No hay nada más patético que un actor intentando ocultar los signos de la vejez en su cuerpo. Ahí esta Mickey Rourke, que parece un muñeco del Muso de Cera (de Madrid, claro) en vez del actor que sedujo a medio mundo en Nueve semanas y media. El ego y las arrugas no se llevan bien, y los intérpretes se niegan a que por ellos también pasa el tiempo.

Quizás uno de los mejores ejemplos de celebridad que nunca se avergonzó de su edad es Kirk Douglas, que luce sus 102 años como un triunfo, y a lo mejor es por eso que Michael Douglas ha sido el elegido para protagonizar un canto a los mayores, a la interpretación y a la amistad. Se llama El método Kominsky, y su primera temporada es una de las mayores sorpresas del año en Netflix. Así lo demuestran sus tres nominaciones a los Globos de Oro, como Mejor comedia, mejor actor para Michael Douglas y Mejor actor secundario para Alan Arkin, como su inseparable y malhumarado Sancho Panza.

Douglas interpreta a Sandy Kominsky, un actor que se ha ganado la vida dando clases de interpretación a multitud de estrellas de Hollywood (muchas de ellas también pasaron por su cama). Su método parece infalible, y muchos jóvenes se apuntan para que les enseñe cómo convertirse en grandes actores y actrices. Por supuesto Kominsky es lo que se espera de alguien importante de Hollywood, algo machista, con toques de bohemio al que le gusta la buena vida y con novias muchísimo más jóvenes que él.

Tráiler de Él método Kominsky.

Pero la edad empieza a hacer mella en él. Ya no le interesan las adolescentes, los papeles no llegan, ni siquiera en las comedietas televisivas, y ya no es el que era. Por si fuera poco el tiempo también afecta a su salud, ya que la próstata hará estragos y sus visitas al baño serán cada vez más frecuentes. La decadencia contada con elegancia, sin excesos y tampoco con condescendencia. Ese tratamiento elegante es el que habrá llevado a quien fuera el sex symbol oficial de Hollywood gracias a Instinto Básico a reírse de sí mismo en esta serie y hasta permitir una escena en la que Danny DeVito le hace un tacto rectal para comprobar su próstata.

El rostro de Michael Douglas, lleno de arrugas, es el centro de El método Kominsky, pero es fundamental hablar del tándem con el maravilloso Alan Arkin, representante y amigo fiel que no abandonará nunca a Kominsky. Juntos se enfrentan al patetismo, a la alegría, a los buenos momenos y también a la muerte, porque en su edad, muchos amigos y seres queridos empiezan a dejarles.

Fotograma de El método Kominsky.

El creador de la serie no es otro que Chuck Lorre, el autor de éxitos de audiencia como The Big Bang Theory o Mom. Con El método Kominsky consigue su mejor creación (tampoco era difícil), y por primera vez se olvida del formato multicámara, de risas enlatadas y decorados de corchopan. Sus series siempre tienen un humor rancio y un aspecto de ficción de los 80 que sigue conectando con los espectadores, pero que no aportan nada a un mercado en el que hay que apostar por la calidad.

En su salto a Netflix ha demostrado que puede hacerlo, y que además tiene algo más que contar además de sus comedietas. Porque aquí no se apuesta por el gag, sino por la construcción de personajes y de la relación entre ellos. Sheldon y compañía nunca han dejado de ser estereotipos, y en un sólo capítulo dota de más profundidad a los personajes de Douglas y Arkin que a los de The big bang theory en diez temporadas.

El creador más exitoso de la última década apuesta hasta por reírse de sí mismo, y en el piloto se ríe de las series de risas enlatadas y hasta atiza a su buque insignia cuando Douglas cuenta que quiere actuar en ella para cobrar un millón por episodio, a lo que Arkin le dice que ese formato y esa ficción son bazofia pura. Bromas metarreferenciales en una serie de un Chuck Lorre que tiene una larga vida por delante en Netflix con este Método Kominsky.

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