A los españoles nos falla la memoria. Nos cuesta reivindicar lo nuestro, aquello que hizo historia. Nos olvidamos de los clásicos, aquellos que marcaron un punto de inflexión e influyeron en todo lo posterior. Ocurre en todo, también en la televisión. Desde hace años escuchamos en todos los sitios que estamos asistiendo a ‘la edad de oro de la ficción española’. Después de años de comedias para todos los públicos y salones iluminados con fogonazos blancos llegaban otras historias. Producciones adultas, cuidadas, hasta de época.

Hasta para decir eso nos falló la memoria. El propio Alberto Rodríguez, creador de La peste, una de las ficciones más ambiciosas y espectaculares de los últimos años, decía que cuando escuchaba esa afirmación pensaba en que no nos acordábamos cuando en TVE había obras magnas como Anillos de Oro, y que todo lo que vino después ya fue al rebufo. En los últimos años parece que la televisión la inventó Netflix y las plataformas, y que hasta que ellas llegaron no hubo éxitos, fenómenos de masas tan grandes que convertían a sus actores en estrellas que no podían ni salir a la calle.

Se nos olvida que antes que La casa de papel, que Élite y que Valeria hubo muchas, y entre ellas estaba El conde de Montecristo, la adaptación de la obra de Alejandro Dumas, que en 1969 rompió todas las expectativas. Seguramente fuera el primer gran pelotazo de una televisión española que empezaba a llegar a todas las casas en pleno franquismo. En una España oscura la televisión era una salida al mundo exterior. A otra realidad. El año no es casual. La victoria de Massiel en Eurovisión un año antes, la organización del evento en nuestro país ese mismo curso y, sobre todo, la llegada del hombre a la luna habían popularizado aquel invento que llevaba la imagen a casa.

Pepe Martín en El conde de Montecristo.

A finales de los años 60 las televisiones estaban en cuatro millones de hogares y subiendo, y empezaron a llegar los primeros éxitos. Concursos como Cesta y Puntos, que aterrizó en 1965, y también las primeras series. En 1966 ya habían llegado las Historias para no dormir de Chicho Ibáñez Serrador, y desde 1962 existía el programa Novela, que durante 17 años ofreció a los espectadores adaptaciones serializadas de grandes clásicos de la literatura.

Eran capítulos de entre 15 y 30 minutos que se emitían de lunes a jueves a las nueve de la noche, y fue ahí donde Pepe Martín, fallecido este domingo a los 87 años, se convirtió en una estrella en toda España gracias a la versión española de El conde de Montecristo que llegó en 1969 -y que se puede disfrutar entera desde la web de RTVE-. Antes ya se habían adaptado otros clásicos como El fantasma de Canterville (1964), Mujercitas (1964), Orgullo y Prejuicio (1966) o David Copperfield (1969), pero fue la obra de Dumas la que llegó a ser un absoluto fenómeno de masas que hasta cambió las normas del propio programa Novela.

La dirigía Pedro Amalio López, y contaba con un elenco de actores de primera fila con Martín a la cabeza. Novela ya era un éxito, y sus adaptaciones solían tener sólo cuatro capítulos, así cada semana estrenaban una nueva. Pero El conde de Montecristo fue la primera que consiguió estar en antena durante 17 episodios, lo que hizo que estuviera cuatro semanas como la gran superproducción que nadie se podía perder. Fue la serie más larga rodada en exteriores que había producido hasta entonces Televisión Española, y su éxito era tal que los lunes se emitía un pequeño resumen de los anteriores episodios para que nadie se perdiera y nuevos espectadores pudieran engancharse.

Presentación de la serie.

Todos los días, desde el 6 de octubre de 1969, hasta el 31 de octubre del mismo año, Martín entraba en las casas de los españoles con su carisma y derrochando encanto y encandilaba a todas las familias que se quedaban prendadas. Su rostro se convirtió en el más popular, y en una de las primeras grandes estrellas de la televisión. Acaparó revistas, publicaciones… tanto que hasta tuvo que huir a Sudamérica porque “aquí no podía casi ni salir a la calle”, como recordaban en la web de RTVE con motivo del 50 aniversario del ente público.

Por supuesto, como siempre, ocurre, a Pepe Martín le encasillaron y empezaron a ofrecerle una y otra vez el mismo papel en cine y televisión. A su rescate acudió el teatro, donde forjó una carrera sólida e ininterrumpida donde pudo descansar cuando el fenómeno pasó. Porque eso también se repite, y los grandes éxitos son burbujas que se pinchan. Lo demostraron series como El conde de Montecristo 50 años antes del boom de las plataformas digitales. 

En una época de consumo masivo de series, y en las que la estrategia de Netflix pasa por comprar ficciones de cadenas españolas para convertirlas en fenómenos de masas, la plataforma debería apostar por los clásicos. Comprar este Conde de Montecristo y crear de nuevo un fenómeno con ella. Sería una apuesta por la calidad, por la historia de nuestra televisión y por los clásicos literarios. Una forma de dar a conocer a nuevas generaciones a actores como Pepe Martín, y programas como Novela, donde se estrenó uno de los primeros grandes éxitos de nuestra televisión.

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