Qué difícil es tratar la infancia en una película. No pasarse de azúcar, de condescendiente, no tratar a los chavales como estúpidos… No es fácil. La educación en el cine es un tema espinoso, y hay películas como La clase, que se acercaron al día a día de un instituto con voluntad de verismo y consiguieron un retrato certero de la sociedad francesa del momento. Pero, cuando uno se aleja de aquello parece que cuesta tocar las notas adecuadas. Por eso es un bonito hallazgo un filme como Uno para todos, la segunda película de David Ilundain tras la adaptación cinematográfica de la obra de teatro sobre Bárcenas.

Una apuesta fresca, honesta, y que emociona desde la sencillez con la que se presenta a los espectadores. Uno para todos es un canto a la importancia de la educación, a esos profesores que te cambian la vida y a una época importante en la que los chavales se conforman como personas. Huye de los tópicos, o al menos lo intenta. Lo hace gracias a no idealizar ni a los profesores ni a los chavales, y entendiendo que nada es blanco o negro. La acción comienza cuando un profesor sustituto entra en una clase de chavales de sexto de primaria. Joven, moderno, con voluntad de ganarse su confianza…

En una de sus primeras clases ve un asiento vacío, y el compañero dice que es de un compañero que ha dejado de ir a clase por un cáncer. El profesor pensará que conseguir que este chico regrese será muy positivo para sus compañeros, y convence a la madre y al chaval para que vuelva a clase ahora que está mejor (a pesar de que tenga que llevar una mascarilla para protegerse de cualquier virus y una gorra para que no le vean los efectos de la quimioterapia). La aparición del niño no será como el esperaba, ya que el resto de sus compañeros se mostrarán contrarios. Preguntando descubre que el motivo es que era un acosador, y se había reído y machacado al resto de la clase el año anterior.

Fotograma de Uno para todos.

Un giro moral que hace que la narración gane interés. ¿Es menos importante reintegrar al enfermo porque se ha portado como un cabrón?, ¿se vengarán sus compañeros?, ¿cómo se gestiona una situación así con chavales de una edad tan compleja? Preguntas que el guion de Coral Cruz y Valentina Viso van desgranando pero sin hacer discursos ni panfletos sencillos. Con naturalidad, y con un tono positivo y humanista que siempre hace que el espectador conecte y lo vea con una sonrisa y a punto de la emoción.

Uno para todos es un canto al entendimiento, contra el bullying y por una educación pública que se base menos en conocimientos concretos y en empollar los libros y más en experimentar, en descubrir y en empatizar. Y lo consigue. Casi sin esforzarse, poquito a poquito. Uno entra y se conmueve. También recurre a ciertos clichés melodramáticos (ese final) y algún lugar común, pero se mantiene siempre fiel a su propuesta.

Parte del éxito de la película es de un espléndido reparto. Ya sabíamos que David Verdaguer tenía un carisma arrollador, pero este registro confirma que es un actor versátil, y sobre todo generoso. Porque aquí los que brillan son ellos, ese grupo de chavales maravillosamente elegidos y que dan credibilidad a todo lo que pasa. Cuesta mucho ver buenos actores niños, es una de esas cosas que suele fallar en el cine español. Pero Ilundain logra lo imposible, que todos estén perfectos, que funcionen como grupo y en las escenas individuales. Sus frases, su forma de comportarse, suenan a verdad, y eso es lo más importante en un filme como este. Una pequeña película que cumple con creces su cometido y que deja un poso muy agradable.

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