El Parlamento no deja de imponerme siempre cierto respeto. Para una detective de empresas nunca es aburrido ver cómo los mismos señores que se pelean desde sus escaños luego se llevan fenomenal en la cafetería. Piensas en que los gladiadores romanos debieron ser similares. Que sí, que yo te atizo con el tridente y tú me enredas con tu red, pero luego tan amigos, que una cosa es el trabajo y otra los colegas.

El caso es que mi último cliente me había obligado a presentarme en el Congreso, saludar a los leones e intentar descubrir cuál es la mayor preocupación de la banca en España. Muchos de los jerifaltes de las grandes entidades españolas acudieron a declarar en el marco de la comisión que investiga la crisis financiera y decidí analizar sus palabras, a ver si había algo que rascar.

Y vaya si lo había. Los grandes responsables de la banca nacional saben que sus rivales no son sus enemigos, igual que Pablo Iglesias se puede abrazar con Rafa Hernando. El verdadero problema de la banca tiene que ver con la disrupción que supone Internet y la posibilidad, cada vez más real, de que gigantes como Google, Facebook y Apple entren en su terreno y, como suele pasar, con menos regulación y obligaciones.

El verdadero problema de la banca tiene que ver con la disrupción que supone Internet

Hay mercados, como el indio, en el que las señales son preocupantes. Facebook ha dado pasos para introducirse a través de WhatsApp, y Google ha rebautizado su aplicación local Tez por Google Pay. Ambas afrontan un mercado que vivió un cambio radical cuando el Gobierno decidió, en 2016, prohibir buena parte del dinero en efectivo del país de un día para otro con el objetivo de combatir la corrupción. Eso provocó que mucho dinero negro retornase al sistema y también que muchos indios decidieran apostar por el dinero digital para no volver a tener este problema.

Leí hace unos días que MuleSoft, comprada recientemente por Salesforce, había hecho una encuesta entre más de 8.000 personas de todo el mundo y descubrió que más de la mitad de las respuestas de personas de entre 18 y 34 años apuntaban a que estarían dispuestos a tener servicios de banca con Facebook u otro gigante tecnológico. Entre todos los grupos de edad, un tercio se prestarían a ello.

Estas compañías tienen ventajas a la hora de enfrentarse a este sector, como grandes reservas de efectivo, mucha tecnología a su disposición y millones de usuarios que ya confían en ellos para almacenar y proteger su información personal, si bien Facebook demostró con el Facebookgate que, cuando quiere, es muy poco fiable.

Estas compañías tienen ventajas a la hora de enfrentarse a este sector, como grandes reservas de efectivo, mucha tecnología a su disposición y millones de usuarios

Después de escuchar a los grandes directivos de banca hablar en el Congreso tengo claro que vamos a ver repetida la guerra que ya tuvieron las compañías de telecomunicaciones con estos agentes, que hoy parece más calmada. En este caso, no sería tan raro imaginar que los nuevos entrantes empiecen a trabajar en segmentos como el de los créditos -Google va a ofrecer préstamos instantáneos en India- y que, para colmo, ataquen los sectores con mayores márgenes e ignoren las actividades que no dan dinero pero que los bancos mantienen por cuestiones de cohesión social. ¿Podemos imaginar a estas entidades abriendo una sucursal en una zona rural? Dificilmente.

En todo caso, la batalla está servida y los bancos tienen en su contra una regulación enorme, diseñada para proteger al sistema de una nueva crisis; una reputación dañada por la crisis anterior y una menor flexibilidad, en muchos de los casos, para enfrentarse a rivales mucho más ágiles.

En el pasado, el presidente del BBVA, Francisco González, ya declaró que las autoridades deben poner orden en un cambio radical que hará que las tecnológicas amenacen la existencia de muchos bancos y que “supone riesgos para la estabilidad financiera”. ¿La clave? Misma actividad, mismas normas.

Salgo del Congreso pensando que, probablemente, esta vaya a ser la guerra empresarial más importante en Europa de los próximos años. Lo que no alcanzo a imaginar es quién terminará por llevar el ascua a su sardina.

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