Exposiciones

Ingres, maestro del retrato y el desnudo

Ingres 1780-1867

2 marzo, 2006 01:00

La grande odalisque, 1814

Museo del Louvre. Paris. Hasta el 15 de mayo

Han tenido que pasar casi cuarenta años, desde la exposición con motivo del primer centenario de su muerte que se celebró en el Petit Palais de París en 1967, para que tenga lugar de nuevo en Francia una gran retrospectiva de Jean-Auguste Dominique Ingres (1780-1867), uno de los nombres más ilustres de la tradición pictórica europea. La muestra que ahora propone el Louvre, con 180 piezas: 79 cuadros y 101 dibujos, completísima, es sin duda uno de los grandes acontecimientos de la temporada artística en París, planteando a la vez la posibilidad de un reajuste de nuestra visión de un artista aparentemente fuera de actualidad.

Aparentemente, digo, porque una de las sorpresas que uno tiene casi de modo inmediato visitando la exposición es la intensidad expresiva y cromática de unas obras sorprendentemente cercanas, en algunos casos, a los dibujos animados o al cartelismo actuales. De hecho, el equipo de cuatro comisarios, expertos en Ingres, que dirigen la muestra, ha intentado subrayar de un modo especial su empleo del color, un aspecto no demasiado destacado hasta ahora en los estudios sobre el artista, cercano, dicen ellos, a los procedimientos de iluminación de los textos medievales. ¿Un Ingres grafista, entonces…? Desde luego, mucho más que eso. Pero de lo que no tengo duda es de la facilidad de acceso del público actual a su obra, integrable sin esfuerzo en los usos de la mirada en nuestro tiempo.

Es evidente, como se dice prácticamente en todas las aproximaciones críticas a Ingres, su maestría en el dibujo, que convierte en una especie de laboratorio de donde fluye dinámicamente la obra, dibujando por ejemplo cuerpos desnudos para pintarlos después vestidos, no sólo con la mayor corrección anatómica, sino sobre todo acentuando su fuerza expresiva. Poder ver sus dibujos, extraordinarios casi siempre, que remiten a Rafael, y más lejanamente también a Leonardo, permite apreciar esa doble función del dissegno: dibujo + designio, característica de la escuela italiana, y adoptada como propia por Ingres, quien como es sabido vivió, en distintas etapas, durante años en Italia.

Organizada en seis secciones cronológicas, en un montaje en mi opinión un tanto estrecho, que hará más complicado un disfrute tranquilo y abierto de las obras con la esperable afluencia de masas, la exposición permite apreciar los dos ejes temáticos en los que Ingres verdaderamente deslumbra con su maestría: los retratos y los desnudos femeninos. En cambio, las pinturas de temática histórica, religiosa o mitológica resultan mucho más cuestionables, y en algún caso excesivamente declamatorias y forzadas. La tendencia acumulativa que últimamente parece cada vez más predominar en las muestras de carácter histórico, y que en mi opinión perjudica la que sería la opción preferible: presentar al público lo mejor de un artista, lo que establece su peso y jerarquía, y no todo: territorio de los expertos, se observa también en este caso. Repeticiones y obras menores, eso sí: no demasiadas, sobrecargan innecesariamente una muestra que podría haber resultado mucho más rotunda e intensa, aun recorriendo toda la trayectoria de Ingres, si se hubiera seleccionado sólo lo auténticamente esencial.

Resulta de gran interés, en cualquier caso, poder comprobar, como subrayan los comisarios de la muestra, la insuficiencia de las categorías clasificatorias tradicionales aplicadas a Ingres, y contradictorias entre sí: del "clásico romántico" a "romántico del clasicismo", pasando por la fórmula propagandística de "la reacción antirromántica". ¿Se trata de un caso especial, de un artista inclasificable? Yo diría algo más, y no sólo en referencia a Ingres: en arte las categorías clasificatorias genéricas suelen ser reductivas y simplificadoras. Cada artista, y los grandes artistas sobre todo, son en sí mismos todo un mundo, todo un universo expresivo propio, difícilmente reducible a un rótulo genérico. Lo que implica, evidentemente, un esfuerzo intelectual más profundo para desvelar e interpretar los procedimientos, particularidades y motivos de su trabajo artístico, situándolos lo mejor posible en su contexto histórico y cultural.

Esta hermosa exposición cumple bastante bien el objetivo de situar a Ingres en el marco de su época, caracterizada por un mercado del arte más abierto, el papel creciente de la prensa, el desarrollo pleno del grabado y la emergencia de la fotografía. Se hace así factible comprender el sentido y alcance de la fórmula con la que Baudelaire, impresionado por la calidad de sus retratos, le caracterizó: "el hombre audaz por excelencia". Una audacia que le convirtió en un punto de referencia central para los artistas posteriores, particularmente en el momento del "retorno al orden", en la década de los años veinte del siglo pasado. Y de un modo especial, para Picasso, quien afirmaba que había aprendido de Ingres el modo de descomponer y recomponer a su gusto el cuerpo humano.

Audacia que marca la vigencia, de gran artista, de Ingres hoy día: sus retratos, sus desnudos, son a la vez expresión de un tiempo que ya pasó y de algo que seguimos viviendo actualmente cada día. La captación del flujo interior de la personalidad de los retratados: melancólicos, distantes, autosatisfechos, investidos de una seguridad burguesa, o expresión máxima de la encarnación del poder (por ejemplo, en los retratos de Napoleón). Ingres fue un retratista soberbio, desde los inicios de su trayectoria hasta sus últimos años. Sus desnudos femeninos, que sin duda remiten a esa fuente nutricia en la historia de la pintura que es La Venus de Urbino, de Tiziano, introducen una delectación en el detalle del cuerpo, que permite subrayar giros y fragmentos, restituyendo así su carnalidad y abriendo el espacio de la representación a los juegos fragmentarios y fetichistas de la mirada.