Image: Flamenco, dentro y fuera de cuatro paredes

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Exposiciones

Flamenco, dentro y fuera de cuatro paredes

Máquinas de vivir. Flamenco y arquitectura en la ocupación y desocupación de espacios

22 diciembre, 2017 01:00

Vista de sala. Foto: Lukasz Michalak

Centrocentro. Plaza de Cibeles, 1. Madrid. Comisarios: Pedro G. Romero y María García. Hasta el 4 de febrero

Esta es una exposición ejemplar y también un ejemplo. Ejemplo de la disolución de lo artístico en otros ámbitos y disciplinas. De su permeabilidad -como categoría, pero también como espacio de exposición y circuito de difusión- en que el arte es el recipiente que alberga propuestas e investigaciones que no encajan en los compartimentos disciplinares o son rechazados por combinar lo que se quiere mantener puro. Y es ejemplar también, porque aborda una temática marginal que acaso sea esencial. Y logra dar coherencia a lo que no eran sino cabos sueltos y episodios sin trama. Dicho lo anterior, no piense el lector que esta muestra carece de defectos, los tiene y luego pasaré a comentarlos.

Fui a visitarla atraído por el título, porque encontrar en la misma frase dos palabras como flamenco y arquitectura me suscitaba preguntas que esperaba que la exposición pudiera responder. No es frecuente encontrar el flamenco en el territorio de la cultura, salvo por su dimensión musical. Mucho menos encontrar a los gitanos. Siempre me ha llamado la atención que un elemento medular de la identidad española, más allá del tópico folclórico, sea una música (pero también una estética) surgida en una minoría marginal, que asociamos a conductas antisociales cuando no directamente delictivas. Y que por tanto queda escamoteada de cualquier relato de la construcción nacional e invisibilizada en todos los panoramas de las diversas culturas peninsulares. Este es un misterio más de este país que nunca se acaba de entender. Pero quizás también sea una clave para su desentrañamiento. En este caso, si no hemos podido asimilar la cultura gitana es, sin que sirva de precedente, no por culpa de España sino de una etnia refractaria a toda asimilación. Como observó en su día el situacionista Guy Debord: "El capitalismo los atraviesa de parte a parte y en nada cambian su forma de vida".

La exposición se articula en torno a tres ideas. La primera es la atención dedicada por la Internacional Situacionista a gitanos, flamencos, la bohemia del exilio español y en especial los grupos libertarios. La que fuese la última vanguardia radical, ya desde su fundación otorga a uno de sus protagonistas, Pinot Gallizio, el significativo título de Rey Gitano. Uno de sus miembros, el holandés Constant Nieuwenhuys, desarrolló varios proyectos de urbanismo utópico entre los que desataca su New Babylon, que explora las posibilidades de una ciudad nómada ella misma, inspirada en la nación que tiene una rueda en la bandera (hace dos años, una exposición que le dedicó el Reina Sofía mostró en detalle este y otros proyectos). La coincidencia de la idiosincrasia romaní con el ideario situacionista es más que notable: rechazo del trabajo y preferencia por el juego, nomadismo, usufructo del espacio urbano… También se convocan personajes singulares, como el cineasta Tony Gatlif o el artista textil Jan Yoors, cuya devoción por el mundo gitano les llevó a dedicarles talento y vida. El segundo eje es el que da título a la exposición. Muestra mediante maquetas, planos y fotografías los diversos proyectos de arquitectura social para alojar a la población gitana que se desarrollan entre 1950 y 1980 en Francia, España, Italia y Portugal. La Cité du Soleil, cerca de Aviñón; La Virgencita, en Granada; Gao Lacho Drom en Vitoria; La Malagueira en Évora y, finalmente, Plata y Castañar, en Madrid. Todos proyectos de prestigiosos arquitectos (desde César Portela a Álvaro Siza), que trataban de conservar los modos de vida comunales del colectivo gitano. En la década de 1980 se constató el fracaso de este modelo y se pasó a integrar a la población gitana en los grandes polígonos de viviendas levantados para alojar la migración campesina. Caño Roto, Bellvitge o Las Tres Mil Viviendas son casos bien conocidos, en los que el flamenco resurge precisamente como nostalgia de un modo de vida perdido.

Vista de sala. Foto: Lukasz Michalak

El tercer y último eje es la confluencia de los gitanos y su peculiar modo de ser y cantar con las reivindicaciones del último franquismo y de la Transición. Fue este un momento en que esta cultura alcanzó una significativa presencia, a través de proyectos teatrales como la Cuadra de Salvador Távora, el Teatro Gitano Andaluz de Mario Maya o el Teatro Estudio Lebrijano de Juan Bernabé. Casi como un epílogo, se muestran los nuevos espacios de producción, en los que se reelaboraron estas poéticas: la Cuadra de Paco Lira, la Reunión de Cante Jondo de La Puebla de Cazalla, animada por Francisco Moreno Galván y El Cortijo Espartero en Morón de la Frontera, impulsado por Diego del Gastor. Es en estos últimos tramos donde la exposición se vuelve un tanto caótica y desjerarquizada, y la acumulación de documentos difumina el hilo conductor. Quedan a la orilla cantaores, discos, películas y una ingente bibliografía que atestiguan la fascinación que siempre hemos sentido por la gitanería.

Algunos apuntes para finalizar. Uno: España es el cuarto país del mundo y el primero de Europa en población gitana (aunque no en proporción). Dos: frente al "habitar" que promueve la arquitectura, el "vivir" dentro y fuera de sus paredes que con naturalidad ejercen los gitanos. Y tres: escribió García Lorca: "El gitano es lo más elemental, lo más profundo, lo más aristocrático de mi país, lo más representativo de su modo y el que guarda el ascua, la sangre y el alfabeto de la verdad andaluza universal". Por debajo de los documentos y la teoría, hay algo que late poderosamente en esta muestra.