Algunas de las mejores películas y series de las últimas décadas tienen la firma de Aaron Sorkin. La red social, El ala oeste de la casa blanca… obras maestras incontestables por las que ha recibido toda clase de premios. Pero, hasta hace poco, Sorkin dependía de cuadrar con un director a la altura. Cuando su talento se cruzaba con nombres como el de David Fincher el resultado era impepinable, pero cuando tocaba a Danny Boyle se quedaba a medio gas, como se vio en Steve Jobs, cuyo libreto era una virguería y el hortera de Boyle impidió una obra maestra.

Quizás por ello, o por pura curiosidad, Aaron Sorkin se lanzó hace unos años a la dirección con Molly’s Game, una película irregular que poseía algunas de sus mejores características, y también sus peores vicios, como esa trama sentimental de padre ausente que lastraba el filme. Pese a todo, una ópera prima que muchos hubieran firmado.

Parecía que preparaba el camino por lo que estaba por venir y lo que ya ha logrado con su segunda obra, The trial of the Chicago 7 (El juicio de los 7 de Chicago), con el que demuestra que no sólo es uno de los mejores guionistas en activo, sino que también va a ser un director importante. Sorkin ha hecho un peliculón que estará en la lista de las mejores del año, de la que hablaremos durante toda la temporada de premios y que, aunque pase por cines seleccionados, se la apropio Netflix tras pagar un pastizal por ella, conscientes de que tenían uno de los títulos de 2020.

La película -que se podrá ver en cines seleccionados el 2 de octubre y en la plataforma el 16- coge el caso real de siete activistas de izquierda acusados de cargos de conspiración, incitación a los disturbios, y otros cargos relacionados con las violentas protestas que tuvieron lugar en Chicago, Illinois en relación con la Convención Nacional Demócrata de 1968. Todos ellos se manifestaban en contra de la guerra de Vietnam.

Lo hacían con un gobierno demócrata y supuestamente de izquierdas, pero que cargó con dureza contra los manifestantes causando muchos heridos. Ellos fueron los elegidos como cabezas de turco, y cuando los republicanos llegaron al poder organizaron un juicio completamente manipulado para que pagaran por agitar las calles.

Tráiler de El juicio de los 7 de Chicago

Lo primero que llama la atención es la actualidad política del fime. No es un caso elegido al azar. Hay mucha intención en realizar y estrenar ahora una película así. The trial of the Chicago 7 habla de qué hacer cuando las instituciones fallan. Como dicen en el filme, democráticamente se elige el cambio pacífico, pero cuando los derechos y libertades de los ciudadanos quedan golpeados… ¿qué se puede hacer?, ¿está justificado salir a la calle y agitar?

Debates de los que se habla todo el rato durante la película, pero que nos interpelan directamente, y más en un país como EEUU, donde el presidente Trump cada día sorprende con un ataque nuevo. Un debate que se traslada a la izquierda, y que ocurría a finales de los 60 y ahora, entre esa izquierda moderada que cree que cualquier salida de tono será aprovechada por la derecha, y aquellos que creen que uno no puede esperar sentado viendo cómo cae la democracia.

En manos de otra persona esta película sería un drama judicial más -casi toda la película se desarrolla en el tribunal donde se juzga a todos ellos-, pero Sorkin lo convierte en un thriller vibrante, una película divertida, emocionante, de ritmo frenético y en un artefacto político de mucho voltaje.

Ahí están las marcas de la casa, con esos diálogos a ritmo endiablado, tan inteligentes y bien escritos que dan ganas de apuntarlo, pero también enriquece el filme gracias a un montaje trenzado en el que se alternan varias líneas de tiempo. Un mecanismo complejo pero que parece hasta sencillo. Imita lo que hizo Fincher con su guion en La red social, y hace que cada respuesta del juicio te haga viajar al momento concreto donde ocurrió, otorgando de un ritmo interno a la obra que es pura dinamita y que enriquece con imágenes reales de archivo de las cargas policiales.

Todo ello, además, con un reparto que hace brillar cada línea afilada del guion de Sorkin. Mark Rylance como el abogado defensor y el veterano Frank Langella como el juez conservador siempre están perfectos; pero los que roban la función son Jeremy Strong y Sacha Baron Cohen como los activistas hippies Jerry Rubin y Abbie Hoffman. Son los personajes más agradecidos, ya que aportan la nota cómica de la película, pero ambos los dotan de un encanto y una química bestial.

Baron Cohen, que va disparado a por su primera nominación al Oscar, se guarda además uno de los momentos más emocionantes de la película. Igual de emocionante que ese final que es puro Sorkin, para lo bueno y para lo malo. Redentor, esperanzador y hasta idealista, pero que pone los pelos de punta. Una película maravillosa que, encima, nos describe como sociedad. Aaron Sorkin lo ha hecho otra vez.

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