Cada estreno de Roman Polanski nos obliga a entablar el mismo debate, el de la separación entre obra y autora, el que se pregunta si el director debería rodar con libertad o debería pagar con su carrera por la violación confesa de una menor hace décadas. Es imposible escapar de ella porque lo que hace décadas ni nos planteábamos, ahora, afortunadamente, lo hacemos. Es necesario que esa conversación surja, que esté, que revisemos nuestras conductas pasadas para cambiar el futuro.

En esta discusión sobre Polanski me alinearé con Lucrecia Martel, directora de obras como Zama y última presidenta del Festival de Cine de Venecia, donde el realizador de Repulsión compitió en la Sección Oficial. Martel reconoció que su presencia le incomodaba, y que incluso se planteó decir que no, pero que estudió el caso y que finalmente tuvo en cuenta la posición de su víctima que a día de hoy considera el caso cerrado. "La presencia de Polanski con noticias del pasado me resultó muy incómoda", dijo, "pero he visto que la víctima considera el caso cerrado, no negando los hechos sino porque cree que Polanski ha cumplido lo que su familia y ella habían pedido".

"No separo la obra del hombre, pero creo que su obra merece una oportunidad por las reflexiones que plantea", precisó la cineasta. "Si la víctima se ve resarcida, ¿qué vamos a hacer nosotros?, ¿ajusticiarle, negarle estar en el festival, ponerle fuera de competición para proteger el festival? Son conversaciones pendientes de nuestro tiempo, sacar o meter a Polanski nos obliga a conversar, no es algo sencillo de resolver", dijo y zanjó diciendo que le parecía acertado que compitiera pero que ella no iba a asistir a la gala porque representaba “a muchas mujeres que estamos luchando en Argentina por cuestiones como ésta, no deseo ponerme de pie y aplaudir".

Aunque no aplaudiera le concedió el segundo premio, sólo por detrás de Joker, y lo hizo merecidamente, ya que El oficial y el espía, su nueva película que llega este miércoles a las salas, es, sin duda, su mejor obra desde El pianista. Junto a Thomas Harris adapta la obra -del propio Harris- sobre el Caso Dreyfus, un joven oficial acusado de traición por espía y condenado por ello a cadena perpetua. Un caso que mostró el antisemitismo de la sociedad a finales del siglo XIX y que Polanski rueda con la maestría que le caracteriza para convertirlo en un thriller de época vibrante, efectivo y con nervio y mordiente.

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Sólo en la primera escena, en la que a Dreyfus se le despoja de su arma y de sus galones en medio de una plaza mientras una turba le increpa tiene más cine que el 80% de los estrenos del año. Una metáfora de los juicios paralelos y hasta de Twitter en cinco minutos poderosos que son sólo el comienzo de una obra que sólo se pierde en sus tramas paralelas -Polanski debería dejar de introducir a Emmanuelle Seigner con calzador- y que vuelta alto cuando llega el famoso 'J’Accuse' escrito por Émile Zola para denunciar la caza de brujas. Un artículo por el que el escritor también fue señalado.

Si El oficial y el espía trasciende sus echuras de thriller académico es porque Polanski y Harris consiguen que todo de lo que habla resuene en la actualidad. El antisemitismo, la sociedad polarizada y crispada, los juicios paralelos, las fake news, todo está ahí, no hace falta forzar la trama ni lo que pasa. En su actualidad también está su gran pero, Polanski pide a través de Dreyfus y de su película justicia. Él mismo se considera una víctima y es imposible no pensar en que él firma cada una de las cosas que se dicen. Es Polanski el que no separa su propia obra y así mismo, obligando a que el resto hagamos lo mismo, y ahí él sale perdiendo.

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