Image: Juan Muñoz. Sospechar del ojo

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Exposiciones

Juan Muñoz. Sospechar del ojo

Juan Muñoz

5 febrero, 2016 01:00

Vista de la exposición de Juan Muñoz en Elvira González

Galería Elvira González. General Castaños 3, Madrid. Hasta el 30 de marzo.

Quince años después de su prematuro y sentido fallecimiento la obra de Juan Muñoz (1953-2001) no sólo no ha perdido un ápice de su intensa pujanza, sino que ha consolidado una posición extraordinaria en la escena artística internacional. A la vez que sus postulados, discutidos entonces, han impuesto finalmente la magia de sus razones.

No es un secreto, sin embargo, su tensa relación en vida con el mundo del arte español, ni su voluntario alejamiento, ni su empeño personal por labrar una carrera al margen del aparato institucional y comercial español. Esto conllevó una muy escasa presencia en el mundo galerístico hispano -sólo expuso con Fernando Vijande en una ocasión (1984) y dos con Marga Paz (1986 y 1989)- y poco más en el museístico, con muestras en el IVAM (1992), CGAC (1995) y el Reina Sofía (1996). Tras su muerte y hasta ahora sólo ha habido una muestra individual muy reducida de su trabajo en Marta Cervera (2008) y dos institucionales, en la Casa Encendida (2005) y en el Reina Sofía, itinerante al Guggenheim (2009). Esta escasa presencia en más de treinta años hace aún más atractiva la visita a la galería Elvira González.

Juan Muñoz ocupó y ocupa todavía un lugar singular en el arte español, no únicamente por su propia porfía, sino también por las distintas circunstancias que hubo de abordar. Como en el caso de otros grandes artistas, su voluntad de trasgresión y de independencia estaban estrechamente ligadas a la pertenencia a un linaje en el que se reconocía -de Brunelleschi a Bruce Nauman- y a unos modos de hacer comunes.

Dos ejemplos. El mismo año que él inauguró en Fernando Vijande, la Caixa organizó En tres dimensiones, una exposición para situar las nuevas derivas de la escultura tras el povera y el minimal. En aquella muestra, ni él ni su propuesta de conciliar humanismo transcultural, elementos arquitectónicos y construcción fueron tenidos en cuenta. A principios de los noventa, cuando en la escena se trazan nuevos modos de desmaterialización de la imagen y el abordaje de temáticas ligadas al género, la política o las nuevas tecnologías, Juan Muñoz inicia sus piezas más "dramatizadas", aprovechando rasgos del realismo para arrojarlos de la esfera del arte. De este segundo periodo proceden las obras de la exposición, esculturas, instalaciones, grabados, pinturas (sus obras de Mobiliario) y un díptico fotográfico sobre acetato de su serie de automóviles preñados de arquitecturas. Antes se sirvió de pasamanos, balcones, suelos, columnas, escaleras y figuras antropomorfas.

De la numerosa nómina de sus "muñecos" -el del ventrílocuo, los enanos, las bailarinas, los tentetiesos o los giróvagos- encontraremos aquí las figuras de rientes chinos sin pies que ríen no sabemos de qué. Tal vez de su ineficaz comunicabilidad y la de las figuras colgantes. Un rasgo que destacaría es la neutralidad de sus monocromías, una infinita variedad de grises en un caso, de tierras en las esculturas y de negro sobre blanco, o viceversa, en las pinturas. A la vez que la riqueza de variedades materiales que sabe hacer congeniar.

En sus obras vemos y no vemos a la vez qué está ocurriendo, o bien lo que está ocurriendo tiene a su vez una doble lectura sobre la que no está muy claro por cuál optar. Tanto sus objetos, como sus escritos dramatizados, sus emisiones radiofónicas o sus colaboraciones con músicos y actores parecen seguir una misma norma. Algo que Juan Muñoz resumía con la frase, "hay que sospechar del ojo".

Sospechar porque lo que vemos puede engañar a nuestra comprensión, pero también, y quizás esto es más importante, sospechar porque tras lo que vemos está el acto mágico de la creación.