Fue en el verano de 2012 cuando Mario Draghi prometió que haría todo lo necesario para salvar al euro y comenzó a sacar del cajón del Banco Central Europeo (BCE) la munición más pesada que hasta entonces conocía el euro.

Lo hizo bajo la advertencia a los gobiernos europeos -en especial a los de los países del sur de Europa- de que sus bajadas de tipos y compras de deuda no eran otra cosa que una compra de tiempo para sostener la economía mientras se ponían en marcha las reformas estructurales que eran necesarias para curar las heridas de la crisis.

La fragmentación política postergó la adopción de esas medidas en países como España o Italia -cuarta y tercera economía del euro, respectivamente-. Mientras, en Francia (segunda economía de la eurozona), la presión de los chalecos amarillos tampoco ha permitido seguir esa hoja de ruta del BCE.

Han pasado siete años desde entonces, los gobiernos europeos no han terminado de hacer sus deberes y Alemania se encamina a una recesión técnica con una ligera caída del crecimiento.

A punto de abandonar Fráncfort, Mario Draghi ha tenido que sacar nueva artillería para evitar que el resfriado de la locomotora del euro contagie al resto y condene a los países que dependen del banco central a una recesión, cuando los efectos de la última -como el desempleo en España- aún no se han disipado. 

Quizás rendido por su incapacidad de presionar a los gobiernos para que pongan en marcha medidas estructurales, Draghi ha apelado esta vez a la munición fiscal para animar la economía por otras vías alternativas a la política monetaria.

Su mensaje ha puesto de manifiesto el escaso margen con el que cuenta España para seguir esa hoja de ruta, con unos Presupuestos congelados que imposibilitan cumplir con los objetivos de déficit pactados y una deuda que roza el 100% del PIB.

El músculo alemán

La situación contrasta con la de Alemania. Aunque algunos periódicos germanos, en concreto el Bild, han aprovechado ese discurso para poner al presidente del BCE el mote de "conde Draghila", lo cierto es que el país sí cuenta con mucha munición fiscal a su disposición con la que podría impulsar su economía si la anunciada recesión amenaza con cronificarse.

"Con la economía creciendo en 2018 y 2019, en España se optó por políticas expansivas. En los últimos años, se ha inyectado mucha renta disponible a través de las subidas de los salarios de los empleados públicos y las pensiones. Mientras, Alemania optaba por una política neutral y ahora cuenta con más munición fiscal", explica a EL ESPAÑOL el responsable de Análisis Macroeconómico de BBVA Research, Rafael Doménech.
Los Presupuestos que elaboró el PP y aprobó finalmente el PSOE en 2018 fueron presentados en sociedad como el fin de las políticas de austeridad. En esas cuentas, se subieron las pensiones mínimas y no contributivas, además se emplearon 2.000 millones de euros para rebajar el IRPF a pensionistas y rentas del trabajo más bajas y se incluyeron ayudas para las familias.
Esas cuentas públicas también mejoraron el sueldo de los funcionarios y elevaron los recursos de las comunidades autónomas. Una senda de aumento de gasto en la que quería profundizar el Gobierno de Pedro Sánchez cuando presentó los Presupuestos que fueron tumbados por el Congreso.
Todo ello mientras Alemania ha sido más conservadora en el gasto público hasta que llegó en verano la amenaza de recesión y el ministro alemán de Finanzas, Olaf Scholz, sugirió que el Gobierno podría inyectar 50.000 millones de euros de gasto adicional para reactivar la economía si había que combatir una crisis.

Menos deuda y paro

Alemania cerró 2018 con un superávit del 1,7%, frente al déficit del 2,6% español, y su deuda pública es algo superior al 60% del PIB, mientras en España ronda ya el 99% del PIB (dato de junio). También su tasa de paro del 3% es envidiable si se compara con el 13,9% de nuestro país.
Así, aunque España crece con más fuerza que Alemania -debido también en parte a que salió más tarde de la crisis-, lo cierto es que su situación es más vulnerable tanto por los datos macroeconómicos, como por el músculo fiscal de sus gobiernos.
La inestabilidad política tampoco ayuda a clarificar la situación, puesto que este año España está funcionando con unas cuentas prorrogadas. "Los Presupuestos Generales del Estado congelados imponen un pequeño corsé a las políticas. Con una política fiscal neutral, todo se confía al ciclo económico" explica Doménech.
En materia de déficit, BBVA Research espera que cierre el año en el 2,2%," sin que este déficit sea un problema para España por el momentocomo muestra la reducida prima de riesgo", apostilla. Curiosamente, esa prima de riesgo tan baja está sostenida por las políticas expansivas del BCE.

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