Todo vale con tal de ganar. Uno de los tuits más famosos de Pablo Iglesias dice que “la izquierda debe vestir el traje de la victoria; para follar hay que desnudarse pero para ligar hay que vestirse”. Dicho y hecho. La campaña de Podemos ha logrado reunir conceptos publicitarios bien asentados por el marketing en el inconsciente colectivo de los españoles: “La sonrisa de un país”... es de Profidén, el corazón... de Frigo y el catálogo de Ikea… Todo con un objetivo: combatir al capitalismo.

El último golpe de efecto ha sido el programa electoral en forma de catálogo de Ikea. Un trabajo excepcional que comporta un despliegue enorme de fotografías y de producción editorial. La firma sueca asegura que no sabía nada y sólo pide que ojalá no se confunda a los clientes. Sobre los votantes no ha dicho nada.

La elección de Ikea es, además, todo un símbolo de las contradicciones que Podemos quiere ocultar. A Podemos no le gusta el capitalismo, ni la globalización (ahí está la tesis doctoral de Iglesias), sospecha del mercado, apuesta por desmercantilizar la sanidad, la vivienda y la educación -bienes que no quiere que sean producidos por el mercado-, pero le gusta el look de los corazones que envuelven helados, las sonrisas que ocultan sus rictus de disgusto y ha identificado correctamente los catálogos como vehículos de un populismo chic.

Paradójicamente, el programa de Podemos aboga por subir 20.000 millones de euros los impuestos a los españoles y recaudar 10.000 millones más de la lucha contra el fraude y la elusión fiscal, cuando Ikea es una empresa sueca, pero cuya sede está en Holanda precisamente para pagar menos impuestos. Y los derechos de propiedad de sus diseños están domiciliados en las Antillas Holandesas gracias al dichoso "sandwich fiscal" holandés que consiste en una serie de empresas interpuestas que hacen negocios entre ellas. Éste es el tipo de ingeniería fiscal que Podemos dice aborrecer.

La verdad es que Pablo Iglesias no sólo compara a los empresarios de éxito, como Amancio Ortega o Ingvar Kamprad, con terroristas -porque eso es lo que hace el capitalismo y la globalización, a su juicio-, sino que su partido es una formación que allí donde ha tenido que decidir no se ha mostrado partidaria de las grandes superficies. Es el caso de Baleares, donde Podemos apoyó en agosto de 2015 la moratoria contra éstas. O de la licencia de Ikea en Alicante donde una izquierda preñada de confluencias podemitas no le permitió a la multinacional instalarse donde quería.

La libertad de horarios es otro asunto donde Podemos muestra incoherencias. En Cantabria  se oponen a la apertura en festivos. Pero incluso en la economía colaborativa que en su programa electoral dicen defender, cabalgan sobre su incoherencia. Les gusta el modelo Ikea, basado en la caída de los costes de transacción que supone que la mano de obra la pone el cliente, pero rechazan el modelo de Über y se alinean con los taxistas y sus licencias.

Leyes comerciales obsoletas    

Podemos no es el único que se viste con ropas ajenas para convencer a los votantes en materia de comercio. Las leyes comerciales en España responden a una economía de los años 1970 que se debate en el enfrentamiento entre el pequeño comercio y la gran superficie. Y no se ven progresos últimamente. Mallorca ha impuesto una moratoria radical a la apertura de nuevas tiendas, con el apoyo... del PP. Cantabria cerró su comercio todos los domingos durante la última Navidad. Hay ciudades que mantienen cerrado en festivos cuando hay 9.000 turistas desembarcando en sus plazas. Ayuntamientos como La Coruña y Vigo designan como zona de atracción turística para que se pueda abrir los domingos a sitios como el cementerio o la Torre de Hércules, o donde simplemente no hay comercios que abrir.

A Ikea o a cualquier otro se le niega una licencia de apertura mientras cualquier español pueda cliquear en la página web de un suministrador chino que en 24 horas le pone en casa lo que desea.

Vestirse con ideales ajenos

Pero volvamos a Podemos y su utilización de los símbolos que son fruto de una realidad que odia, la del mercado. Lo más llamativo es que apuestan por identificarse con un modelo que apela al individualismo -al hágalo usted mismo de Ikea, "la república independiente de tu casa..."-, para promover soluciones colectivistas que se dan de bruces con esa idea. La caza y captura del voto es la 'llave allen' de la democracia estilo Podemos donde se le aprietan las tuercas a conceptos como la propiedad privada o el respeto a los contratos que quedan subordinados a la conveniencia, a unos supuestos derechos sociales o al talante con que se levante el líder de turno.

El profesor de Princeton Jan-Werner Müller ha publicado un artículo en el Nº 177 de la revista Letras Libres que ha titulado con esta tesis: “El populismo necesita enemigos; la democracia requiere oposición”. En él sostiene que el populismo no es una ideología, sino una estrategia de acceso al poder en la que el fin justifica los medios. El autor afirma, además, que “el populismo representa un peligro para la democracia” porque ésta requiere pluralismo y ciudadanos libres e iguales pero diferentes. Müller emplea ejemplos americanos y sobre todo habla del peligro de Donald Trump. Lo curioso es que, a diferencia de Podemos, Trump no está todo el día hablando de Gramsci y de la necesidad de lograr la hegemonía social que es todo lo contrario del pluralismo.