Existen dos tipos de personas en el mundo, aquellos que creen que la vida es una sucesión de acontecimientos provocados por el azar, y los que por el contrario piensan que todo ocurre por una razón. Que incluso las decepciones te llevan por un camino diferente al esperado, pero en el que seguro hay una sorpresa esperando al final. Antonio Banderas es de los segundos. Lo es porque a él el destino, o como quiera llamarlo, le ha colocado donde está ahora, como uno de los actores más importantes del panorama internacional y reciente ganador del premio de interpretación masculina en el Festival de Cannes, el más prestigios del mundo, gracias a Dolor y Gloria, de su amigo y mentor Pedro Almodóvar.

Sólo así se podría entender que la lesión que truncó el sueño de aquel chaval malagueño que quería ser futbolista fuera el punto de inflexión en su vida. Porque José Antonio Domínguez Bandera (Málaga, 1960) no iba para actor. Él, como casi todos los chavales, se dedicaba a perseguir el balón, y desde pronto despuntó. Todos los que le conocen de aquella época han destacado que apuntaba maneras, hasta que con 15 años todo cambió. “Un 18 de noviembre de 1975, dos días antes de que muriera Franco, me partí un pie con muy mala sombra. Y eso acabó con mi carrera”, contaba el actor en una entrevista. Su ídolo no era Cary Grant, sino Viberti, pero aquel accidente hizo que sus ojos se fijaran en la interpretación.

Nunca una lesión hizo tanto por nuestro cine y nuestro arte. Antonio Banderas colgó las botas y se apuntó a clases de interpretación y se apuntó al Teatro-Escuela ARA, y en la Escuela Superior de Arte Dramático de Málaga. Pero él sabía que se dedicara a lo que se dedicara tenía que sobresalir, ser una estrella. Y si el fútbol no iba a poder ser, en el mundo de la interpretación el futuro pasaba por Madrid. Si alguien quería ser una estrella tenía que irse a la capital, y Banderas lo supo pronto y se trasladó con apenas 18 años.

Llegó en plena efervescencia de cambio. Se había acabado la dictadura y en Madrid la movida Madrileña soplaba con aire fresco. Los jóvenes se bebían la vida. Aprovechaban su recién estrenada libertad y crearon un movimiento creativo en el que pronto encajó. Ahí entró de nuevo el destino para presentarle a Pedro Almodóvar. Aquel chaval que trabajaba en la telefónica y soñaba con ser director de cine mientras cantaba vestido de mujer por las noches madrileñas. Su encuentro forjó una relación de amistad y trabajo que marcaría el cine español de las siguientes décadas.

No fue junto a Almodóvar con quien debutaría en el cine, sino con Enrique Belloch en Pestañas postizas, donde ya mostraba su cara aniñada y una frescura con las que enamoró a todos. El mismo año (1982) ya rodaría con Pedro Almodóvar Laberinto de Pasiones. La crítica no fue especialmente buena, pero en aquel contexto de sexo, drogas y rock and roll pronto se consideró un filme de culto que representaba a la perfección una nueva época que había encontrado su cronista en el director manchego y a su rostro en el actor malagueño.

Banderas se convertiría, además, en icono sexual y LGTB. Nunca mostró ningún pudor por los desnudos, o por las escenas de contenido sexual. En Laberinto de pasiones demostró su química con Imanol Arias, y en La ley del deseo con Eusebio Poncela. El actor tenía todo: la cara, el carisma, el talento y un erotismo de alto voltaje. Junto a Almodóvar construyó los cimientos de su carrera, pero Madrid y el cine español también se le quedaba pequeño, así que tomó una decisión sin precedentes: intentar hacerse un nombre en Hollywood. Las probabilidades de fracasar eran altas. Los latinos se limitaban a roles secundarios o de villano, y el idioma siempre supuso una lacra para entrar en una industria que todavía no miraba con buenos ojos a los actores de fuera.

Tráiler de Dolor y Gloria

Su entrada real fue con Los reyes del mambo cantan canciones de amor, en 1992, pero ya antes sedujo a quien dicen que fue su mejor embajadora en Los Ángeles. En 1988 Madonna rodaba el documental En la cama con Madonna, y las malas lenguas dicen que ella le persiguió por todos los rincones rendida a sus pies. No logró nada, pero ella supo que aquel moreno español sería una estrella.

A base de mucho esfuerzo empieza a romper el rol de latino sin matices, y consigue el papel secundario en Philadelphia (1993), donde hizo de pareja de Tom Hanks, y en Entrevista con el vampiro. Pese a ello no llegaban los protagonistas, y sería precisamente Madonna la que le diera uno de los primeros en Evita, por la que además logró su primera nominación a los Globos de Oro. Era el primer taquillazo de Banderas, y poco después se confirmaría su imán para papeles exitosos con La máscara del Zorro. Su héroe canalla arrasó en todo el mundo y hasta daría pie a una secuela.

Los 2000 fueron difíciles para Banderas, que se vio estancado en productos de dudosa calidad y películas de acción simplonas. Fue entonces cuando el teatro salió en su ayuda. En 2003 daría vida a Guido Contini, el protagonista del musical Nine basadao en Ocho y medio de Fellini y conseguiría su primera nominación a los Premios Tony. Fue en esa década cuando también saltó a la dirección. En 1999 debutó con Locos en Alabama, y en 2006 rodaría en España El camino de los ingleses, un proyecto personal que de momento ha sido su última incursión detrás de las cámaras.

Banderas con el premio en Cannes. Reuters

De las muchas etiquetas que se la han puesto hay una que muchos repiten, y es la de embajador español en Hollywood. Cualquier estrella que haya decidido dar el salto se ha encontrado con la ayuda del actor, que además siempre demostraba su cariño por su país, y especialmente por su tierra, Málaga. Siempre que podía regresaba a casa, ya fuera por su Semana Santa, por su Festival de Cine o sólo por descanso. Por eso era cuestión de tiempo que el hijo pródigo regresara a casa.

Fue en 2011 cuando ese regreso se consumó de la mejor forma posible. Décadas después volvía a Almodóvar, y Pedro volvió a sacar lo mejor de él. Fue en La piel que habito, un proyecto donde se comenzó a forjar la que es su mejor interpretación, la que le ha dado el premio al Mejor actor en Cannes -y por el que apunta a un Goa que se le resiste-. Han sido necesarios ocho años, y otros muchos giros del destino (como un infarto y una operación), para que Banderas encontrara la madurez necesaria para dar vida a Salvador Mallo en Dolor y Gloria. Lo ha hecho con una introspección y contención que no le habíamos visto hasta ahora. No hay nadie que no se conmueva con este papel por el que muchos le ven nominado al Oscar.

Su regreso parece para quedarse. Porque a él le puede la tierra, y ahora mismo se encuentra sumergido en el proyecto más ambicioso de su carrera, la apertura de un teatro en su ciudad natal con la que convertirla en capital de la escena en España. Han pasado 50 años desde aquella lesión que lo cambió todo, y sin embargo, Antonio Banderas tiene la misma ilusión que aquel niño que soñaba con ser futbolista y acabó metiendo goles en pantalla grande y con los mejores directores de cine del mundo.

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