“Meet the new boss, same as the old boss” Pete Townshend

Si uno lee los medios de comunicación en Europa, nos parecerá que la economía de Estados va como un tiro. Es por ello que es difícil para nosotros entender el avance de Donald Trump. ¿De qué se quejan?

Por supuesto, comparado con la anquilosada, intervenida y reincidente Europa, Estados Unidos es una historia de éxito. Siempre lo es. En el cenit de la crisis, el desempleo no superaba el 10%, una cifra “envidiable” para nuestros países que, sin embargo, se niegan a tener la flexibilidad y dinamismo del mercado laboral norteamericano, y piensan que el paro ha caído al 4,9% por arte de magia monetaria.

El gran punto negativo del legado económico de Obama es la deuda, los salarios reales y la tasa de participación laboral.

Y además hay que valorarlos en el contexto del mayor estímulo de la historia. Más de 24,7 billones de dólares, incluyendo 13 en déficits federales y locales y 4,7 en estímulo monetario (QE) y bajadas de tipos a mínimos históricos.

El primer punto oscuro es que semejante estímulo haya llevado al crecimiento más pobre en siete años y se haya generado un aumento del PIB de casi la mitad del potencial y de lo que se “prometía” al anunciar el plan de estímulo. Y más de 20 billones de dólares de nueva deuda.

Durante el mandato de Obama la deuda se ha más que duplicado, con un aumento del 121% desde el comienzo de su primera legislatura. La reducción del déficit ha sido muy moderada para una economía que ha recibido semejante estímulo monetario y fiscal, y dicho déficit ya se ha disparado de nuevo en 2016 un 35%.

Una de las falacias sobre la economía con Obama es hablar de su “aumento del gasto público”, cuando ha bajado del 41% en 2009 al 35,5%.

La mejora del empleo, incuestionable, se ha dado con los salarios reales aún por debajo de los niveles de 2008, y con una caída de la participación laboral hasta niveles de 1978, que no se explica “por la demografía”. La participación laboral ha caído en todos los segmentos observados. La participación laboral en Reino Unido, con una demografía similar, es del 77,7% comparado con EEUU, del 63%.

Aun así, EEUU ha creado 9,7 millones de puestos de trabajo, aunque, como explico en Acabemos con el Paro, quince estados de EEUU no han recuperado aun el empleo de 2009, y 11,5 millones de personas han “abandonado” las listas de desempleo, llevando a la participación laboral a niveles de 1978.

A la hora de comparar el paro con España hay muchos factores diferenciales que invalidan la comparación de ratios de desempleo. No solo el nivel de flexibilidad y dinamismo del mercado laboral. Para ser más comparables, España debería comparar los datos de la EPA con el desempleo U-6, un 9,6%, que sigue por encima de niveles de mayo 2008 y lo que se considera pre-crisis (7,5-8%).

Sea como sea, la economía norteamericana ha vuelto a mostrar lo que la diferencia de Europa, con o sin política monetaria. El empleo, el crecimiento y la salida de la crisis que no ha conseguido ni la UE ni Japón muestran que la política monetaria no es la causa, sino una herramienta menor.

Los beneficios empresariales han crecido un 144% desde la llegada de Obama, las exportaciones han crecido un 28% y el déficit comercial se ha desplomado un 24% gracias en gran parte a que EEUU ha pasado de ser el mayor importador de crudo global a ser casi independiente energéticamente y producir más petróleo que Arabia Saudí. A propósito, todo ello se ha conseguido no por la política de la administración Obama, sino a pesar de ella, que intentó torpedear todo lo que pudo la revolución energética y el crecimiento empresarial.

EEUU crece, pero lo hace a casi la mitad del crecimiento potencial de la economía y muy por debajo de las estimaciones de la Reserva Federal, que se han bajado casi automáticamente todos los años desde 2010. Que EEUU presente el peor crecimiento en siete años este 2016 no es muy positivo tras semejante chute de gas de la risa monetario.

Estos claro-oscuros en el mercado laboral y en el empleo y renta salarial explican en parte un descontento tan relevante y un fenómeno como Trump. Que el índice de desaprobación de la candidata Clinton sea tan alto no es una sorpresa para cualquiera que conozca los EEUU fuera de Nueva York o Los Ángeles. Como me dice Rick Santelli “cuando copias a Europa, consigues los resultados de Europa”.  

¿Qué ofrecen Clinton y Trump?

Ante el más que posible riesgo de una nueva recesión en los próximos meses, los programas de Clinton y Trump en materia económica se podrían resumir en “más de lo mismo” ella y “cualquier cosa menos lo mismo”, él.

Clinton vuelve con promesas de impuestos a “los ricos” como hizo Obama, que luego tuvo la inteligencia de mantener el 80% de las deducciones fiscales de la administración Bush, y así evitó que la recesión se prolongara más años. El principal problema con el que se encuentra Hillary Clinton con su promesa del llamado “impuesto Buffett” es ella misma y el nombre. Mientras predica que “los ricos” paguen más y una tasa efectiva mínima de 30%, ni el Sr. Buffett paga más -y le basta con donar a las arcas del Estado el diferencial- y se duda de ella, tras las noticias sobre el uso -lícito- de la Fundación Clinton para evitar impuestos.

No, el plan de Clinton no tiene nada de socialista. Es continuar con la misma política que Bush Jr y Obama -sí, han sido parecidas en términos generales-. Mantener un gasto público que no supera el 36% del PIB.

El principal problema del plan fiscal de Clinton es que la cifra de “ingresos estimados” (1 billón de dólares en cuatro años) no se la cree nadie, porque, como nos ocurre en España o Europa, se hacen cálculos extra-optimistas. Aun así, Clinton mantiene los bajos impuestos de Bush y Obama, con un tipo máximo del 33% para rentas por encima de 193.000 dólares y un recargo del 4% a las rentas por encima del 5 millones de dólares. Un 37% de tipo máximo con un mínimo del 30% para los 'superricos'. Cabe recordar que en EEUU “los ricos” para los políticos al menos son ricos de verdad, no como en España donde llaman “rico” a 60.000 euros anuales de ingresos.

El plan fiscal de Trump es una bajada a todos los niveles y reducción de tramos. Por ese lado, es mucho más atractivo para el votante medio. No solo propone 0% de impuestos hasta los 50.000 dólares de ingresos para familias, sino que lo baja a 10% para ingresos familiares de 100.000 dólares y lo baja también a 20% para ingresos de 300.000 dólares. No solo baja mucho más los impuestos a la clase media, sino que las subidas a medida que aumentan ingresos son más moderadas que ahora.

Lo más preocupante de Clinton y Trump, especialmente el segundo, es su campaña proteccionista e intervencionista.

Clinton ha criticado el TPP (Tratado Trans Pacífico) que ella misma ayudó a negociar y, en cualquier caso, es conocida por renegar de tratados bilaterales que luego apoya dentro de la administración (como ocurrió con Corea del Sur en 2007). 

Trump es mucho más agresivo, pidiendo la renegociación de NAFTA e imponer aranceles a China. Vaya, algo que no se le ha ocurrido nunca a nadie… Y que dará los mismos desastrosos resultados que en el pasado.

Ambos apuestan por programas de inversión en infraestructuras, aunque esa es una promesa típica de todos los candidatos desde 1980. Que Trump es un empresario de éxito es un hecho, que su modelo es endeudarse de manera desproporcionada, también.

Pero lo preocupante es que en EEUU se está volviendo políticamente rentable acudir al proteccionismo y el intervencionismo propios de populistas franceses o españoles.

El elefante en la habitación

Como vemos, las promesas de uno y otro fuera del terreno fiscal son bastante “vagas” y en algunos casos genéricas. Las ridículas palabras de Trump diciendo que EEUU puede imprimir todo el dinero que necesite contrastan con la misma fuente principal de su base de votantes. El ciudadano medio que no ha visto ningún beneficio de la política del gas de la risa monetario pero que sufre las consecuencias del brutal aumento de la deuda.

El gran problema de EEUU es la productividad, que ha caído por primera vez en treinta años. Y una parte de ese problema es que la inversión pública ha sido muy pobre a la hora de generar crecimiento, productividad o empleo, y que la privada se encuentra a mínimos de veinte años en términos reales. Esa caída de la productividad es más preocupante si añadimos el efecto positivo de la enorme bajada de los precios del gas y la electricidad por la revolución del 'fracking' en EEUU. Comparado con Europa la electricidad es un 50% más barata en EEUU y el gas industrial casi un 75% inferior. Que la competitividad y productividad de la economía caigan con semejante mejora de costes relativos es muy preocupante.

El gran problema de estas elecciones en materia económica es que ninguno de los dos candidatos ofrece un plan creíble para parar la espiral de deuda, y atajar el problema de productividad apostando claramente por mayor apertura. Es difícil ver cómo reaccionará el votante.

¿Por qué soy optimista?

Recuerdo aquel día en que Steve Wynn comentó en una conferencia de prensa que “esta administración es lo peor que le ha pasado a América”, o aquella anécdota en la que le preguntaron a Rex Tillerson si iba a hacer lo que le había exigido Obama en cuanto a inversión, y respondió “no”. La iniciativa privada en EEUU no se parece en nada al binomio Estado-empresas europeo.

El empresariado norteamericano saldrá adelante junto con y a pesar del gobierno, porque -igual que Obama rectificó en sus planes más intervencionistas- estoy seguro de que, tras las promesas, Clinton o Trump no caerán en los errores del proteccionismo y la búsqueda de la autarquía.

Soy optimista porque, aunque una recesión sea inevitable, el talento y la competitividad saldrán adelante. Y porque estos candidatos luego se dejan asesorar por gente de auténtica valía.

Soy optimista porque ni Clinton es el ángel de la guarda ni Trump el mal encarnado

Les apuesto a que, pase lo que pase, gane quien gane, en cinco años volveremos a leer “hay que hacer como EEUU”… pero ignorando la libertad, iniciativa privada, pragmatismo y dinamismo de su sociedad y gobierno.  Y volveremos a equivocarnos.