Exposiciones

Klee y el coleccionista impenitente

Paul Klee. Colección Berggruen

20 julio, 2006 02:00

Vision de ciudad en ascenso, 1915

Fundación Marcelino Botín. Pedrueca, 1. Santander. Hasta el 24 de septiembre

En 1944, durante un viaje por los Estados Unidos, alguien ofreció a Heinz Berggruen una acuarela de Paul Klee por un centenar de dólares. Una acuarela de pequeño formato titulada Perspectiva fantasma, que Berggruen convirtió, durante muchos años, en su objeto fetiche, llevándola consigo a todas partes.

A los pocos días de visitar la muestra en la sala de la Fundación Botín cayó en mis manos Collection (Nous, 1999), un pequeño ensayo de Gérard Wajcman en el que aborda la tarea de psicoanalizar la colección. Uno de los rasgos que destaca ese psicoanálisis es, justamente, la fetichización del objeto, el establecimiento de una especial relación entre un objeto -y luego un grupo más o menos cerrado de ellos- y su poseedor. Sean cucharillas de plástico o, como en este caso, obras de uno de los autores de referencia del siglo XX, el coleccionista es alguien que establece una relación especial con una clase de objetos. No se trata tan sólo de acumularlos, sino, como dice Wajcman, de "descubrir su secreto". Pero ese secreto no reside, evidentemente, en el objeto, que de por sí es inerte, sino en su poseedor, en quien busca su satisfacción en la posesión y la contemplación.

Porque una colección remite, evidentemente, a alguien. Es, por definición, privada. Y en tanto que remite a ese poseedor se constituye en una especie de retrato. La referencia a un nombre, el del coleccionista, es lo que transforma la simple reunión de objetos en una colección. Cada nueva pieza añadida tiene su pequeña historia, responde a una pulsión concreta, produce una satisfacción próxima a la del cazador que acaba de abatir (adquirir) una pieza y oculta la amargura por aquéllas que no pudo conseguir. De ahí que la suma de todos ellos, la colección, deba leerse siempre como una suerte de biografía, o al menos de retrato psicológico, de su propietario, pieza fundamental, como recuerda Wajcman, y a la vez excluida de ella.

La de Klee y Berggruen es un ejemplo más de la tantas veces repetida y tan pocas comprendida relación entre artista y coleccionista, y la exposición, además de permitir contemplar la delicadeza y complejidad psicológica del lenguaje elaborado por Klee, tiene como punto central esa relación, esa necesidad, a veces obsesiva, de acumulación, de posesión total que guía el coleccionismo de arte. Pasión que, como suele ocurrir, está destinada al sacrificio final de privarse del objeto amado, en el momento en que lo que ha existido para el disfrute propio debe transformarse en algo al alcance de todos. Es el momento, institucionalizado por el modelo de estado de todos los países occidentales, de la donación, pero que oculta un trasfondo psicológico muy profundo: es el instante de desvelar aquello que se posee, lo lentamente acumulado, en secreto. Es, en suma, la ruptura de ese secreto.

Berggruen fue tomando esta decisión por partes. De una forma probablemente tan cuidadosa y meditada como había ido formando su colección que, además de Klee, posee piezas de los principales autores del pasado siglo. Perspectiva fantasma fue donada, junto con otras 89 obras del mismo artista, al Metropolitan de Nueva York. Otro grupo de obras quedó, años más tarde, en el Pompidou parisino, pero el grueso de la colección precisaba de un hogar: un espacio que la albergara y le diera a la vez, entidad y singularidad. Uno de los pequeños palacetes situados frente al palacio de Charlottenburg, en Berlín, situado cerca del que, hasta hace poco, albergó el conocido busto de Nefertiti, fue el lugar que Heinz Berggruen consideró adecuado para depositar su colección, que fue adquirida por la Fundación para el Patrimonio Cultural Prusiano. ésta es la primera vez que todas esas obras vuelven a reunirse en una sola muestra.

Pero queda un segundo aspecto en la relación artista-coleccionista. Un desencantado Klee reconocía en una conferencia pronunciada en Jena, en 1924, que la tragedia del artista moderno es su desconexión del público. "Los artistas sufren una desunión con el todo [social]. Hemos encontrado las partes, pero no el todo. Todavía nos falta el poder final, puesto que el público no está con nosotros". Berggruen fue quizá uno de los primeros en saber ver y comprender la aportación de Klee al arte moderno y con ello aportar el elemento que, años atrás el artista echaba en falta.

Nacido en Berlín en 1914, Heinze Berggruen es uno de los grandes coleccionista europeos. EN 1936 emigró a los Estados Unidos. Tras la segunda guerra mundial, retornó a Europa y se instaló en París, donde trabajó varios años para la Unesco y, años más tarde, cumplió su sueño, montando una galería de arte en la Rive Gauche, cerca del actual Museo de Orsay. En este espacio, dedicado a los clásicos del arte moderno, fue exponiendo periódicamente obras de su autor fetiche y comprobando cómo, poco a poco, crecía su aceptación. Pero no sólo se enamoró del arte de Paul Klee. Más de cien obras de Picasso, pertenecientes a todas las etapas de su carrera integran la colección que desde 1996 está reunida en el edificio Stöler de Berlín.