El reproche económico de Aznar al Gobierno de Rajoy estaba cantado. Por incumplir el déficit, por poner en duda nuestro alineamiento con el Pacto de Estabilidad y  Crecimiento, por dejar de hacer reformas tan pronto como en 2013 o por engañarse diciendo que el déficit público crea empleo. Esas collejas a Rajoy y otras más duras se las puede uno imaginar en la cabeza del ex presidente del Gobierno. Lo que no estaba en el guión era una toma de posición tan clara y rotunda sobre el futuro inmediato de Europa: Aznar ha cuestionado el camino convencional hacia una Europa federal y se ha declarado contrario a una rápida unificación fiscal y política.

Con este planteamiento, Aznar ha puesto luces largas a la realidad de España. El ex presidente ha tratado de despertar el debate sobre nuestro papel estratégico en Europa, adormecido entre elección y elección, increíblemente pobre en temas clave, encauzado por los medios más poderosos que sólo parecen interesados en zanjar quién ostentará el poder sobre el BOE en los próximos cuatro años.

Cada vez que a un político europeo se le pregunta por el futuro del euro, responde que hay que profundizar en la unión fiscal y política. Aznar ha detectado que esto, que al principio de la crisis pudo tener sentido, se ha transformado en un argumento vacío, una flatus vocis, un quiebro para salir del actual atolladero.

Ha cumplido el papel que se espera de un ex presidente: que de vez en cuando ponga las luces largas y avise al país de lo que viene un poco más allá de la próxima curva.

“La unificación política no asegura nada en materia económica, si es que lo que se espera de esa unificación es que nos genere crecimiento y empleo... El problema no es la unificación política. El problema es gobernar mal la economía; es gastar demasiado y sin sentido; es haberse apartado del Pacto de Estabilidad y Crecimiento originario; es haber traicionado los compromisos del euro”.

Con este firme rechazo a “federalizar nuestros problemas”, Aznar sobre todo pone en evidencia que el argumento a favor de una mayor integración fiscal ahora mismo está vacío. Cuando Alemania lo sacó a relucir en 2012, para neutralizar el apoyo de Francia a los eurobonos, ya se veía que tenía piernas muy cortas. Desde entonces, todo el que ha tenido que demostrar que no tiene ni idea de qué es lo que quiere para Europa lo ha empleado como burladero.

La mayor integración europea ha dejado de ser un enfoque emprendedor (unir fuerzas para crear algo nuevo y mejor) para convertirse en un argumento sindical. Los países con problemas deben afiliarse en un “sindicato” (la UE) en busca de protección para defender sus conquistas frente a circunstancias perturbadoras (países rivales o fenómenos como la globalización o el populismo) para disimular así que carecen de iniciativa propia. Este modelo, defensivo, rehúye la competencia y los desafíos. Es incapaz de anticiparse a los problemas. Y, sobre todo, busca que otros se los resuelvan.

Efectivamente, como plantea Aznar, nuestro déficit fiscal consuetudinario no lo va a resolver Bruselas. Nuestra baja productividad no se va a corregir en Berlín. Nuestra disfunción laboral no la van a arreglar en Roma.

“Lo que necesitamos es encontrar el modo de hacer lo que debemos hacer”, subrayó Aznar. “Y eso, según mi experiencia, se llama hacer política... Es el momento de empezar a hacer verdadera política sobre Europa, pero de hacerla en cada país. Europa tiene que cambiar de discurso. La Europa del euro útil, dinámica, competitiva y presente en el mundo requiere otros debates, otras ambiciones, otros liderazgos”.

La UE es una de las mejores empresas de la Humanidad y el euro, como recordó el ex presidente, era para España un punto de partida en ella, no de llegada. Vulnerar sus reglas nos ha llevado al desprestigio del proyecto europeo y a perder de vista que soñábamos con convertir al euro en divisa mundial de reserva, papel que pronto ocupara el yuan chino gracias a nuestro desistimiento.

Probablemente, salvo algunos denuestos, nadie le haga caso a Aznar en España. Pero éste, habitualmente criticado por ganarse el sustento en el extranjero, ha cumplido el papel que se espera de un ex presidente: que de vez en cuando ponga las luces largas y avise al país de lo que viene un poco más allá de la próxima curva.