está muy bien que se reclamen las cosas, que se estudie cada caso. Los Bous se llevan pidiendo 20 años, se vendieron en su momento y ahora se reclaman.
P. Esa restitución supone la catarsis de la descolonización de los museos, ¿cree que es posible hacerlo?

'El tercer cuerno', 2024. Foto. Bernardi Roig
R. De entrada que empiecen por las cartelas, reescribiendo las narrativas, explicando en qué condiciones llegaron las piezas, si fueron robadas o mediante el ejercicio de la violencia. Y respecto a la restitución se tienen que plantear en qué condiciones, si hacerlo o no hacerlo nunca. Pero la pregunta es ¿qué hacer con las cosas?, ¿qué significan? y ¿pueden resignificarse en otros lugares? Yo no sé si le transferimos a los objetos un exceso de identidad. A los que amamos la cultura también nos puede pertenecer la Puerta de Ishtar, ¿no?. Es cierto que los museos están fundados en la época colonial, pero creo que lo importante es que se hable de ello. El otro día leí a Manuel Borja-Villel que decía que lo que hay que descolonizar es la descolonización.
P. Y después de esto me decía que quiere descansar.
R. Tengo que hacer la ronda de exposiciones en galerías, Milán, Salzburgo y Barcelona, pero ahora necesito dibujar sin ningún objetivo concreto, experimentar el trabajo en el taller como un tiempo continuo. Poner la mano en movimiento, día tras día, en relación al codo y a la cabeza. Ahí hay un surgir de la imagen en los pliegues de lo irracional. Decía Giacometti que al día siguiente le sumas lo dicho a lo que dijiste. Ahora me gustaría entrar en el silencio.
P. ¿Qué es una imagen?
R. Es desvelar y ocultar. Si yo no tuviese nada que ocultar, no pintaría. Lo oculto es lo reprimido, el coágulo de lo no dicho. Una imagen es una tapadera de miedo, la presencia de una ausencia, como las cuevas del Neolítico. Bataille a partir de ellas, escribe una teoría del erotismo vinculada al miedo a la muerte. El miedo es lo que motiva las pinturas rupestres, no la magia como se ha dicho hasta ahora.
P. Usted debe tener un almacén ingente después de 40 años de trabajo. ¿Qué pasará con todas esas obras cuando usted no esté?

'Entrada', 2024. Foto: Bernardí Roig
R. Lo quemaré todo. No quiero que mis hijos hagan una fundación ni nada parecido. Sería precioso que hicieran un encofrado en el suelo con paredes de hormigón y que metieran todo dentro, como hace la mafia italiana con los cadáveres. Me gustaría que enterraran todo y, si fuera millonario, compraría mis piezas a los que me han comprado para enterrarlas también. Y, por supuesto, haría una buena película de todo el proceso.