Exposiciones

Tiziano, el poder de la pintura

Tiziano, El poder enfrente

28 septiembre, 2006 02:00

Retrato de Pietro Aretino, 1545. Palazzo Pitti, Florencia

Museo de Luxemburgo. 19, Rue de Vaugirard. París. Hasta el 21 de enero

Hace unos seis meses, el pasado mes de marzo, se inauguraba en el Museo de Capodimonte de Nápoles una extraordinaria exposición: Tiziano y el retrato de corte - de Rafael a los Carracci, que tuve la fortuna de poder visitar. Ahora el Museo del Palacio de Luxemburgo de París, dependiente del Senado Francés, que desarrolla en sus salas un magnífico programa de exposiciones temporales, presenta una versión algo más reducida de la muestra napolitana, no menos fascinante. El comisario de ambas muestras, al frente de sendos comités científicos, ha sido Nicola Spinosa, supraintendente de los Museos de Nápoles.

En Nápoles se ponía el acento en el diálogo de los tizianos de su colección con los cuadros llegados en préstamo, y a la vez se intentaba reconstruir el recorrido de un género temático: el del retrato cortesano en Italia, que inevitablemente situaba la exposición en un contexto algo erudito y prolijo, aunque a la vez permitía establecer correspondencias y comparaciones entre Tiziano y ciertas obras de otros grandes maestros contemporáneos. La versión de París, adonde lamentablemente no han viajado algunas de las obras maestras de Tiziano que sí estaban en Nápoles, como el retrato del Papa Paulo III con sus sobrinos y la Dánae, del Museo de Capodimonte, la Flora de los Uffizi, el Autorretrato de los Museos Estatales de Berlín, o la Alegoría de la prudencia de la Nacional Gallery de Londres, es mucho más compacta, y reformula su título con un giro conceptual de mayor alcance: la representación del poder, a través de los retratos de los poderosos, situados frente al ojo analítico del pintor.

Para cualquiera que ame a fondo ese arte hipnótico que llamamos pintura, seguramente resulta indiscutible que Tiziano es uno de sus maestros supremos. No sólo extraordinario en su utilización del color y en la fuerza vital que desprenden sus obras, sino también, o quizás sobre todo, por su capacidad inventiva de géneros y motivos estilísticos y, en definitiva, por la rotundidad poética y conceptual que introduce en la representación y por la que nos hace sentir en ella, de forma fluida, la densidad del tiempo. El tiempo sedimentado en la pintura, la distancia que a la vez nos separa de ese momento de la representación y nos une a él.

Todo en esta muestra es excelente. Empezando, claro está, por las obras de Tiziano, treinta y tres, acompañadas de otras piezas: entre ellas, una xilografía de Giovanni Britto que representa a Tiziano, probablemente a partir de un autorretrato, una moneda con la efigie del Emperador Carlos V, una medalla de Benvenuto Cellini con la del rey Francisco I de Francia, bustos, armaduras y, sobre todo, pinturas de otros artistas tan grandes como Rubens, Lorenzo Lotto, Parmigianino, Tintoreto, Giulio Romano, Paris Bordone, o Sánchez Coelho. También lo es el montaje, sobrio y elegante, articulado en dos grandes secciones: El poder y La sociedad contemporánea, que a su vez se subdividen, la primera en dos apartados: El emperador, los reyes y el papa y Las cortes de Italia, y la segunda en tres: Los amigos humanistas y los intelectuales, La nobleza y la burguesía y El universo femenino. De las obras de Tiziano destacaría, por su calidad excepcional, los retratos de Carlos V y del Papa Paulo III, del Museo de Capodimonte, el retrato de Francisco I, del Museo del Louvre, los retratos de Felipe II y de Pietro Aretino, del Palazzo Pitti de Florencia, el retrato de gentilhombre de una colección inglesa, o el de Isabella de Este del Kunsthistorisches Museum de Viena.

¿Cuál es la imagen del poder que nos da la muestra? La de un círculo cerrado y exclusivo: el poder se encarna en individuos que se sitúan al margen de la sociedad de la época. Es el poder absoluto, anterior a las mediaciones y controles de la democracia moderna. Y es, también, un poder casi exclusivamente masculino: resulta sumamente interesante que los retratos de mujeres reunidos sean, salvo el caso de la aristócrata Isabella de Este, los de cortesanas y amantes: su presencia en el círculo del poder es marginal, e incluso anónima. A estos efectos, es extraordinariamente significativo el caso de un magnífico retrato de dama con su hija, de una colección privada, que reapareció recientemente en el mercado londinense, después de una operación de limpieza de un cuadro. El doble retrato, originalmente inacabado, había sido completado por uno de los alumnos de Tiziano, tras la muerte del maestro, y transformado en una representación de Tobías y el Arcángel Rafael. En la presentación en la muestra se sugiere la posibilidad de que la dama fuera la amante de Tiziano, y de ahí la transformación del cuadro, a instancias de sus descendientes legales.

La grandeza de Tiziano como retratista tiene que ver, en todo caso, con su extraordinaria capacidad para captar y expresar la psicología, el mundo interior, de sus personajes. Lo que vemos no son tipos genéricos o ideales, sino individuos de carne y hueso, con sus grandezas y limitaciones. Es verdad que los hechos y situaciones de estos personajes, hace ya tanto tiempo desaparecidos, están en el relato de la historia, pero sólo gracias a la pintura, como decía Leonardo Da Vinci, es posible que permanezcan hoy aún vivos para nosotros. Resulta, así, casi inevitable experimentar una extraña sensación, al percibir el carácter fugaz de ese poder que en su época fue omnímodo, frente a la persistencia de su imagen en la pintura. En otras palabras: fugacidad del poder, permanencia del arte. Esa es la gran victoria del simulacro, de la representación, de Tiziano. El poder de la pintura.