***Este artículo contiene spoilers del final de Juego de Tronos.

Los sucesivos y numerosísimos conflictos que se han ido desarrollando en Juego de Tronos a lo largo de ocho temporadas se han resuelto en base a un mismo denominador común: el derramamiento de sangre, la muerte; bien fuera a través de puñaladas traperas o de batallas monumentales. Apenas ha habido lugar para el consenso en una serie que reclama una etiqueta mayor que la de "histórica", y si se han producido, han sido verdaderamente efímeros, víctimas de traiciones y de traidores despiadados, tan crueles como Cersei.

El desenlace de la megaproducción de HBO, sin embargo, ha sido probablemente el capítulo con menos muertes de toda la serie, solo una, aunque relevantísima, la de Daenerys. La reina llamada a gobernar los Siete Reinos tras certificar la derrota de sus enemigos con una masacre en Desembarco del Rey, pudo por fin tocar un Trono de Hierro que se imaginaba más solemne en base a los relatos de su hermano.

La escena cumplió la visión que tuvo Khaleesi en el 2x10, donde caminaba por una sala del trono plagada de escombros y con copos de nieve —que han resultado ser ceniza— cayendo. El discurso final de Daenerys, embriagado de idealismo, justificando sus acciones como la primera piedra de "un mundo bueno", no terminaron de convencer a un Jon Nieve que, primero alentado por Arya y luego por Tyrion, se ve obligado a clavarle un puñal en el vientre a su tía, a poner fin a la amenaza del nacimiento de una nueva tiranía. "El deber es la muerte del amor", le advierte el enano.

La precipitada y discutible resolución del Targaryengate abrió un vacío de poder en los Siete Reinos. A pesar de ser Jon Nieve el legítimo heredero del Trono de Hierro, los Inmaculados, con Gusano Gris a la cabeza, no estaban dispuestos a dejar impune el asesinato de su reina. Con las dos fichas más importantes del ajedrez caídas —Jon se ha embarcado con el pueblo salvaje en su regreso al norte del Norte—, Juego de Tronos ha optado por abrazar un sistema democrático en lugar de seguir vertiendo sangre; y por brindarle a una traición un indulto, una amnistía.

Arya, Bran y Sansa Stark. Macall B. Polay HBO

Aquel borracho y bravucón Tyrion Lannister de los primeros capítulos ha terminado por revelarse, con sus aciertos y tropiezos, en un consejero sensato, inteligentísimo, sabio; y por eso tiene el honor de haber sido nombrado Mano en tres ocasiones. Cuando parecía abocado a una ejecución dracariesca, a engrosar el cementerio de personajes que han ido cayendo a lo largo de la serie, el enano se sacó de la manga sus mejores dotes de político persuasivo para convencer al resto de señores y señoras de los Siete Reinos que había un rey óptimo —e inesperado— capaz de poner fin a su "historia sangrienta": Bran Stark.

"¿Qué une al pueblo? ¿Las huestes? ¿El oro? ¿Las banderas? Las historias. No hay nada más poderoso en el mundo que una buena historia. Nadie puede detenerla, ningún enemigo puede vencerla. ¿Y quién tiene mejor historia que Bran el Tullido?", dice un Tyrion mugriento en las ruinas de Pozo Dragón, sabedor de que esas podían ser sus últimas palabras. "Es la memoria, el custodio de todas nuestras historias: las guerras, bodas, nacimientos, masacres, hambrunas, nuestras victorias, nuestras derrotas, nuestro pasado. ¿Quién mejor para conducirnos al futuro?".

Tyrion Lannister, en una imagen del último capítulo. Macall B. Polay HBO

Juego de Tronos presentó a Bran Stark como un niño revoltoso, con madera de guerrero, que se dedicaba a trepar por las paredes de Invernalia. Su destino cambió por completo ya en el primer capítulo cuando presenció el incesto de los hermanos Lannister, Cersei y Jaime, y este le empujó al vacío desde lo alto de una torre. El pequeño de los Stark quedó tullido, incapaz de andar, y pese a ello inició una travesía más allá del Muro, huyendo de los caminantes blancos y otras amenazas, para convertirse en el Cuervo de Tres Ojos, en la memoria de Poniente. La frase de Tyrion todo lo resume a la perfección: "Supo que no volvería a andar, así que aprendió a volar".

En un referéndum improvisado, todos las Casa de los Siete Reinos, a excepción del Norte, liderado por su hermana Arya, siempre independiente, abrazan la designación de Bran el Tullido como nuevo rey. "Sé que no lo deseas. Y sé que no te importa el poder, pero te pregunto ahora: si te elegimos, ¿ceñirás la corona? ¿Dirigirás los Siete Reinos lo mejor que sepas desde el día de hoy hasta tu último día?", le pregunta Tyrion; y la respuesta de Bran confirma que también conoce el futuro: "¿Por qué crees que vine hasta aquí?". Ahora bien, volverán a fundir el Trono de Hierro tras ser convertido en lava por la furiosa llamarada de Drogon?

La cuestión sucesoria, como bien señala Sansa, supone un problema: Bran no puede tener hijos. Pero eso no es un impedimento para la mente del enano, que rápidamente propone la elección de cada gobernante por votación, de forma democrática, para que no haya más muerte; porque "los hijos de reyes suelen ser crueles y estúpidos (...) Esa es la rueda que nuestra reina quería romper", dice mirando a un resignado Gusano Gris.

Con la constitución de un gabinete ciertamente exótico, con un mercenario (Bronn) como ministro de la moneda, y un contrabandista (sir Davos Seaworth) como consejero naval, se inicia el reinado de Bran el Tullido, primero de su nombre, rey de los Ándalos y los Primeros Hombres, señor de los Seis Reinos y protector del Reino. Su Mano será un Tyrion incapaz de desprenderse de ese título y que inicia así una nueva penitencia para enmendar sus errores. Y quizás sea el momento también de darle las gracias a Hodor...