Los estrenos del cine español siempre muestra las mismas caras, las mismas estrellas que posan en la alfombra roja antes de entrar a la premiere de turno. Se apoyan entre ellos, y llenan cada presentación para dar una sensación de piña e industria. A quien es difícil ver en estos saraos es a Mario Casas. El actor ya pasó su faceta de estrella adolescente y ahora busca su sitio en una profesión que tiende a encasillar a sus actores. Él, poco a poco, ya ha salido de su esclusa y ha demostrado que es un currante.

Álex de la Iglesia le descubrió como torrente cómico con Las brujas de Zugarramurdi y Mi gran noche, y ahora se descubre como actor dramático en El fotógrafo de Mauthausen, donde da vida a Francesc Boix, comunista español que acabó en el campo de concentración de Mauthausen y cuyo sacrificio fue fundamental para juzgar los crímenes nazis en Nuremberg. Casas vuelve a demostrar que es un actor concienzudo, que se esfuerza hasta el límite, especialmente en lo físico. Si en Bajo la piel del lobo engordó y se puso como una mole, aquí adelgaza para sufrir en sus carnes las penurias de estos prisioneros que lucharon por sus ideales en el peor escenario posible.

De momento sus compañeros no se han parado a reconocer su esfuerzo. Mientras que ya acumula dos premios Feroz al Mejor actor secundario y un premio en Málaga por La Mula, los Goya nunca le han nominado, algo que no le preocupa. “Yo creo que sí me reconocen… estoy muy contento con los trabajos que he hecho, y eso me llega por parte del público. Me imagino que está bien que te reconozcan tus compañero, pero yo soy feliz cuando el público en la calle te dice que le gusta o no. La gente es realmente crítica, y te dicen: oye, he visto esa del bar en Netflix, ahí es donde está mi premio. La gente te sigue en lo que haces, en esas cosas está el premio. Al final, que te reconozcan o no en los Goya pues me imagino que para mí no es primordial. Yo ando un poco fuera de todo el mundo de la Academia, estoy bastante perdido en la montaña fuera de Madrid y al margen del bullicio de los actores y de la industria”, confiesa a EL ESPAÑOL.

Mario Casas como Francesc Boix.

Mario Casas ha optado por huir de los focos como forma de encontrar el equilibrio en una profesión frenética en la que uno puede entrar en un bucle de estrenos y presencias mediáticas que lo exponen hasta el límite. Él ha optado por una vida más ermitaña en la que protege su vida privada y se dedica a lo que le gusta: actuar. “A cada uno le servirá una cosa distinta, pero para mí es importante. Si encima de estar tantas horas de rodaje, doce y hasta catorce horas todos los días durante cuatro meses, más otros dos de ensayo… no puedo estar pensando en ir a estrenos, sería maravilloso, pero para mí es mi manera de huir de todo esto, de despejarme, ser uno más en el campo. Piso poco Madrid, estar con mi familia y mis amigos es mi manera de respirar”, añade con sinceridad.

Ahora le toca uno de esos picos de exposición mediática, pero asegura que hasta que no le menciono el estreno de El fotógrafo de Mauthausen no le entran las mariposas en el estómago. Eso sí, está “tranquilo porque el trabajo ya está hecho y no hay vuelta atrás”. Ahora la película se enfrentará al público, que verán a Mario Casas en uno de los papeles más exigentes de su carrera. “Físicamente ha sido el más exigente, porque tener que adelgazar y estar a dieta tantos meses te lleva a un estado de ánimo complejo y te pone al límite. No estamos acostumbrados a someternos a estos cambios tan drásticos y ha sido complicado, pero emocionalmente he hecho una serie con Movistar, que se llama Instinto, que ahora mismo ha sido emocionalmente lo más complicado que he hecho, pero creo que nos pasa que cada papel que llega parece que es el primero y el más complicado”, cuenta.

Después de tantas horas de rodaje no puedo estar pensando en ir a estrenos, sería maravilloso, pero para mí es una manera de huir de todo esto, de despejarme, ser uno más en el campo

Para sus últimos papeles no ha parado de jugar con su físico en una especie de síndrome de Christian Bale, que le lleva a acompañar de transformaciones corporales sus papeles, algo que confirma al asegurar que se está “obsesionando un poco con los cabios físicos, porque cada vez uno va evolucionando y necesito ver cambios físicos para ir poco a poco sumergiéndome cuando empiezo en los personajes”. “Si no veo cambio me parece que cuesta más. En Instinto me he metido en el gimnasio y con una dieta estricta porque veía algo de Christian Bale en American Psycho, u personaje que cuida su imagen y su alimentación muchísimo. Estoy en un momento como actor en el que necesito cambios”, explica.

Poco a poco va dejando atrás esa etiqueta de galán adolescente que conquistó gracias a Tres metros sobre el cielo y Tengo ganas de ti, aunque nunca ha sentido que haya prejuicios hacia él supone “que hay una parte del público que puede tenerlos”, pero cree que es su trabajo sorprenderles y demostrar que “cualquier actor es válido o no”, y que el trabajo y el esfuerzo para “hacerlo lo mejor posible y sorprender a esa gente que pueden prejuzgar” son parte del juego. Con El fotógrafo de Mauthausen lo tiene claro: se ha “dejado la piel”.

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