Image: Lo sacro y lo profano en Rafael Canogar

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Exposiciones

Lo sacro y lo profano en Rafael Canogar

22 diciembre, 2004 01:00

Testera, 2004

Metta. Villanueva, 36. Madrid. Hasta el 24 de enero. De 4.500 a 120.000 euros

En la arquitectura de los templos antiguos el pronaos es la sala de acceso o pórtico que hay delante del santuario. Pronaos se titula el cuadro monumental que sirve de atrio a esta exposición de la obra última de Rafael Canogar, la realizada entre 2003 y 2004. Se trata de un mural en el que, sobre un fondo rectangular de negro intenso, se sobrepone una forma grande casi cuadrada, de rojo muy vivo, desplazada hacia la derecha y enmarcada por el negro. Sobre el negro y el rojo, centrando la composición y cortándola de arriba abajo, hay dispuesto un ancho panel vertical, cubierto de pan de oro como una pala veneciana o místico retablo medieval. Este cuadro constructivo y singular, profano y sacro, sintetiza las constantes de la etapa pictórica más reciente de Canogar, la iniciada en 1992, cuando destruyó el concepto de cuadro como ventana, cambió de materiales y transformó la pintura en objeto, es decir, en realidad que "se objeta" y "se opone" a los ojos en defensa propia, contrapuesta a nuestra subjetividad, como cuerpo y al mismo tiempo como causa final de la pintura.

Entre esas constantes cuenta, en primer término, la elementalidad radical que el pintor impone en las obras, dándoles un marchamo de principio o fundamento, refiriéndolas a elementos plásticos primordiales: espacio, línea, color, textura y estructura. Con todo, es tanta la plasticidad que se desprende de estos cuadros, que todos y cada uno de ellos se imponen con presencia escultórica, con condición de espacio tridimensional. Otra de sus claves es el interés por la calidad y por las cualidades de la superficie y de la textura, marcando en esto Canogar una línea de fidelidad y congruencia con sus orígenes, o sea, con el informalismo, en el que la obra de arte vino a ser energía creativa hecha materia, relacionándose estrechamente materialidad con personalidad. Lo comprobamos aquí en una pintura tan expresiva y "ambigua" como Testera, cuya T roja y densa sirve al pintor para aludir por igual al signo escrito sobre el frente de una fachada y al ornamento que se dedica a la testuz de un animal.

De otra parte, en todo el ciclo se conjuga una síntesis continuada entre sensualidad de la materia y rigor geométrico. Deslumbran, así, los cuadros realizados con fragmentos de cristal (Meteoro, Fosforescencia y los de la serie Eclipse), y los collages realizados con plomo (Taur, Rejo, Tas), en los que la ductilidad, blandura, pesadez y peculiaridad de su color gris azulado, contrasta y vivifica los planos pictóricos de los fondos, en blanco y negro. En estas suites de pinturas en cristal y en plomo Canogar reafirma su fe estética y mantiene cómo los artistas han de ser capaces de construir la belleza encima de los detritus de nuestra destrucción, encima de tantas ruinas y miserias.

Otros dos recursos insistentes, caracterizadores, son la atención a la superposición de elementos matéricos, superposición que va creando una estructura propia, sólo suya, que Canogar respeta; y, de otra parte, el interés por dotar al cuadro de una concepción acusadamente constructiva, arqueológica, de fragmento mural, de pared, por más que muchas veces el cuadro haga referencia más o menos explícita al paisaje, como ocurre aquí con el esplendoroso Toledo III, donde la estructura oscura y sensual de los riscos se conjuga con el corte fluvial del Tajo, elementos sobre los que se edifica una franja de oro, que es un color sin serlo, y que trae a ciertas obras últimas de Canogar un referente oriental, una calidad de reflejo y unos registros imprevistos de simbolismo, liturgia y sacralidad.