Hay directores de cine cuya máxima es provocar. La transgresión como religión y como modo de vida. Que ningún espectador quede impasible ante lo que ven sus ojos. Uno de los que mejor respondan a esa definición es el argentino afincado en Francia Gaspar Noé, que se hizo un nombre en el panorama mundial gracias a Irreversible, el filme que mostraba una cruda y explícita violación a Mónica Bellucci.

Allí se granjeó la etiqueta de ‘enfant terrible’ del cine europeo, y en sus siguientes trabajos intentó que se mantuviera. Hace tres años presentó Love, historia de amor con escenas de sexo explícitas en tres dimensiones en las que se permitía el lujo de incluir una escena de eyaculación que con el efecto tridimensional simulaba que cayera sobre el público. Ni que decir tiene que aquella escena fue recibida con vítores en el Festival de Sitges.

Al mismo certamen ha vuelto con Clímax, que tras triunfar y provocar en su paso por Cannes se estrena en nuestras pantallas. La película de Noé es un cóctel molotov que se basa en una noticia de 1996 que contaba como unos bailarines se juntaron en un pabellón para ensayar unas coreografías y el efecto del alcohol y las drogas hizo que acabaran todos envueltos en una espiral de violencia.

Tráiler de Clímax.

La noticia tenía los mimbres para enganchar a Noé, que vio la posibilidad de meter todo lo que le gusta en una película: efectos psicotrópicos, erotismo y una estética arrebatadora. Y por supuesto, mucha provocación. Clímax empieza como una fiesta. Trasla presentación de estos bailarines el director se luce con unas coreografías realizadas en plano secuencia que quitan el hipo. Nunca se había grabado la danza así. Los cuerpos se retuercen al ritmo de la música electrónica y roban la atención del espectador.

Mientras bailan, estos jóvenes beberán mucha sangría, que como en las películas americanas estará adulterada. En vez de con alcohol con unas buenas dosis de LSD que hará que todos empiecen a alucinar, a conspirar, a ver visiones y a generar una espiral de caos y violencia que acabará con consecuencias devastadoras.

Cuando surge el caos, soy si cabe más feliz porque sé que generará imágenes potentes, más cercanas a la realidad que al teatro

Todo ello envuelto en un patriotismo que nunca se sabe si es ironía o verdad. La película comienza con unos créditos enormes asegurando que se siente “orgullosa de ser francesa”, y una de las primeras cosas que aparece es una bandera de Francia enorme que preside el polideportivo donde se verá una orgía de alcohol drogas y delirios. También se hablará sobre el sentimiento patriótico y si se sienten franceses o no.

Noé tampoco ha desvelado la incógnita sobre si se ríe del patriotismo o no. "Es que esta película solo podía rodarse en Francia, donde el espacio de libertad de expresión en lo que respecta al cine es aún más grande que en cualquier otro lado. No me imagino por ejemplo a un italiano haciendo una película así", ha señalado en una entrevista con Europa Press

Lo que Noé tiene claro es que con Clímax ha pretendido hacer un filme sobre "los placeres del presente, que cuando son intentos, nos permiten olvidarnos del vasto vacío”. “Las alegrías, los éxtasis -los constructivos y los destructivos-, actúan como antídoto de la nada. El amor, el arte, la danza, la guerra o el deporte parecen justificar nuestro breve paso por la tierra. Y de estas distracciones, la que más feliz me ha hecho siempre es la danza. Con este proyecto podía, una vez más, representar en la pantalla algunos de mis sueños y pesadillas”, escribe él mismo en el dossier de prensa del filme.

Fotograma de Clímax.

También confiesa lo que muchos ya intuían, que le fascinan “las situaciones en las que de pronto reinan el caos y la anarquía, como las peleas callejeras, las sesiones chamánicas alteradas con psicotrópicos o las fiestas en las que los invitados se descontrolan colectivamente por el exceso de alcohol”. “Lo mismo me pasa a la hora de rodar. Mi mayor placer es no llevar nada preparado ni escrito, para permitir, en la medida de lo posible, que las situaciones se desarrollen ante mis ojos, como si fuera un documental. Y cuando surge el caos, soy si cabe más feliz porque sé que generará imágenes potentes, más cercanas a la realidad que al teatro”, añade.

Con Clímax, Gaspar Noé retrocede a 1996, un año que le interesaba no sólo por la música con la que llena su filme, si no porque “aún no había móviles ni internet”. “La masacre de los adeptos de la Orden del Templo Solar fue ocultada por las fuerzas oscuras del estado. Y había quienes soñaban con construir una Europa poderosa y pacífica mientras una guerra barbárica infestaba su interior. Las guerras generan movimientos, la gente cambia, igual que las creencias y las maneras de vivir. Y por eso, aquello a lo que llamamos Dios, estará siempre del lado del arma más letal”, opina el cineasta que, seguro, ya planea su próxima perversión.

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