El Cultural

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Exposiciones

Vampiros, de Murnau a Coppola

CaixaForum Madrid acoge 'Vampiros. La evolución del mito', una muestra organizada por la Cinémathèque Française y ”la Caixa” que recorre todas las caras de estos seres eternos, sensuales y transgresores

14 febrero, 2020 18:08

“Los vampiros plantean un reto constante al cine y a los cineastas: el de filmar por la noche. De noche, los cuerpos son más confusos, las almas son más nebulosas, la visión no es tan nítida… La noche es el momento predilecto de los vampiros, cuando despiertan del sueño diurno”. Matthieu Orléan, comisario de la muestra que puede verse en CaixaForum Madrid desde este viernes, 14, define así el ecosistema de los nosferatus, que según la pauta marcada por Bram Stoker en Drácula, salen de su ataúd o de su cripta con el fin de escudriñar a los humanos, mezclarse con ellos, hipnotizarlos, morderlos, chuparles la sangre y convertirlos en vampiros. “No se nace vampiro –añade Orléan siguiendo el relato de Stoker–, sino que uno se convierte en uno de ellos. Todos los vampiros fueron algún día hombres y mujeres”.

Esta hipnótica cita con la evolución del vampiro refleja sus distintas facetas: del terror inicial a la integración

¿Es el cine un arte vampírico? Si tenemos en cuenta que su materia prima es la luz y que se proyecta en la oscuridad puede decirse que nos encontramos en su ambiente. Lo confirman la eterna juventud de sus protagonistas y las misteriosas cámaras que los retratan, presentes pero insobornables al registro de los espejos. El primer vampiro célebre de la historia del cine fue el Nosferatu (1922) de Murnau, cuyo inquietante expresionismo –a ratos terrorífico– queda plasmado en la icónica sombra que podrá verse en la muestra de CaixaForum Madrid junto a las 400 piezas de cerca de 30 museos y colecciones privadas, entre las que se incluyen textos, fotografías, carteles, utillaje de películas y obras de artistas como Goya, Warhol, Doré, Wes Lang y Apoux, entre otros. Estas piezas dialogan además con 20 montajes audiovisuales que muestran la filmografía de un centenar de películas y series, siempre con la iconografía vampírica marcando el recorrido.

El Drácula de Béla Lugosi

Máximo exponente de supersticiones atávicas, el mito del vampiro moderno –que encuentra su epicentro en las tinieblas de la Edad Media de Europa Central– levita con sigilo por la exposición que Orléan ha realizado en colaboración con Florence Tissot. Con el Drácula de Bram Stoker –del que puede verse un manuscrito– la leyenda alcanzaría su punto culminante. Después llegará, en la primera década del siglo XX, el término vamp para calificar la sensualidad de actrices de Hollywood como Theda Bara.

Béla Lugosi en 'Drácula', de Tod Browning. Foto: Universal Pictures/ Mary Evans/ AF Archive/ Agefotostock. Cortesía de Lugosi Estate

Vampiros tampoco se olvida de Béla Lugosi, uno de los arquetipos góticos del cine de los primeros tiempos. De origen húngaro, empieza a encarnar a Drácula en Broadway en 1927, antes incluso de que este ser eterno circulara sin complejos por los estudios de Hollywood. Será fagocitado por su personaje gracias a interpretaciones en películas como Drácula de Tod Browning (1931). La exposición aborda también la conexión política de estos inmortales recordando filmes como Les vampires (1915), del francés Louis Feuillade. Desde este título los vampiros no han dejado de representar una amenaza, pues evidencian el lado maldito de las sociedades. Es el caso de las “mordeduras” de jeringuilla en The Addiction (1995), de Abel Ferrara, la marginalidad de Solo los amantes sobreviven (2013), de Jim Jarmusch, y la denuncia de la iraní Ana Lily Amirpour en su debut cinematográfico con la alegórica Una chica vuelve a casa sola de noche (2015). “A diferencia del libro coral de Stoker, en el que nunca se expresa en primera persona, en el cine a menudo es representado como un ser de palabras, profecías y dichos. Rara vez callado, se sirve del lenguaje para crear un mundo a su imagen y atraer así a sus presas”, precisa el comisario, que pone como ejemplo Nosferatu, vampiro de la noche (1979), de Werner Herzog, en el que el personaje interpretado por Klaus Kinski “no cesa de expresarse sobre su suerte con lucidez”.

'Nosferatu, una sinfonía del terror'. Foto: cortesía de Friedrich-Wilhelm-Murnau-Stiftung

En este hipnótico recorrido por la evolución del mito del vampiro que proponen CaixaForum y la Cinémathéque Française conviene detenerse también en su carácter sensual. A diferencia del fantasma o del zombi, el vampiro es un ser sexual. Se le identifica con la líbido y la devoración. Christopher Lee es la esencia del vampiro seductor y lo demuestra en producciones como Drácula (1958) de Terence Fisher y su secuela de 1966: Drácula, príncipe de las tinieblas. Su fogosidad se adaptará a los tiempos con Gary Oldman y Winona Ryder, actores que actuarán a las órdenes de Coppola en Drácula de Bram Stoker (1992). “Aunque resulte paradójico –precisa Orléan–, Drácula está ligado al ciclo de la vida: encarna su lado sombrío, pero simboliza una necesidad insaciable de fertilizar. Obsesionados por la idea de reproducirse, los vampiros llevan a cabo una contaminación compulsiva, de una fecundidad paroxística. Esta búsqueda de fertilidad desmedida pasa tanto por la mordedura (metonimia del coito) como por la búsqueda de un engendramiento artístico”.

Un espejismo del siglo XXI

El último tramo de este viaje hacia los habitantes de las tinieblas pone el acento en la influencia del vampiro en la cultura pop. Desde Halloween a los juegos de rol pasando por la televisión –con series como Sombras tenebrosas de los sesenta, con homenaje de Tim Burton en 2012, y Buffy, la cazavampiros en los noventa–, la novela gráfica, el cómic y los videojuegos todos estos formatos han ido creando el vampiro del siglo XXI, un ser que se permite la licencia de ser menos aterrador, más divertido y, en ocasiones, hasta normal. La saga Crepúsculo (2008-2012) y la serie True Blood (2008-2014) son una buena prueba de ello. El vampiro se transmuta así en un espejismo. “Y es que el cine, arte de las tinieblas –vuelve a recordar el comisario–, tiende por entero a la devoración y al control. Al igual que Allan Grey, protagonista de Vampyr (1932), de Dreyer, que, impotente, asiste en sueños a su propia introducción en el ataúd, el espectador asiste a un ritual que transfigura su propia muerte. Pasar de la defunción a la vida, he ahí la maldición del vampiro, su ontológico transporte”.

@ecolote