Hoy la cosa va de contradicciones. Pero a veces me pasa con las series. Las hay que refunfuño cuando las estoy viendo pero me quedo viéndolas hasta el final como un fanático; otras que veo su calidad y por qué gustan pero a mí me pillan del revés y no me engancho… Muchas incongruencias, lo sé. La última me ha pasado estos días, cuando he visto los dos primeros episodios de la mini serie de Netflix The Eddy, que ha dirigido Damien Chazelle, el genio que hizo dos peliculones como Whiplash y La La Land.

Lo que no entendía por qué un producto con semejante showrunner detrás, y encima escrita por Jack Thorne, guionista de The virtues, ha tenido tan poco esfuerzo promocional de la plataforma. Se presentó de tapadillo en el Festival de Berlín, no ha habido ni anuncios, ni jornadas de entrevistas… todo muy de perfil bajo, lo contrario que cuando se anunció. Tener a Chazelle, uno de los niños mimados de Hollywood, en tus filas no es moco de pavo. Tras ver esos dos primeros episodios creo que lo he entendido, y ojo que yo voy a ver toda la serie, pero es una propuesta que espantará a muchos por su ritmo lento, su trama densa y sin una simple concesión al gran público.

Así que con The Eddy tengo yo de nuevo sentimientos encontrados. Creo que Chazelle está tan ensimismado en su idea que se olvida de su público. Se pasa de farragoso y el ritmo que había en sus peliculones aquí no está, y sin embargo quiero ver más, yo entro en The Eddy, y no sé bien por qué. Creo que es porque en el fondo envidio que alguien haya tenido las narices para hacer una apuesta tan radical en tiempos de consumo rápido. Vivimos en una época en la que si un episodio piloto no gusta lo quitas a los 15 minutos y pruebas con otro. Y que justo ahora llegué él y decida tomarse todo el tiempo del mundo para presentar a sus personajes me parece encomiable.

Fotograma de The Eddy.

El talento de Chazelle es insobornable. Y tampoco Netflix lo ha domado, y aquí se ha lanzado a una propuesta mucho más íntima y personal aunque con sus sellos autorales, empezando por la trama, que se sitúa en un local de jazz de París, donde un hombre atormentado que ha huido de EEUU por un trauma del pasado se reencontrará con su hija y se verá involucrado en una trama criminal. Que nadie espere que esto sea una serie de suspense o sobre por qué se comete el crimen porque lo que hay es un retrato de almas atormentadas que sólo encuentran su forma de escapar con la música.

Lo de hacer lo que le dé la gana lo lleva a todos los niveles, también eligiendo un reparto en el que no hay ni una estrella y encima ha contado con lo mejor del cine europeo, entre ellos Tahar Rahim, protagonista de Un profeta, y Joanna Kulig, la actriz de Cold War que vuelve a demostrar que es un agujero negro en el que uno sólo se puede fijar cuando sale en pantalla y canta. A ellos les sigue una cámara nerviosa, vibrante, que va pegada a su cuello muchas veces y que se sirve de larguísimos planos secuencias para captar toda la esencia de ese club y del jazz. La música es otra de las protagonistas, empezando por ese jazz que obsesiona al creador y que aquí es la principal banda sonora, pero se atreve a meter notas de rap francés y otros géneros que forman una melodía extraña pero atractiva.

Hasta en su retrato de París se aleja de toda previsión. Cero clichés y cero guiños a la postal cultural. Es un París multicultural, pero muestra su cara B. Calles oscuras, garitos de mala muerte, rincones que no te muestran en la visita turística… y aun así se nota que le fascina lo que cuenta, que Damien Chazelle se muere por ir a esos locales y dejarse perder por esas calles, lo que produce un extraño magnetismo. No sabría decir con exactitud qué provoca en mí ese magnetismo, quizás sólo tengo curiosidad por ver a dónde lleva todo Chazelle, ver si termina estrellándose, si sigue sin hacer ninguna concesión al espectador… Sólo sé que en otras series ya me hubiera ido y en The Eddy me quedo a seguir escuchando la música que me quieran poner. Como se garito del que sabes que deberías irte pero siempre le dices a tu colega que nos quedamos ‘una canción más’ y acabas saliendo a las tantas de la mañana.

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