Hace cien años que comenzó la matanza. Un festival de horror y muerte que duró una quincena larga de días. Aunque hay un baile de cifras, un mínimo de 8.000 españoles perecieron durante el abrasador verano africano de 1921. Miles de hombres con nombres y apellidos, con familias, novias, amigos y sueños esperándoles en casa. Miles de hombres que nunca volvieron… Veinteañeros como el granadino Julio Castilla, defensor de Igueriben, quien escribiría una emotiva carta a su madre: "Le dice a Micaela que no me olvide pues aunque yo no le he dicho nunca nada porque he estado al lado de ella […] ahora que no estoy, no paro de acordarme de ella". Nunca más vio a sus seres queridos.

Aunque las consecuencias humanas de Annual son terribles, pues miles de vidas quedaron segadas prematuramente, no hay que olvidar las consecuencias históricas de aquel desastre colonial. Tal debacle tuvo hondas consecuencias en la política española del periodo: caída del Gobierno, promoción de un Ejecutivo de concentración nacional, investigación de las responsabilidades y, en definitiva, el catalizador de la crisis del sistema de la Restauración. Más aún, las derivadas a la dictadura del general Miguel Primo de Rivera son claras. Hay quien incluso va más allá y las lleva al golpe de Estado de 1936 y a la Guerra Civil española.

Lo cierto es que en las campañas de Marruecos (1909-1927) se forjó una familia militar muy destacada: los africanistas. Estos eran oficiales de los cuerpos de choque coloniales o parte del entramado administrativo del Protectorado. También los había en algunas unidades expedicionarias, aquellos que trataban de permanecer en África. Les unía su servicio colonial y su experiencia bélica. También su mayor salario y los ascensos por méritos de guerra. Sin olvidar sus claras ideas imperialistas, quizás motivadas por lo anterior: "la honrada ambición" que mencionaba el capitán Alberto Bayo.

El suboficial Antonio Carrascosa, herido en el pulmón y un brazo durante la guerra de Marruecos. Colección personal de Antonio Bernardo Espinosa

Este grupo castrense, más o menos diverso, se cohesionó tras Annual. La sangre derramada sirvió de aglutinante grupal y se dispusieron a devolver la afrenta. Los muertos eran el motivo —discursivo principal— por el que había que conquistarse contundente y definitivamente el Marruecos español: su sacrificio no podía ser en vano.

Y llegó el maná en forma de armas modernas: carros de combate, aviones, armas químicas, etc. También se incrementaron las fuerzas disponibles. Si Europa entró en el corto siglo XX con la Gran Guerra (1914-1918), España lo hizo con la Guerra del Rif (1921-1927), la cual comenzó con las masacres de Annual, Monte Arruit, Zeluán y Nador, entre otras. El incremento de medios militares fue acompañado de un cambio en las formas de guerra, propiciado por las propias dinámicas del enemigo.

Los africanistas se cargaron con el peso de la vendetta y ellos fueron los que se opusieron rotundamente a los planes de repliegue de Primo de Rivera. Muchos de sus camaradas habían muerto y muchos de los más insignes miembros del grupo habían dejado parte de sí —literalmente— en las montañas del Rif: el "glorioso mutilado", José Millán-Astray, fue el caso más paradigmático.

El desastre de Annual fue el punto de inflexión en una "misión" imperial, en una guerra y en la formación de una importante familia militar española

En 1925, parte de las fuerzas del líder de la resistencia nativa, Abd el-Krim, atacaron la línea francesa —al sur— y nuestros vecinos galos tuvieron su Annual en el valle del Uarga. El prestigioso general Philippe Pétain fue enviado por París para que se hiciese cargo del desastre. La afinidad con los africanistas fue manifestada en el cariñoso apelativo con el que se refirió a estos: "Ardientes misioneros de un Risorgimento español". El desembarco de Alhucemas, primera operación aeronaval exitosa de la historia, y el propio fin de los "rebeldes" fue fruto de esa sintonía.

Así, los africanistas culminaron la conquista y pudieron celebrar una victoria. Por el camino, muchos tuvieron una carrera meteórica en un anquilosado ejército español: el general más joven de Europa surgió en este contexto, Francisco Franco. Además, la experiencia de guerra, con años sirviendo juntos —hermandad de sangre— en las mismas unidades, les hizo ser un grupo compacto. Eran la élite de las Fuerzas Armadas. Habían estado con las unidades de choque o con las expedicionarias más fogueadas. Esta realidad les hizo tener un peso específico en los años venideros.

Ascendido Franco a general, entrega a Millán-Astray el mando del Tercio. Enero de 1926. BNE

Pero no acaba aquí la historia. Franco fue nombrado director de la Academia General Militar de Zaragoza y se rodeó de sus afines, camaradas de tormentos en África. Ellos fueron los encargados de formar —e ideologizar— a los cadetes. Aquellos que serían jóvenes oficiales en los años treinta. Hombres presumiblemente impresionados por las heridas y las heroicidades marroquíes de sus profesores, así como el propio Franco se decía impresionado por uno de sus maestros de la Academia de Infantería de Toledo, quien lucía machetazos filipinos en su cuerpo. Ante lo dicho, no es extraño que fueran muchos los que acudieran al llamamiento de la sublevación militar de 1936.

El desastre de Annual fue, por tanto, el punto de inflexión en una "misión" imperial, en una guerra y en la formación de una importante familia militar española. También fue la tumba de miles de compatriotas. A ellos, independientemente de su comportamiento, se les debe el recuerdo. Porque ver cara a cara a la muerte no ha de ser fácil, aunque Millán-Astray insistiera en mostrarla "bella y joven".

*** Daniel Macías Fernández es doctor en Historia Contemporánea por la Universidad de Cantabria y profesor en la Universidad de Cantabria y en el Máster en Paz, Seguridad y Defensa del Instituto Universitario General Gutiérrez Mellado (UNED). Ha coordinado la obra colectiva A cien años de Annual. La guerra de Marruecos (Desperta Ferro)

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