¿Hacía falta otra versión de Mujercitas? ¿Qué podía aportar una nueva película que no tuvieran las anteriores sobre el clásico de Louisa May Alcott? Eso se debían de preguntar los millones de fans de la obra original y los productores a los que Greta Gerwig intentó convencer de lo conveniente de una revisión en pleno 2019 de una ficción tan amada y fundamental en el crecimiento de muchas y muchos jóvenes.

Viendo la película de Gerwig una cosa queda más que clara: su visión es tan actual, feminista y moderna que era más que necesario. Es más, es posible que cada generación necesite que una directora reinterprete la obra desde su punto de vista y ofrezca nuevos ángulos y acercamientos.

El de Gerwig es un acierto desde su concepción. La idea de contar la historia alternando los sucesos de su edad adulta y la edad infantil es un hallazgo. Sus imágenes dialogan, se complementan, y unas ayudan a entender las otras. Algunas son, incluso, como espejos perversos, como las que unen la enfermedad de Beth con el optimismo de la infancia y la tristeza de la realidad adulta.

Se nota el amor de Greta Gerwig hacia la obra en cada plano, en cada decisión estética, en cada apuesta. Gerwig está enamorada de la novela y de su película. Hay mimo en cada traje, en la fotografía, en la maravillosa música de Alexander Desplat. Pero, sobre todo, hay amor por sus cuatro protagonistas, esas hermanas March que son un emblema feminista para muchas jóvenes.

Tráiler de 'Mujercitas'

Y aquí llega uno de sus grandes hallazgos. Siempre la heroína ha sido Jo, la escritora que quería ser libre, y aquí, aunque sigue siéndolo, se escucha, se comprende y se apoya al resto de hermanas. Todas las decisiones son correctas siempre y cuando las mujeres las deseen. Lo deja claro entendiendo y dando su tiempo al resto de hermanas, siendo comprensiva con la decisión de Meg o con los impulsos de Amy.

Cuatro hermanas que están interpretadas por cuatro actrices también enamoradas del proyecto. Emma Watson cumple como Meg, Eliza Scandel emociona con sus pocas escenas, pero las dos reinas de la fiesta son Saoirse Ronan y Florence Pugh como Jo y Amy respectivamente. Pugh demuestra que es el año de su confirmación tras saltar a la escena con Lady Macbeth. Ella se come sus escenas a bocados y a veces roba la película. Es un torbellino y una actriz que va a ser capaz de hacer lo que quiera. No sorprende que Ronan, una de las mejores actrices de su generación, esté perfecta como Jo. Ella comprende lo que quiere hacer Gerwig con su personaje y lo potencia. Destaca su química con Timothée Chalamet, electrizante y motor del filme.

Pero sin duda, donde Mujercitas se eleva y consigue ser una película importante y emocionante es en su última media hora final, donde Gerwig muestra sus cartas y en un inteligente giro de guion explica que esto es más una revisión que una adaptación al pie de la letra. Louisa May Alcott nunca consiguió el final que quería para su novela. Las presiones hicieron que casara a su feminista protagonista y aceptara las convenciones sociales. Gerwig se pregunta, ¿qué podemos hacer con ese final, podemos enseñarle a la gente lo que ocurrió y decirles que eso es precisamente lo que no debería ocurrir en un mundo en el que las mujeres consigan la igualdad?

Con ese juego de pasado y presente, Gerwig convierte el final en una metaficción que enseña el desenlace origina de la novela, pero lo muta para ofrecer un final a la altura del presente, de su mirada comprometido de realizadora. El final de las Mujercitas de 2019 es el que necesitaba esta generación, un final feminista y que revisa y analiza el original. Greta Gerwig ha dado un paso adelante como directora, demostrando que puede realizar filmes más ambiciosos y siempre demostrando ese amor único por todo lo que toca.

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