Exposiciones

Nacho Criado, derrotar al tiempo efímero

Agentes colaboradores

11 mayo, 2012 02:00

No es la voz que clama en el desierto, 1990. Fotografía: Joaquín Cortés/Román Lores

Palacio de Velázquez y Palacio de Cristal. Parque del Retiro. Madrid. Hasta el 1 de octubre.

Se esperaba desde hacía tiempo. La gran exposición de Nacho Criado, una de las figuras centrales del arte experimental español de los últimos 40 años, por fin ha llegado. Se trata de una revisión de su trabajo que, organizada por el Museo Reina Sofía, puede verse ya en el Palacio de Velázquez. Además, en el Palacio de Cristal se reconstruye la exposición Piezas de agua y cristal, expuesta en 1991 en este mismo espacio. Emocionante.

La concesión del Premio Nacional de Artes Plásticas en 2009 a Nacho Criado (1943-2010) conllevaba, como en ocasiones precedentes, la organización de una exposición por parte del Museo Reina Sofía. Su fallecimiento en abril de 2010 imponía a la muestra un carácter antológico, aunque no obligaba a la institución a volcarse en el que cabe considerar el mayor despliegue hecho hasta la fecha sobre un artista español. Nunca antes, que yo recuerde, se habían dedicado los dos grandes palacios del Retiro simultáneamente a un solo artista.

Con el llamativo título de Agentes colaboradores, que subraya uno de los rasgos de su quehacer, según el cual las obras no son el resultado de unas manos solas sino de la colaboración de otros, y comisariada por Remo Guidieri con la participación de Gonzalo Criado, hijo del artista, Fernando Castro Flórez y Miguel Copón, la muestra se divide en una amplia retrospectiva, próxima a las 80 piezas, que cubre el periodo 1970-2010, expuesta en el Palacio de Velázquez, y la exacta reconstrucción de su intervención en el Palacio de Cristal en 1991.

Tengo el convencimiento de que hacer una exposición de Nacho Criado sin Nacho Criado es una tarea más que complicada, porque sus obras, salvo excepciones, dependen siempre de decisiones, ciclos y fases determinadas por el propio artista, que no acababa nunca de darlas por terminadas, ya que era quien establecía los nexos de unión y la secuencia de unas a otras, para delimitar y abrir las líneas de su discurso. Esta muestra cumple más que sobradamente. Los responsables han optado, más que por una lectura histórica, por un puesta al día de nuestra mirada sobre su obra. Así, han dado relevancia a las piezas que restan de las que compusieron su primera individual, en la galería Sen de Madrid, su Homenaje a Rothko, de 1970, y aquellas en las que se sirve de polillas y carcoma para desencadenar procesos físicos destructivos en sus objetos y "esculturas".

Le siguen otras, realizadas a lo largo de los 70 en soporte fotográfico, que recogen sus "acciones" en las que implica elementos naturales y con las que desarrolló una nueva forma de relación con el entorno y un protocolo de conducta artística que tendría una extraordinaria irradiación en los años siguientes.

Se pasa casi de puntillas por buena parte del trabajo de los 80, lo que atestigua que los años del "boom" no fueron buenos ni para la experimentación artística ni para los artistas aparecidos en los 70. La gran plaza central del Palacio de Velázquez la ocupan la reconstrucción de No es la voz que clama en el desierto, de 1990 que estuvo instalada en el Círculo de Bellas Artes y una nueva versión de los Paisajes endémicos, de 1997-2003, que ahora dispone las escuadras metálicas que la conforman en lo alto del techo donde conjugan luces y sombras en una extraordinaria distribución espacial y una fértil e imaginativa solución geométrica.

Instalada en una sola sala -aunque desprovista de lo que tiene de acción porque ha sido realizada durante el montaje-, LSD (Luz, espíritu, sueño), con sus tres pequeñas escuadras sin balda elevadísimas sobre el suelo, iluminadas formando arcos en el muro, y con los cristales de los vasos desplomados arrumbados en el suelo, se transforma en el más intenso espacio poético de la exposición y el que mejor define la emoción física, sensible y mental que Nacho Criado alcanzaba en sus mejores obras, a veces, como ésta, con casi nada; otras, con una parafernalia de hierros, cristales, tierras, maderas, letras... lo que fuese necesario para componer el territorio del suceso y la exaltación de lo sensible. Arquitecturas, como la impresionante De trampas y mentiras, 1999, y obras de la serie dedicada a la crucifixión de Mathias Grünewald, cierran la exposición. Se desprende de ella tanta certeza como misterio y se consolida la talla mayor del artista. Visitarla es una aventura de la que se sale tan inquieto como fortalecido, con una maleta de sugerencias y caminos abiertos.

Cinco piezas, especialmente concebidas para la jaula de cristal del palacio, conformaron las Piezas de agua y cristal que ahora se han reproducido. Quiénes asistimos a aquella en 1991, comisariada por Simón Marchán, y quiénes vimos su anterior intervención, en 1977, Ellos no pueden venir esta noche, ya conocíamos su extraordinaria capacidad espacial y metafórica, que convirtió, por dos veces, el Palacio de Cristal y el estanque adjunto, en ingredientes de una obra que los engullía como "agentes colaboradores". Quienes las vean por primera vez asistirán al triunfo de Nacho Criado sobre el tiempo efímero. Después de Madrid sus obras se podrán ver en el Centro Andaluz de Arte Contemporáneo de Sevilla, por lo que habrá más opciones para adentrarse en su trabajo.

No quiero concluir sin comentar que el catálogo publicado, desde el impresentable texto del comisario que no tiene a bien explicar ni una sola de sus decisiones sino que elucubra sobre cuestiones de su casi exclusivo interés, o de los colaboradores, más inclinados a verbalizar todo lo que fue Nacho Criado para ellos (convertido él y su obra en adorados fetiches silenciosos o parlantes, tanto da), no contiene ni un relato ni una contextualización del que ha sido y es uno de los más determinantes artistas de un larguísimo periodo del arte español. Lamentable.