Cannes

Hace exactamente 25 años un semi desconocido Quentin Tarantino pisaba el Festival de Cannes con una película llamada Pulp Fiction. El público se volvió loco. Aquel cinéfilo criado en los videoclubes, lejos de escuelas y academias sonaba más fresco y novedoso que cualquier película de Hollywood. La Palma de Oro fue suya, y se lanzaba así la carrera de un director dispuesto a reinventar la historia del cine.

Tarantino demostró que los códigos están para romperlos, que no hay género menor, y que todo era susceptible de ser homenajeado, mezclado, adaptado y revisitado. Sus referencias no estaban en los clásicos, sino en el cine B que había mamado siendo crío, y al que ha dignificado película tras película.

Un cuarto de siglo después el director ha vuelto a Cannes, y lo ha hecho con su esperadísima novena película, que ha montado sin parar ni a dormir para poder presentarla en el marco del certamen que le dio la fama. El acontecimiento ha sido el evento más multitudinario que se recuerda aquí en años, y las colas para entrar a la proyección daban la vuelta al Palais. Los críticos no se querían perder este regreso para poder hincar los dientes o aupar a Érase una vez en... Hollywood.

Tráiler de 'Erase una vez... en Hollywood'

La trama se ha guardado en secreto, y el director sólo había dicho que era un homenaje al cine de los 60, con Leonardo DiCaprio dando vida a un actor de capa caída, Brad Pitt como su doble de acción y amigo del alma, y Margot Robbie como Sharon Tate. Esa pista ha hecho que se especule mucho sobre el filme, y el propio Tarantino se ha mostrado preocupado por primera vez en su historia por los dichosos spoilers.

Antes de la proyección se leyó una carta del director pidiendo a la prensa que por favor se abstuvieran de revelar las sorpresas de su película. Y eso haremos, ya que parte del divertimento de este filme es ir sin saber nada del clímax violento, paródico, catártico y de venganza que se ha sacado el director de la manga.

En el fondo, Tarantino ha hecho lo que lleva varias películas haciendo, revisitar las partes de la historia que le apetecen y dar su propia versión. Hizo lo propio con la Segunda Guerra Mundial en Malditos Bastardos, con la esclavitud en Django Desencadenado y hasta con el western en Los odiosos ocho. Ahora le ha tocado al cine que ama, y a un año en concreto, 1969, cuando toda la industria cambiaba y las estrellas de antaño se quedaban viejas y acabadas. La película sigue a una estrella en declive, DiCaprio, y sus esfuerzos por adaptarse a la industria, que pasa por hacer de secundario de lujo en televisión hasta aceptar proyectos que ni siquiera entiende.

Pit y DiCpario en Érase una vez en... Hollywood.

Érase una vez en... Hollywood es su carta de amor al cine, una carta de amor que también es un tirón de orejas. La lista de referencias televisivas y cinéfilas que maneja Tarantino son innumerables, y cuando se agotan él coge y se las inventa. Rick Dalton, el personaje al que da vida DiCaprio se ha criado en los westerns, y cuando el género agoniza no le queda otra que irse a Italia, donde un nuevo grupo de directores con Leone a la cabeza, le dio la vuelta al género y enamoró a Tarantino.

Quizás por ello el propio título del filme se puede considerar un homenaje al cine del propio Leone como todo una declaración de intenciones, ya que no hay que tomarse en serio lo que cuenta, porque no es más que el cuento de cómo le gustaría al director que hubieran pasado las cosas. Desde las más nimias, como la carrera de todas esas estrellas que merecían una segunda oportunidad, hasta las más trágicas. Tarantino escribe su propia historia del cine, y ahí está su reimaginación de nombres como Steve McQueen, Roman Polanski o el mismísimo Charles Mason.

Aunque ya no suene tan novedoso como hace 25 años -de hecho el truco final ya lo había utilizado-, el cine de Tarantino sigue siendo refrescante y divertido. Sus casi tres horas de metraje se pasan volando, y uno no puede más que rendirse al amor que profesa al cine en cada fotograma. Al ritmo que imprime a todo, a su sentido del humor, a veces negrísimo, a la excelente banda sonora y a sus arrebatos violentos. Vuelve a sacar lo mejor de sus actores, con Brad Pitt y Leonardo DiCaprio que se montan su propia buddy movie y que disfrutan cada frase como si fueran principiantes.

Durante dos tercios de película uno asiste al Tarantino menos Tarantino, pero paradójicamente también a su filme más ambicioso y hasta nostálgico. Con su ironía a prueba de balas, pero contenido en todos sus excesos. Lo hace guardándose una bala final, esa que no quiere que la prensa revele y esa con la que reescribe la propia historia del cine como quiere. Sus reglas no son las de la vida real, y en su cuento las cosas terminan como el dios Quentin Tarantino quiere, porque el mundo real es peor que su propio universo.

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