En octubre de 2017 la industria del cine se despertó con una noticia que ponía todo del revés. El productor más poderoso de las últimas décadas, Harvey Weinstein, era acusado en dos publicaciones de The New York Times y The New Yorker de decenas de casos de abusos sexuales a mujeres. Se destapaba una verdad escondida pero que todos parecían saber. Lo que provocó aquella denuncia en los medios, fue un movimiento imparable, el 'Me Too'. La valentía de aquellas mujeres, que habían alzado su voz contra un monstruo que prometió hundir la carrera y destrozar a quien contara lo ocurrido, invitó a que otras muchas lo hicieran.

Se acababa la impunidad. El grito de aquellas pioneras fue un efecto dominó que ha provocado que las mujeres no tengan miedo en denunciar prácticas abusivas y acoso contra hombres poderosos. Ahí está el caso de Plácido Domingo, o el de Roger Ailes. Para ello habían tenido que pasar siglos de silencio, de vejaciones. La mujer como objeto. El hombre usando su posición de poder para tener lo que quería cuando quería. Y todos mirando hacia otro lado. Una cultura de la violación que lleva instaurada en nosotros desde hace muchísimo tiempo.

Tanto, que en el siglo XIV, ya se dio un caso que podría considerarse un precedente del 'Me Too'. El de Marguerite de Carrouges, que acusó de violación a Jacques Le Gris en un momento donde las mujeres callaban cualquier tipo de abuso. Su marido, Jean de Carrouges, retó a un duelo a muerte a su antiguo compañero. Quien perdiera sería porque dios consideraba que había mentido. Un hecho que contó en el libro El último duelo: Una historia real de crimen, escándalo y juicio por combate en la Francia medieval el escritor Eric Jager, y que ahora se ha convertido en una gran película gracias a Ridley Scott. Se llama 'El último duelo', y llega a los cines este viernes.

El director de obras maestras como Alien o Thelma y Louise estrenó en el pasado Festival de Venecia la que es su mejor película en muchos años. Una muestra más de su talento como cineasta, de su capacidad de crear una épica apabullante, de rodar los combates de una forma brutal y emocionante. Ahora, gracias a un guion escrito por Matt Damon, Ben Aflleck y Nicole Holofcener, por fin con una historia que es, encima, una metáfora perfecta del 'Me Too'. En la historia de Marguerite están todas aquellas que alzaron la voz contra Weinstein.

Este es el primer guion que escriben Affleck y Damon desde su Oscar por el libreto de El indomable Will Hunting, y aunque parezca un capricho que haya otra guionista, es una decisión tan inteligente que eleva el filme a otro nivel. La película está partida en tres capítulos, cada uno contando desde un punto de vista el suceso, la violación y todo lo ocurrido hasta el duelo final. Damon y Affleck se encargan del de los dos personajes masculinos -a los que dan vida el propio Damon y un Adam Driver que vuele a confirmar que es, actualmente uno de los grandes.

Pero ellos no podían escribir el punto de vista femenino. En este brillante e inteligente Rashomon del 'Me Too' no se podía caer en el mismo error que Hollywood ha caído durante décadas, el que hombres escriban sobre cosas que no saben. Aquí es la guionista de esa joya llamada ¿Podrás perdonarme algún día la que ofrece el tercer acto, el que está contado desde el punto de vista de la mujer, una imponente Jodie Comer (Killing Eve) que se come la pantalla. Hasta ese momento hemos visto a la mujer como la ven esos dos hombres. En un segundo plano, como mera comparas. Cuando ella se cuenta crece, ilumina la pantalla.

Matt Damon en The last duel.

También cambia cómo vemos la violación. Desde el punto de vista del violador (Driver) no hay casi gritos, es un acto de demostración de poder. Cuando ella lo cuenta se escuchan los gritos reales, la fotografía se oscurece. También ella nos muestra la verdadera cara de ese marido que también la empequeñece y que cree que solo vale para tener hijos. Ojo, que ofrezca tres puntos de vista no impide que muestre cuál es el real, ya que cada uno se llama: 'La verdad según…' y el nombre del personaje, pero cuando llega el de ella la pantalla se oscurece y sólo quedan iluminadas dos palabras: 'La verdad'. Porque la verdad es la de la víctima, ultrajada en el juicio, señalada por todos, también por muchas mujeres que aunque sufrieron lo mismo pensaban que había que callar.

Los dos primeros actos van construyendo -a buen ritmo y con varias escenas de peleas brutales- lo que luego explotará en ese tercer acto que, además, acaba con la escena del duelo, una de las peleas más brutales y mejor rodadas en mucho tiempo. Sucia, sangrienta, sin concesiones y con el mejor ritmo de Ridley Scott. 

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