Seis años. Ese ha sido el tiempo que hemos tenido que esperar para ver la nueva película de David Fincher. Bueno, seamos claros desde el principio, la nueva obra maestra de David Fincher, porque su Mank -que se estrena el 4 de diciembre en Netflix y antes en cines seleccionados- es una nueva demostración de que es uno de los mejores directores del cine actual. Y hay que recordar ese tiempo, seis años, porque es la muestra de que algo pasa en Hollywood.

Que un autor total, responsable de filmes rotundos como La red social, Seven o Zodiac; y de entretenimientos sobresalientes como Perdida o Millenium -que dan sopas con hondas al 99% de los estrenos sin alma y formulaicos que llegan cada año-, haya tardado tanto tiempo en volver a dirigir, es un fracaso de toda la industria. Una industria a la que le preocupa más que nunca el dólar y repetir cada patrón que funcione hasta desgastarlo.

Cuando se encuentran con algún autor que consigue aceptar sus normas y sacar cabeza todo va bien. Si dan con alguien como Fincher, capaz de repetir 200 veces un plano para encontrar la posición perfecta de un jarrón -que le pregunten a Jesse Eisenberg o Robert Downey Jr. su experiencia-, tiene que recaudar mucho dinero para repetir la experiencia. Fue el caso de su increíble adaptación de Millenium, infinitamente superior a las que vinieron antes, pero tan precisa y pulcra que costó mucho más de lo que el estudio estimaba que tenía que valer un thriller destinado sólo a vender entradas. Pero para Fincher no hay proyecto pequeño, y hasta con sus versiones de best sellers como este o Perdida consigue realizar un producto que sabe a único y que tiene un reverso perverso.

Tráiler de Mank, lo nuevo de David Fincher

Es, precisamente, su película más académica y comercial, El curioso caso de Benjamin Button, la menos personal y única. Parecía una obra hecha para convencer a Hollywood que podía hacer grandes epopeyas románticas y diferentes, y que le dieran ya ese Oscar a la Mejor dirección que se merece desde hace mucho -su derrota por La red social frente a Tom Hooper por El discurso del rey es una de los momentos más bochornosos de los premios-.

Después de todo este tiempo de parón, ni siquiera ha sido un gran estudio el que le ha puesto en bandeja su regreso. No. Ha sido Netflix, que durante estos años le ha dado episodios en series como House of cards o Mindhunter. Ha sido la plataforma la que le ha dado libertad total para realizar su proyecto más personal. Porque Mank se basa en un guion escrito por su padre, y es la historia de Herman J. Mankiewicz, el guionista de Ciudadano Kane. Quizás la película que más ha influido en su carrera como director y una de las que él mismo incluye como una de las grandes obras maestras de la historia del cine. La red social, de hecho, era una adaptación moderna del clásico de Orson Welles.

Muchos han criticado a Netflix en los últimos años por su posición respecto a los cines -una posición mucho más honesta y solidaria que la de las majors actualmente-, pero nadie puede negar que la plataforma ha conseguido que los grandes autores de EEUU levanten proyectos que en otros sitios les estaban negando. El irlandés, Roma y ahora Mank confirman que Netflix está produciendo el mejor cine cada año. Si hubiera justicia -y aunque todavía falta por llegar algún título como Nomadland-, esta sería la obra que llevaría a la compañía a ganar su primer Oscar a la Mejor película. El de mejor dirección ni se discute que debería ser por fin para Fincher.

Fincher junto a Gary Oldman en el rodaje de Mank. Netflix

Mank es una joya. Una película que es a la vez homenaje al cine, al poder de contar historias y a la labor de sus guionistas; y también un bofetón abierto a la época ‘dorada’ de Hollywood. Fincher, y el guion de su padre, muestran la cara B de los estudios en los años 40. Contando el proceso creativo de Ciudadano Kane, describe el ingente poder que tenían las productoras, y cómo los políticos lo usaban para sus beneficios. Una cadena que unía el partido republicano con los cines a través del magnate de los medios de comunicación William Randolph Hearst. Porque Hollywood, con los estudios de Louis B. Mayer a la cabeza, eran capaces de crear películas falsas para evitar que la gente votara por aquellos que consideraban una amenaza para el estatus quo. Como el escritor Upton Sinclair.

Una joya complejísima, llena de capas y de historias que se entrelazan en un guion que funciona como un reloj y que se presenta en pantalla con las propias acotaciones de los libretos -con sus indicaciones ‘Interior, noche (flashback)'-. Fincher usa la historia de la escritura del filme de Welles como trampantojo para hablar del poder, de las fake news, del miedo a la izquierda en Hollywood, de cómo la industria cedió y hasta apoyó a candidatos que no querían actuar contra el nazismo. Un repaso crítico a la historia que nadie quiere ver y que es tan actual que asusta.

A la vez es el precioso homenaje a los autores de verdad, como ese Mank al que da vida un Gary Oldman brillante. Cínico, borracho, brillante, verborreico y auténtico. Autores capaces de desafiar al poder de los estudios y de los políticos. Su historia es la de todos aquellos que fueron expulsados en algún momento, ya fuera or Hearst o por el Macartismo 20 años después. La respuesta a través del arte, y de un guion como el de Ciudadano Kane, que puso entre las cuerdas al periodista sensacionalista, que hasta intentó parar el estreno en el 41.

Mank

Para hacerlo se mimetiza y se traslada a aquella década. Fincher se convierte en Welles y crea su joya en un precioso blanco y negro, con las mismas ópticas, transiciones, cortes de montaje -atención a ese recuento electoral en la sede republicana- y movimientos de cámara que se pueden ver en Ciudadano Kane. No renuncia a juntar y mezclar varias líneas temporales, con flashbacks dentro de flashbacks, e incluso parece que deja una nota al pie para aquellos que vayan a criticarle cuando acusan al propio Herman J. Mankiewicz de que su guion son fragmentos inconexos, -”bienvenidos a mi cabeza”, dice-. También viajan en el tiempo sus músicos preferidos, Trenz Reznor y Atticus Ross, que han usado sólo instrumentos que se utilizaran en aquel momento.

Todo funciona, desde un reparto perfecto -Amanda Seyfried nunca ha estado mejor y Charles Dance brilla en sus pocas escenas-, un ritmo que nunca decae y que va creciendo hasta ese final, esa catarsis del artista que sabe que sacrifica su carrera por la verdad. Ojalá hubiera muchos guionistas como Mank; pero ojalá Hollywood se dé cuenta de que hay pocos directores como David Fincher, y que estar seis años sin su talento es una vergüenza para todos.

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