Exposiciones

Saura y la belleza obscena

Retrato imaginario de Saura

12 octubre, 2006 02:00

Retrato imaginario de Felipe II, 1988

Juan Gris y Rayuela. Villanueva, 22. Claudio Coello,19. Madrid. Hasta el 2 de diciembre. De 12.000 a 90.000 euros.

Si durante su vida, y en especial durante las décadas de 1950 y 60, la figura de Antonio Saura (Huesca, 1930-Madrid, 1998) fue tenida como la de uno de los incitadores decisivos en la incorporación de nuestra comunidad artística a las vanguardias, ahora, tras su muerte, el discurso de los años acrisola su estima por la excelencia y significación histórica de su obra (su firma es universal y no se discute ni en los museos ni en el mercado), e incluso por considerarlo uno de los pintores de "acento español" mejor caracterizados (por patetismo; austeridad e intensidad de paleta; gusto tenebrista; suculencia de empastes y violencia de trazo). De ello da fe la exposición que le dedican, al alimón, las galerías Rayuela y Juan Gris, presentando cuarenta obras inéditas, procedentes de la Sucesión Saura. El conjunto se distribuye atendiendo a sus géneros predominantes: series Caballeros, Damas y El perro de Goya (más dos retratos de Dora Maar y dos Acumulaciones), en la galería Rayuela; y Retratos imaginarios y temática religiosa, en la galería Juan Gris.

Con sólo entrar en Rayuela, se impone la evidencia de que Saura sigue -de alguna manera- militando en el art vivant; o sea, que el suyo es un arte que no pertenece ya al pasado de sus fechas, sino que sigue vivo y activo, dentro del aura de una tradición que arranca -en sus temas religiosos- de la honda mirada cruel de Grönewald, de "la rojiza carnaza" de Rembrandt y de los oleajes compositivos de las "vanitas" de Valdés Leal. Simultáneamente, los caballeros de sus retratos, sus cabezas caricaturescas y su serie de calaveras enlazan con la modernidad de las versiones figurativas de Giacometti, laceradas por una textura granulosa y picada, rocosa y erosionada, y asimismo con la retratística inicial de Dubuffet, ruda y áspera de materia, terrible de dibujo y resuelta en tonos pardos siempre afines, ocres mates y negros. A la vez, vemos hermanarse sus Damas con las sugestiones orgánicas o biomórficas de las Women de De Kooning, cabalgando entre la amenaza, la cita sensual y la evocación abrumadora. Por su parte, el torbellino de figurillas de sus Acumulaciones comulga con el laberinto salvaje o rompecabezas de figuras y objetos entrelazados de las composiciones del último Dubuffet, pero también con las composiciones más espesas de los imaginistas abstractos y los expresionistas abstractos de Estados Unidos (Arshile Gorky. Pollock, Philip Guston…). Están además -siempre- los citados Goya de El perro, con toda su carga de misterio cósmico, abisal, y Picasso, explorando el tema femenino como belleza obscena, entendiendo por obscenidad -según el sentido preferido de Saura- como "una profunda necesidad del espíritu".

Un arte y una exposición que sacuden al espectador y lo ponen en alerta, como estas mismas obras lo hicieron ya antes, desde hace medio siglo. Saura, para siempre.