Dentro de once meses justos se celebrarán las elecciones a la Presidencia de los EEUU. Lo más probable es que vuelva a ganarlas Donald Trump. Y es que Trump es un hombre con suerte. Lo ha sido hasta ahora, y los hados le siguen siendo favorables.

Lo contundente de la afirmación no se basa en los argumentos al uso a favor (situación económica, revalorización de las Bolsas, guerra comercial con China, haber evitado, hasta ahora, involucrar a EEUU en nuevas guerras…) o en contra (amenaza de impeachment, escándalos diversos que le tienen perpetuamente en jaque, negativa a publicar su declaración de impuestos…). Podría decirse, parafraseando lo que decía Unamuno sobre el juego del ajedrez, que ese tipo de argumentos desarrollan mucho la inteligencia para poder seguir argumentando… Y poco más. Rara vez el análisis aparentemente racional sirve para acertar el resultado de unas elecciones, como tampoco sirve con frecuencia de mucho para predecir la evolución futura de los mercados financieros.

Si le preguntaran a Donald Trump por qué razón se merece renovar su mandato al frente de la Presidencia de EEUU, él seguramente respondería, como Cassius Clay, que porque es el mejor y para ilustrarlo mostraría lo bien que ha ido la Bolsa de EEUU desde su llegada. Pero ese es un argumento muy flojo: durante la parte transcurrida de su mandato, la Bolsa de EEUU, medida por el índice S&P 500, ha subido un 54%, exactamente lo mismo que durante los tres primeros años de la Presidencia de Georges Bush (Bush padre). Y Bush perdió las elecciones… Por eso es que cada argumento económico, político o social se vuelve tan endeble.

También podría utilizar como argumento a su favor la bajada de la tasa de paro del 4,7% al 3,6% del mes pasado, pero Hillary Clinton perdió frente a él a pesar de que Obama, del mismo partido que ella, había conseguido reducirla el triple que Trump: del 7,8% al 4,7%.

De ahí que sea mejor recurrir a lo único objetivo y abstracto de lo que se puede echar mano: el ritornelo que muestran las elecciones presidenciales en EEUU, pues ése y no otro es el mejor argumento favorable a una eventual victoria de Trump, un simple cálculo frecuencial que muestra cómo durante los últimos 125 años EEUU ha tenido 20 presidentes y solo uno de ellos, Jimmy Carter, no consiguió la reelección, en noviembre de 1980, a pesar de que su partido, el Demócrata, solo había consumido un turno presidencial, el suyo.

Un caso, por tanto, entre 20 muestra bien a las claras que lo normal en EEUU es que la mayoría de los presidentes encadenen dos mandatos consecutivos, aunque esto haya que matizarlo precisamente con el número de turnos presidenciales consumidos previamente por el partido del presidente que se presenta a la reelección.

Y es que, rebuscando en estos 125 años últimos, se puede encontrar a otros tres presidentes que no renovaron mandato y que, por tanto, al igual que Carter (aunque en circunstancias muy diferentes de las de Carter) solo se mantuvieron en la Presidencia por un período de cuatro años. Esos presidentes fueron: William Taft (elegido en 1908); Herbert Hoover (1928) y Georges Bush (1988). Pero el caso de estos tres es muy diferente del de Carter pues, si Taft, Hoover o Bush padre hubieran sido elegidos para un segundo mandato, su partido, el Republicano, se hubiera mantenido en el poder presidencial durante 20 años seguidos, en el primero de los casos, y 16 años en cada uno de los otros dos.

En suma, la norma durante los últimos 125 años (e, incluso durante toda la historia de los EEUU) es que los presidentes solo ganen dos mandatos consecutivos y que sea una excepción tanto el caso de Carter de solo ganar una elección, como el de Franklin Delano Roosevelt, que ganó cuatro (hasta 1947 no se aprobó la Enmienda número 22 que impide estar en la Presidencia más de ocho años a la misma persona). Desde 1947, por definición, pues, un candidato solo puede ser presidente dos veces, y la experiencia muestra cómo casi siempre gana las dos. Y esto favorece, a Trump.

Otra cosa muy distinta es el número de veces que un mismo partido puede ganar la Presidencia con un candidato propio. Desde 1947 para acá, la norma ha sido ganarla en dos ocasiones, excepto en 1988 cuando, con George Bush padre, la ganó el partido Republicano por tercera vez consecutiva. Antes de 1947, el caso era más frecuente porque, además del caso del Partido Demócrata con F. D. Roosevelt, ya mencionado, en los 125 últimos años hubo otros dos casos de larga estancia en el poder del mismo partido: a) entre 1897 y 1913, el Partido Republicano ganó en cuatro ocasiones consecutivas por lo que, sumando los años de la primera presidencia de William McKinley, los siete de Theodore Roosevelt (en los que solo fue electo en una ocasión ya que los restantes correspondían a la segunda presidencia del asesinado McKinley al que él, como vicepresidente, sucedió de manera automática) y b) los doce años que van de 1921 a 1933 en que se sucedieron tres presidentes Republicanos.

De todo esto se deduce que fuera muy fácil apostar en 2016 que lo probable era que Hillary Clinton perdería frente a Trump: las frecuencias históricas parecían imponer un cambio de partido y un cambio de presidente. Según lo dicho, desde Roosevelt para acá, y con diecisiete elecciones presidenciales celebradas, solo en una ocasión el mismo partido había conseguido un tercer mandato presidencial.

O, dicho de otra forma, y afinando algo más, de seis dobletes del mismo partido desde el Presidente Harry Truman para acá, solo uno se convirtió en triplete. Al llegar a Hillary Clinton tocaba, pues, cambiar de partido político en el poder (por cierto, tras la victoria de Trump en 2016, ese ritmo frecuencial que llevó a su partido y a él al poder se vuelve aún más adverso a gobernar tres mandatos seguidos: ahora, contando ya a Obama, solo uno de los siete dobletes se ha convertido en triplete).

Así pues, la diosa de las frecuencias está favoreciendo a Donald Trump y, además, por partida triple: ya le favoreció en 2016, porque lo más probable era un cambio de partido en el poder (de Demócrata a Republicano tras ocho años del Partido Demócrata al mando) y en 2020 le volverá, en principio, a favorecer porque lo probable es que tanto el presidente que ya está en la Casa Blanca como el partido que lo sustenta repitan un segundo mandato.

Es cierto que el presidente Trump parece especializado en meterse en todos los charcos, ya sean de política nacional o internacional; de inicio de una guerra comercial en todas las direcciones, de dudoso resultado; de escándalos sobre su vida privada y sus finanzas; de acusaciones de acoso a sus enemigos políticos, que van desde la supuesta ayuda de Rusia para que ganara las elecciones en 2016 hasta el quid pro quo con el presidente se Ucrania para investigar al hijo del precandidato demócrata Joe Biden, etc. Pero lo cierto es que, salvo algo especialmente estruendoso, e, incluso a pesar de ello (o precisamente por ello) los hados favorecen que Trump sea reelegido. Lo que hace, por ahora, poco juicioso que alguien como Michael Bloomberg se haya decidido a iniciar una carrera por la Presidencia que, frecuencialmente hablando, le pone las cosas casi imposibles.

Todo esto no quiere decir que Trump no pueda perder, sino que el que pierda es algo extremadamente improbable.