Image: Zurbarán, miradas cómplices

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Exposiciones

Zurbarán, miradas cómplices

5 junio, 2015 02:00

San Serapio (1628), una de las obras estrellas de Zurbarán en la exposición

Zurbarán entra por la puerta grande del Museo Thyssen-Bornemisza. Desde el próximo 9 de junio podremos visitar una de las mayores muestras que se le ha dedicado hasta ahora a este pintor insigne del Siglo de Oro español. Sobre él se vierte una nueva mirada, dice el título, en una selección de 63 obras, 46 de Zurbarán, y el resto de su taller, realizada por Odile Delenda, que firma además su catálogo razonado, y Mar Borobia, jefe de conservación de pintura antigua del museo. Han prestado obras las mejores pinacotecas de Estados Unidos y Europa. Javier Portús, jefe del departamento de pintura española del Museo del Prado, ofrece aquí las claves de la muestra, para que la ‘miremos' mejor.

Durante los últimos años se está viviendo un creciente interés nacional e internacional por el arte del Siglo de Oro español, que se manifiesta en la celebración de exposiciones sobre figuras y fenómenos de un variado rango de relevancia, una destacada actividad investigadora y editorial, o una política de adquisiciones que ha llevado a grandes museos de Berlín, Nueva York o París a incorporar recientemente importantes obras españolas.

Uno de los artistas que más se han beneficiado de ese auge es Francisco de Zurbarán (1598-1664), de cuya obra se celebró el año pasado una exposición monográfica con sedes en Italia (Ferrara) y Bélgica (Bruselas), dos países que hasta ese momento parecían haberse resistido a los encantos de la obra del extremeño. Se trataba de la primera gran monográfica del pintor después de la que tuvo lugar en Sevilla en 1998, si bien entre esas fechas han habido importantes revisiones de aspectos concretos de su arte, como la exposición dedicada a La obra final del artista en Sevilla y Bilbao en el año 2000, o la que ha tenido lugar en Sevilla en 2013 sobre sus representaciones de santas. Además, la presencia del artista ha sido muy importante en algunas exposiciones dedicadas a temas generales de nuestro Siglo de Oro, como Sacred Spain (Indianapolis, 2009), o The Sacred made Real (Londres, 2009), en las que a través de pinturas y esculturas se creaba un marco de gran interés para entender el significado del pintor. Incluso en este mismo momento, en Lisboa, está teniendo lugar la exposición Josefa de Obidos y el barroco portugués, que tiene como protagonista a una figura importante para entender la recepción y la influencia de su arte.

La notable actividad editorial e investigadora que han generado estas exposiciones, se han sumado en estos años importantes monografías. En 2009 y 2010 apareció el catálogo razonado de Odile Delenda, que incorpora las novedades relacionadas con el estudio del pintor en las últimas cuatro décadas, y ordena y actualiza el estatus atributivo de la amplia producción que se relaciona con el maestro. Desde otras perspectivas, también recientemente se ha publicado el ensayo del escritor Cees Nooteboom sobre el pintor; y algunas de sus obras más singulares, como sus Verónicas o sus Agnus Dei, se han incorporado de manera decisiva a estudios generales relacionados con la cultura visual del barroco en Europa.

Detalle del Martirio de Santiago. Zurbarán, 1636

Todo ello apunta a que estamos asistiendo a un segundo "descubrimiento" del artista. El primero se produjo sobre todo a raíz de la formación y dispersión de la "Galería española" que se expuso en París entre 1838 y 1848. Se relacionó con la posibilidad de leer la obra de Zurbarán en términos marcadamente casticistas, asociándola con algunos de los valores principales (misticismo, introspección, naturalismo) que se relacionaban con la cultura española. Aunque la búsqueda de esos valores sigue condicionando la recepción y valoración actual de su pintura, con el tiempo se han incorporado otros, como los relacionados con el hiperrealismo y con los contenidos metapictóricos. Además, a partir de las décadas centrales del siglo XX Zurbarán dejó de ser un pintor dedicado a temas exclusivamente religiosos, pues el conocimiento de sus bodegones lo convirtió en punto de referencia para las historias del género en Europa, y en esos años se confirmó como suya la importante serie mitológica sobre los "Trabajos de Hércules".

Este contexto de aprecio internacional por el pintor y su época, junto con la alta estima en que se le ha tenido tradicionalmente en España, explica la decisión por parte de la fundación Thyssen de organizar esta exposición y el interés del museo de Düsserdolf por convertirse en una segunda sede tras la clausura en Madrid. La exposición, titulada Zurbarán: una nueva mirada, cuyas comisarias son Odile Delenda y Mar Borobia, propone una visión actualizada y equilibrada del desarrollo del arte del artista, a través de 46 pinturas que se consideran de su mano, y otras 17 realizadas en su taller o por su hijo Juan.

La inclusión de estas últimas tiene que ver con el deseo de poner en evidencia la complejidad del "fenómeno Zurbarán"; es decir, un artista que durante buena parte de su carrera supo conectar con los intereses de un amplio sector de la clientela, y cuya calidad y originalidad generaron una amplia demanda que tuvo que satisfacer mediante un activo taller, del que salieron obras con valores desiguales. De ese entorno laboral tan complejo formaba parte su hijo Juan, que en su corta carrera consiguió convertirse en uno de los puntos de referencia de la historia de la naturaleza muerta española del Siglo de Oro.

La estructura de la exposición refleja bien los intereses historiográficos de las últimas décadas, y no sólo por la atención singularizada a los bodegones y a su "obrador", sino también por el deseo de aislar la producción de sus últimos años, entre 1650 y 1664, con la que acaba la muestra. Fue una época sobre la que la historiografía había arrojado un juicio general peyorativo, hasta que la citada exposición del año 2000 sirvió para reivindicar sus muchos valores, y mostrar hasta qué punto el artista supo actualizar su estilo y adaptarlo a las nuevas expectativas de su clientela, sin perder algunas de sus señas de identidad. En cualquier caso, al visitante se le ofrecen magníficas posibilidades de establecer comparaciones y juzgar por sí mismo.

Plato con uvas. Juan de Zurbarán, 1639

Parte de estas secciones finales, que tienen un carácter monográfico, la exposición propone un recorrido cronológico a la obra del artista, diferenciando entre sus pinturas que forman parte de series (retablos, conjuntos monásticos) y las que se concibieron aisladas. Las primeras son fruto de grandes encargos eclesiásticos, y en algún caso civil, y muestran cómo desde finales de la década de 1620 hasta principios de la de 1640, Zurbarán fue figura hegemónica en el mercado local. Esos encargos se tradujeron en algunas de sus obras más complejas desde el punto de vista compositivo, como los cuadros del convento de la Merced de Sevilla o de la Cartuja de Jerez que forman parte de la exposición.

A través de los primeros, el visitante comprobará que, a diferencia de colegas suyos como Murillo, Zurbarán no es un pintor cuya carrera pueda escribirse en términos de "progresión", pues si alguna vez igualó las cotas de calidad iniciales, nunca las superó. Si esas obras relacionadas con grandes conjuntos nos ponen en contacto con un narrador capaz de aunar monumentalidad, solemnidad y misterio; los cuadros aislados se relacionan con un mundo más íntimo, relacionado con las devociones privadas y los interiores domésticos. Un mundo en el que predominan los afectos, la intimidad y el amor por las cosas.

A ese campo pertenecen sus Agnus Dei, sus vírgenes niñas cosiendo, sus escenas de la casa de Nazaret, sus representaciones de santas aisladas y suntuosamente vestidas, algunos de sus crucifijos o sus bodegones. Es en ese campo donde Zurbarán mejor se revela como uno de los artistas españoles de su época que fueron capaces de crear una poética más personal, que se nutre no sólo de una técnica descriptiva extraordinariamente efectiva y personal, sino también de unos recursos narrativos, de una capacidad para crear un clima emotivo, y de una originalidad temática realmente inconfundibles.

La selección de obras que concurren a la exposición, muchas de ellas maestras en su género, permitirá apreciar las cien caras de esa poética. Entre ellas figuran varias de las obras maestras que jalonan la carrera del pintor, empezando por su etapa más temprana, representada por Fray Pedro Machado (Academia de San Fernando), La visión de san Pedro Nolasco (Museo del Prado) o el conmovedor San Serapio (Hartford, y recientemente restaurado); pasando por los grandes conjuntos de los años 30, representados, entre otros, por la Adoración de los Magos de Grenoble, e incluyendo obras tan significativas como la Santa Faz de Estocolmo, Santa Catalina de Bilbao, y el Bodegón de Barcelona, que se integra en un conjunto formado por el exquisito grupo de bodegones realizados por su hijo Juan.