Venecia

Vivimos tiempos extraños. Tiempos donde todo se consume con ansiedad. Donde la gente es capaz de ver una película a doble velocidad para acabarla antes. Donde los algoritmos redefinen nuestros gustos. Tiempos de salas de cine vacías y sofás llenos. El tiempo, ahora, parece que hay que llenarlo de experiencias todo el rato. Uno tiene que ver la serie del momento para pasar a la siguiente. Consumimos, no disfrutamos. Devoramos en vez de degustar.

En estos momentos, que haya una película como Dune es un milagro. Un 'blockbuster' que va a contracorriente, que refuta las normas del mercado actual, los tiempos de consumo y las prisas. El que quiera un entretenimiento vacío, picadito y frenético que vaya a buscar otra cosa, porque Denis Villeneuve no está para juegos. Su apuesta con esta superproducción tan atípica como arriesgada es atacar a los cimientos que juegan en contra de un cine que se aleja de su visión.

No está Villeneuve en contra del cine de entretenimiento, pero sí de aquel que pueda devorarse igual en una sala oscura que en la pantalla de un móvil. Del que toma al espectador por tonto. Él, junto a Nolan y otros cuantos, se han propuesto llevar el cine comercial a otro nivel, y con Dune se la juega. Una producción millonaria que apuesta por la pausa, por el detalle. Sólo así podía enfrentarse a la adaptación de la novela de Frank Herbert. Lo que fallaba en David Lynch, la imposición de condensar todo en un metraje limitado, es aquí el gran acierto del director canadiense.

Es imposible adaptar todo en dos horas. O al menos hacerlo bien. Y Villeneuve lo deja claro desde que en la pantalla aparece un 'Parte 1' y terminando con un “esto sólo es el principio”. Ojalá le dejen. Ojalá la gente se deje seducir por una odisea espacial que por fin se entiende. Ahora cada personaje tiene su tiempo necesario para lucir en pantalla. Se nota mucho en los personajes de Oscar Isaac o Jason Momoa, que se lleva los mejores momentos de esta primera parte. El riesgo de Dune es tal, que Zendaya y Javier Bardem básicamente son cameos y los míticos gusanos aparecen casi como avance de lo que está por venir.

También Villeneuve amplifica el mensaje político. Dune es un filme antiimperialista. La especia de Arrakis podría ser el petróleo, el agua, o cualquier motivo usado como excusa en invasiones y guerras. Al final, lo que hay detrás es un conflicto geopolítico en el que los que pierden son siempre los mismos, que aquí en una decisión estética se vincula a lo oriental, también en la música de Hans Zimmer, que intenta dar épica a una película que no es más que el primer acto de lo que vendrá. Dos horas y media de presentación de trama y de personajes, donde el clímax es, de nuevo, un riesgo. Dune consigue lo que quiere, dejar con ganas de más.

'Dune'.

Quizás por esos riesgos en lo conceptual, sorprende que veamos al Villeneuve más convencional en lo visual. Estaba claro que no iba a apostar por el barroquismo de la adaptación de Lynch, pero sí se esperaba algo más de riesgo, algo más personal y único. Todo está en su sitio, pero uno ve una estética que no sorprende como debería. A Dune le faltan momentos de dejar con la boca abierta, y Villeneuve ya ha demostrado que sabe lograrlos.

Ahora sólo queda confiar en el público para que Dune no sea un fiasco sideral y para que Villeneuve pueda seguir desarrollando la mejor adaptación posible. Para que siga habiendo blockbusters que emocionen, que apuesten por cosas diferentes y que levanten a la gente la pantalla del móvil para volver a las salas de cine. Ojalá no sea un capítulo más en torno al malditismo de todas las versiones cinematográficas de Dune.

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