‘Novecento’: la historia de Europa como nadie la ha contado

Hay directores que quedan definidos por una de sus películas. Es fácil elegir ese título que describe su filmografía, que habla de ellos y que reúne y condensa lo mejor de su carrera. En el caso de Bernardo Bertolucci es difícil. ¿Con qué se queda uno… con la intimidad de El último tango en París, los sueños rotos de Soñadores, el academicismo de El último emperador o la furia política de Novecento? Todas describen a un autor único e insobornable, pero es quizás esta última la que no sólo muestra sus virtudes como director, sino el alma combativa y guerrillera del realizador.

Novecento se estrenó cuatro años después de El último tango en París, con la que Bertolucci había conquistado definitivamente a la crítica de todo el mundo y hasta había sido nominado al Oscar como mejor director (premio al que ya había sido candidato por el guion de El conformista). Ese éxito le dio fuerzas para acometer un proyecto mesiánico, inabarcable, de dimensiones inconcebibles entonces -y menos ahora en una industria que obliga a cortar una película de más de dos horas-.

Pero Bertolucci, con la producción de Alberto Grimaldi se lanzó a rodar una película de cinco horas que describiera el siglo XX en Italia. Desde la muerte de Verdi el 27 de enero de 1901 hasta la liberación italiana el 25 de abril de 1945. Un fresco histórico, pero sobre todo político en el que el realizador se abre en canal mostrando su ideología en una película que fue acusada de panfleto. La crítica de EEUU no se tomó nada bien su ataque al liberalismo económico que desprende Novecento, y le atacó de forma furibunda.

Tráiler de Novecento.

Bertolucci nunca negó el maniqueísmo de su propuesta, pero nunca nadie se había lanzado a la piscina de una forma semejante para narrar lo que había ocurrido en su país y en Europa pocas décadas antes. Marxista convencido, el italiano creía en la lucha de clases, y en que el auge del capitalismo llevaba a una separación tan grande de la sociedad que las acababa enfrentando y polarizando. Llevando a una dictadura que no era más que el último paso de la brecha social de un país.

No engaña a nadie, y todo lo que tiene que decir está en el primer plano de su película, un zoom out que parte de un primer plano de El cuarto estado, el cuadro de 1901 del italiano Giuseppe Pellizza da Volpedo que muestra una huelga proletaria,la misma que veremos posteriormente (y en dos momentos diferentes históricos) en su película. Bertolucci se posiciona con el proletario, con el pobre, con el explotado, y tiene claro que cuando el rico oprime el de abajo tiene que levantarse y luchar. A pesar de su posicionamiento también atiza (con menos fuerza) a la utopía comunista.

Como si fuera una novela decimonónica Bertolucci cuenta la historia de dos personajes unidos por el destino, el de Olmo (Gérard Depardieu) y Alfredo (Robert DeNiro), dos niños que nacen el mismo día y que intentan ser amigos aunque el destino y la historia se empeñe en demostrarles que eso es imposible. Bertolucci -con la ayuda de la banda sonora de Morricone y la fotografía de Storaro- se muestra pesimista en su visión de las relaciones humanas, marcadas por la cuestión de clase. Uno, hijo de campesinos, destinado a ser explotado; otro, el hijo del patrón, cuyo sino es dirigir y seguir explotando y perpetuando el sistema feudal que luego desembocará en el fascismo cuando los amos se vean amenazados por sus siervos.

Una película cuyo contexto histórico podría ser cambiado y valdría igual. Novecento podría ser la película de referencia del 15M, también como retrato de la decepción posterior del proletariado cuando se den cuenta de que, como decía su maestro Visconti, todo es un Gatopardo en el que los sistemas cambian de caras y de palabras, pero no de intenciones.

‘Belleza robada’: pedantería y erotismo de baratillo

Bertolucci vivió también su aventura americana, y Hollywood se lo agradeció con creces. El último emperador arrasó en lo Oscar, y después les regaló otro peliculón como El cielo protector y una de las más flojas de su filmografía, El pequeño Buda. Muchos decían que su talento disminuía, que el otrora cineasta político y combativo se había cansado y vendido al mejor postor.

El fracaso de este filme hizo que el director italiano decidiera volver a rodar en su país, aunque con actores de Hollywood. Y el resultado no pudo ser peor, ya que Belleza Robada parece la típica postal rodada por un extranjero que no conoce nada del lugar que retrata. Piensen en Vicky Cristina Barcelona, en esa ciudad de mentira, coloreada, sin aristas ni rastro de verdad que planteó Woody Allen, pues cuesta entender cómo el maestro Bertolucci hizo lo mismo al hablar de un lugar que él conocía tan bien.

Tráiler de Belleza robada.

Puede que al dar el protagonismo a unos americanos en La Toscana quisiera que el punto de vista fuera acorde, pero su planteamiento estético es hortera, pedante y con una estética que roza lo kistch, con esos poemas sobreescritos en la pantalla que parecen creados por una adolescente que acaba de leer la SuperPop.

Belleza robada tiene, además, uno de los planteamientos moralmente más reprochables de su filmografía, ya que la sensual adolescente a la que da vida Liv Tyler se convierte en un objeto de deseo entre los hombres protagonistas, que competirán por ver quién se lleva el trofeo de su virginidad.

La mirada de Bertolucci hacia su personaje también está objetizada y estereotipada. Ella es una Lolita, cuya función es perturbarla vida de los adultos que la rodean. Hasta como la cámara la trata subraya todo el rato la sensualidad de esta joven y no otros rasgos. Una pena que su regreso a Italia fuera tan ortopédico y fallido.

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